Capítulo 21
Una vez en la calle, el aire gélido
golpeó el rostro de Peter como una bofetada. Se había levantado
viento y un cúmulo de periódicos abandonados, cajas de poliestireno
y latas de Coca-Cola recorría la calle armando ruido. ¿Por qué ya
nadie utilizaba las papeleras como era debido? A diario, Peter
empezaba la jornada apartando de las puertas de su tienda la basura
que ciudadanos negligentes habían arrojado a la calle tras la hora
de cierre de los pubs. ¿Acaso quedaba alguien que se enorgulleciera
de su país, que se preocupara por él? Por lo visto no era así.
Lali se encontraba de pie a su lado, un
tanto azorada. Peter sintió deseos de besarla, lo que le provocaba
un sentimiento extraño, porque no se le había ocurrido que alguna
vez iba a querer besar a otra mujer que no fuera Eugenia. No es que
le hubiera invadido una oleada de lujuria por su nueva secretaria
—aunque unos cuantos pensamientos lujuriosos sí que andaban
extraviados por ahí—; se trataba más bien del agradecimiento por
el hecho de que Nico no hubiera podido endosarle una bestia parda
entrada en años y con cintura de elefante bajo el pretexto de poner
remedio al actual estado de celibato de su amigo. Además, no se le
ocurría una forma más agradable de evitar semejante situación que
pasar el rato con Lali.
Volvió la vista hacia Nico. Su colega
se encontraba entrelazado con la atractiva Cande. Nico nunca había
considerado su condición de soltero un problema. A pesar de la
amistad que los unía, no podían ser más diferentes entre sí.
Desde que era capaz de recordar, Peter siempre había deseado una
vida hogareña estable, dos hijos, coche familiar, barbacoa de
ladrillo, cortacésped de primera calidad. Y eso que el ejemplo de
sus padres no era el más afortunado. Tal vez algunas personas nacían
con el gen del matrimonio y otras no.
De ser cierto, su mejor amigo carecía
definitivamente de ese gen. Aunque los dos se iban aproximando a toda
prisa a los horrores de la mediana edad, Nico aún no mostraba la
menor inclinación a llevar una vida diferente de la que llevaba a
los diecinueve años. Incluso en la actualidad, le encantaba llevarse
a casa a una mujer distinta cada noche que salía. A decir verdad,
Peter no tenía ni idea de dónde obtenía su amigo semejante
resistencia, si bien es cierto que Nico no contaba con el efecto
obstaculizador de los indigestos postres de la señora Lanzani. Tenía
que marcharse de casa de sus padres lo antes posible, de eso no cabía
duda. Pero aunque así lo hiciera, no se imaginaba a sí mismo con
una ristra de mujeres diferentes pasando por su cama. Ni siquiera
aunque ellas hubieran accedido.
Mientras él reflexionaba sobre estos
asuntos, los cuatro seguían en la acera, soportando el frío. Lali
tiritaba bajo su fino abrigo. Había en ella una cierta fragilidad
que incitaba a Peter a sentirse protector. Nico y Cande empezaron a
dirigirse hacia la parada de taxis. Con actitud obediente, Peter y
Lali les siguieron.
Cuando llegaron a la parada, Nico se
dio la vuelta y tomó la palabra:
—Cande y yo nos vamos en el mismo
taxi.
Lali puso cara de preocupación, como
era natural. Se llevó a un aparte a su embriagada amiga.
—¿Seguro que estarás bien?
—Estaré perfectamente —respondió
Cande arrastrando las palabras—. Hasta mañana.
Dicho esto, regresó tambaleándose
hacia Nico, también borracho como una cuba.
—¡Hasta luego, colega! —gritó
Nico a Peter mientras agitaba la mano en señal de despedida. Acto
seguido le dedicó un guiño pícaro al tiempo que introducía a
Cande en el taxi.
Lali frunció la frente cuando el
vehículo se alejó renqueando.
—Debería haberme ido con ella
—empezó a morderse una uña—. ¿Se puede confiar en él?
—Desde luego que no —respondió
Peter.
Las arrugas en la frente de Lali se
hicieron más profundas a causa de la inquietud.
—Me imaginaba la respuesta.
El siguiente taxi de la fila se detuvo
frente a ellos.
—Ya que nuestros respectivos amigos
nos han abandonado, ¿qué tal si también compartimos taxi?
