"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

domingo, 29 de julio de 2012

Capítulos 37 y 38


Capítulo 37

El suelo de la oficina sigue cubierto de cerros de papel. Estoy sentada al escritorio, revisando a ritmo lento pero seguro uno de ellos, bastante elevado, por cierto. La mayoría de los papeles deberían haberse archivado tiempo atrás. Se ve que Peter no hace limpiezas generales en su sistema de archivos; a lo mejor es que carece de sistema.
A cargo de las bebidas un día más, Peter remueve el té con aire pensativo.
—Bueno —le digo, levantando la vista de los documentos—, da la impresión de que vais a volver.
Peter se encoge de hombros sin comprometerse.
—Eso parece.
Se acerca con el té y se sienta en la silla de jardín frente a mí. Una expresión afligida le ensombrece el semblante. Abandono cualquier intento de poner en orden el amasijo de facturas.
—Podrías mostrarte un poco más entusiasmado —sugiero.
—Ya lo estoy —Peter acompaña su afirmación con un desdichado resoplido apenas audible—. Es increíble. Estaba casado y de pronto me encuentro en trámites de divorciarme. Ahora, por lo visto, vuelvo a estar casado otra vez.
—Así que le ha dado la patada a Axel, el carnicero.
Peter bebe un ensimismado sorbo de té.
—No exactamente.
—¿A qué te refieres?
—Eugenia no quiere precipitarse —explica Peter—. Voy a quedarme en casa de mi madre un poco más.
Involuntariamente, arqueo las cejas ante la noticia.
—Es que necesita encontrar el momento adecuado para comunicárselo con delicadeza.
—¿Acaso tuvo la misma atención contigo?
—Me temo que la respuesta es la misma que antes: no exactamente.
—Humm, entiendo. Así que tú sigues durmiendo en tu antigua y estrecha cama en casa de tus padres mientras el carnicero continúa compartiendo con tu mujer tu cama doble y tu atractiva residencia con cuatro dormitorios y jardín.
—Por ahora, sí.
—¿Y qué sales ganando tú con ese acuerdo?
Peter frunce el ceño.
—Aún no estoy seguro.
Suelto un bufido sarcástico.
—Suena exactamente igual que las jugarretas de mis ex maridos. Benjamin se las ingenió para convencerme de que nuestra relación se fortalecería si tuviéramos un matrimonio «abierto». Lo que venía a significar era que él tenía carta blanca para salir todas las noches por ahí a echar polvos como un loco mientras yo tema que quedarme en casa a cuidar de... —noté que me sonrojaba—, del gato.
Peter se mostró sorprendido.
—¿Tienes un gato?
—Ya no —me apresuré a decir en un intento por echar tierra sobre las zonas secretas de mi vida—. Desapareció el mismo día que mi marido. Eran tal para cual, dos machos sin castrar.
Nos echamos a reír a la vez.
—Me gusta que estés en la oficina —comenta Peter.
—Y a mí me gusta estar.
—Esta mañana me he dado prisa por llegar —admite él, mientras que un leve rubor riñe sus mejillas. Dios santo, adoro a los hombres que se sonrojan. Cada vez escasean más—. Hacía mucho tiempo que la idea de venir a trabajar no me entusiasmaba tanto.
No entiendo muy bien las implicaciones de su franqueza, pero es verdad que se le ve un tanto desaliñado esta mañana. En un sentido atractivo, debo decirlo.
—Juntos podemos hacer grandes cosas —continúa.
—¿En la oficina?
—¿Dónde si no? —se extraña él.
Claro, ¿dónde si no?
—En fin... —vuelve a suspirar y se aprieta la taza contra el pecho—, ¿qué me aconsejas?
—Hablas con la persona menos adecuada para ofrecer consejos sobre las relaciones de pareja —declaro yo—. Soy a las relaciones de pareja lo que Sweeney Todd a los pasteles de carne. Mi marcador actual es el siguiente: Cabrones, dos puntos; Lali, cero puntos.
—¿Estás segura de que en la descripción de tu puesto de trabajo no se encuentra la organización de la vida Personal de tu jefe, además de la de sus archivos?
—No tengo una descripción de mi puesto de trabajo
—Si la tuvieras —dice Peter—, deberías añadir eso.
—Te las tendrás que arreglar tú solo.
No quiero que me echen la culpa de lo que pueda ocurrir, o no, entre Peter y su mujer. Aunque la verdad es que me muero por decirle con pelos y señales lo que tiene que hacer. Y eso estaría relacionado con mandar a alguien a tomar viento fresco y la posible infelicidad de la encantadora y caprichosa Eugenia.
—Quiero darle tiempo para que se organice —me lanza una mirada melancólica—. El tiempo es lo único que me sobra...
—Peter —le interrumpo—, ¿te han dicho alguna vez que eres demasiado bueno para este mundo?

Capítulo 38

Cande se encontraba sentada en el sofá viendo en el televisor otra novedad matinal. Su vida giraba en torno a programas televisivos en los que aparecían Dale Winton y David Dickinson, y a veces Gloria Hunniford. Su propia existencia había llegado a ser tan enfermiza y patética que empezaba a enamorarse de Richard Madeley, ¡qué horror!
Bruno, Charlotte y Ellie estaban acurrucados a su lado, dormidos como troncos. Un bendito respiro en medio del balbuceo sin tregua. Aun así, el momento de paz sólo se había conseguido tras una hora de golpeteo al contenido de un paquete de masa para bizcochos —con la subsiguiente salpicadura en las paredes—, que tuvo como resultado final un conjunto de pastelillos quemados con una capa de glaseado verde y adornados con bolitas de azúcar plateadas. ¿No habría estado bien introducir un poco de hachís en algunos de los pasteles? De esa manera Cande habría podido pasar la tarde que tenía por delante en un estado mental más apacible. Pero ya habían quedado atrás los días de coqueteo con las drogas blandas. Las únicas que ahora tenía en el horizonte eran las pastillas contra la depresión. Se deprimía sólo de pensarlo.
Varios de los participantes en un absurdo concurso estaban siendo entrevistados por un presentador gay vestido de naranja que se había pasado con la cirugía plástica.
—¿Y qué aficiones tienes? —preguntó el presentador con voz risueña a uno de los concursantes.
—¿Y qué aficiones tienes, Cande? —coreó ella—. ¿Yo? —puso su voz más femenina—. Lo que más me gusta es pasar el día quitando las manchas de la ropa de los hijos de mi amiga. Y ver concursos de mierda como éste.
La concursante del programa de televisión tenía un excelente empleo en la City de Londres, colaboraba con varias ONG, corría en maratones, horneaba pasteles caseros y, posiblemente, cosía ella misma las lentejuelas que llevaba en la ropa. «Y nosotros nos lo tenemos que creer», pensó Cande. Si la vida de esa mujer era tan completa, ¿por qué iba a prestarse a aparecer en un concurso televisivo de tres al cuarto?
Cande contempló su teléfono móvil con nostalgia. ¿Sería tan malo llamar? Sólo una breve llamada para animar un día aburrido e interminable, un día que avanzaba a paso de tortuga hasta la hora de la comida y luego se arrastraba unas horas más hasta la cena de los niños. A aquello se había reducido su vida. Por la mañana, había sentido envidia al ver a Lali salir corriendo en dirección a su fabuloso empleo y a su flamante jefe, también fabuloso. Entre otras cosas, porque a su amiga el traje de chaqueta rojo le sentaba mucho mejor. Por cierto, ¿cuándo había tenido Cande la última ocasión de ponerse ropa elegante? Ni se acordaba, claro. Ahora que todas sus amigas habían abandonado la soltería, sólo tenía en perspectiva algún que otro bautizo o un matrimonio en segundas nupcias.
Tenía la impresión de que las células de su cerebro se estaban atrofiando también. Había días en los que si se producía una pausa en el nivel de decibelios, imaginaba a los niños marchitándose y muriendo, uno detrás del otro.
Mordisqueándose el labio con nerviosismo, agarró el móvil. Detuvo los dedos antes de marcar el número de Nico, que ya se sabía de memoria; y es que su cerebro era capaz de memorizar ciertas cosas sin problemas. Mientras pulsaba el primer número, Bruno soltó un gemido y acto seguido se puso a vomitar.
—Vamos, tesoro —Cande levantó al niño, con cuidado de mantenerle a cierta distancia, y lo fue empujando a través de la cocina—. Está claro que mi destino es pasarme el resto de la vida recogiendo la porquería que van soltando los hombres.
Sentó al niño en el escurridero junto a la pila y le limpió la cara con papel de cocina empapado en agua caliente.
—Eres un niño precioso —le dijo—; pero, por desgracia, me recuerdas a tu padre.
Bruno soltó una risita a modo de respuesta.
—Confío en que no heredes sus peores defectos —continuó—, o harás sufrir un montón a alguna pobre mujer —devolvió su atención a las manitas pegajosas—. Esperemos, por el bien de tu madre, que tu papá no vuelva a aparecer nunca más.
—Papá —coreó Bruno.
—Confío en que no hayas entendido más que eso —le dijo Cande mientras le hacía cosquillas en la barbilla con un trozo de papel—. Y dime, ¿no preferirías a un hombre como Peter?
Bruno dio una palmada.
—¿Te encuentras mejor?
—Caramelos —dijo Bruno.
—Sí, estás mejor.
Cande le llevó en brazos al salón y le acurrucó en su regazo. En cuestión de minutos, volvió a quedarse dormido. El concurso de la televisión había terminado y no había ningún programa en el resto de canales que consiguiera impedir que su mente divagara. Pronto sus hijas se despertarían y requerirían una nueva ronda de comida. Era cuestión de ahora o nunca. Antes de pensárselo mejor, marcó el número de Nico.

6 comentarios:

  1. Hola soy Nueva me gustan mucho tus nove. sube mas

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  2. Volver con Euge?Ahora esvmuy bueno o un pollerudo?Q Lali le cuente de sus hijos!

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  3. De lo bueno que es, es tonto.......como pueda siquiera pensar en volver con ella!? y mucho menos con las condiciones que pone.....

    espero mas! te amo sister!

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  4. Espero q peter no sea tan tonto de volver con ella! Espero más!

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  5. Hahaha no q tonto peter cm va a volver cn ella
    'mas mas mas mas mas mas

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  6. Ni siquiera tendría k plantearse volver con Euge,ya se libró d ella ,¡k no vuelva!.¡K rabia k Lali no sea capaz d decirle lo k piensa d verdad!.Cande ¡k vida!,se tiene k animar, y esta vez k ninguno d los chicos/as, entorpezca ese momento.

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