—¿Puedo confiar en ti? —preguntó
Lali.
Peter abrió la puerta para que ella
entrara.
—Con los ojos cerrados —respondió
él, no sin cierta melancolía.
Capítulo 22
El taxi se detiene frente a mi puerta
y, al igual que la escena de los bailes lentos, se trata de una
situación potencialmente embarazosa. ¿Acaso no soy ya mayorcita
para seguir preocupándome por estas cosas? Espero que Peter recuerde
que sólo nos une un vínculo profesional —no importa lo mucho que
él me atraiga— y no intente nada que tenga que ver con labios,
lengua o contacto íntimo de cualquier tipo. También espero que mis
hijos estén profundamente dormidos —¡qué más quisiera yo!— o
al menos que no estén mirando por la ventana.
Mi casa es preciosa. No es que sea una
vivienda de lujo, sólo se trata de un chalet adosado de tamaño
reducido y construcción reciente; pero es bonito y está en una
buena zona. Mis padres lo compraron como inversión para mi futuro
cuando empezaba a hacerme mayor, en los días borrosos y distantes en
que la propiedad inmobiliaria tenía un precio relativamente
asequible. Ésa es la única razón por la que la casa ha sobrevivido
a los caprichos de mi vida amorosa y a las garras de dos maridos.
Pago a mis padres una renta por el alquiler —a través del
Ministerio de Salud y Seguridad Social, claro está.
El ambiente en el taxi es cálido y la
compañía agradable. No me quiero marchar, pero antes de que la
situación pueda estropearse me deslizo sobre el asiento para
apartarme de Peter.
—Bueno, pues nos vemos mañana.
—Rebosante de alegría y entusiasmo,
acuérdate.
—Haré todo lo posible.
—Ha sido estupendo —dice Peter—.
Gracias.
—¿Crees que mi nuevo jefe se dará
cuenta de que me he pasado media noche bebiendo y bailando y me
pondrá de patitas en la calle?
—Lo primero, quizá; lo segundo, de
ninguna manera.
Una vez que me he bajado del taxi y
estoy a salvo, sin más recelos sobre el contacto físico, respondo:
—Lo he pasado muy bien. Buenas
noches.
—Buenas noches.
—Y ahora, ¿adonde, amigo? —pregunta
el taxista girando la cabeza hacia atrás.
Peter recita su dirección antes de
mirarme por última vez.
—Adiós.
Mientras se aleja, agito una mano.
Luego, observo cómo el taxi va desapareciendo calle abajo mientras
me pregunto si Peter contaba con que le invitase a tomar un café. No
lo sé. Me falta entrenamiento a la hora de interpretar las señales.
Ése es uno de los peores aspectos del divorcio, aparte del
empobrecimiento financiero: te arroja de nuevo a situaciones de las
que habías creído escapar mucho tiempo atrás.
En cualquier caso, aparte de que
invitarle supondría dar al traste con mi tapadera como chica joven,
libre y soltera, resultaba imposible, ya que la canguro debe de estar
haciendo cochinadas tumbada en mi sofá.
Al abrir la puerta, decido armar todo
el jaleo que pueda. Entro al vestíbulo dando zapatazos y agito las
llaves en la cerradura. Incluso espero ante las puertas del salón
unos instantes emitiendo una estridente voz teatral antes de entrar.
Vicky y Lee están sentados castamente en el sofá viendo en el
televisor un programa en el que aparece Jonathan Ross. Las botellas
vacías de Bacardi Breezer y un par de platos sucios ocupan la mesa
baja, dando a entender que la pizza ha sido devorada. No hay rastro
de mis hijos.
—Hola —saludo—. ¿Todo bien?
Vicky hace un gesto afirmativo. Seguro
que es la persona más locuaz del mundo cuando no hay adultos por los
alrededores.
—¿Buenos chicos?
Vicky vuelve a asentir con la cabeza.
—¿Y mis hijos?
Mi canguro y su novio atacado por el
acné me miran con el ceño fruncido. Quizá yo esté siendo injusta:
no todo el mundo tiene por qué estar cortado por el mismo patrón.
Puede que se hayan pasado la noche sentados en el sofá cogidos de la
mano, ¿no?
—Los niños están perfectamente
—masculla Vicky.
—Bien, muy bien —respondo a toda
prisa, e introduzco la mano en el bolso en busca de dinero.
Se lo entrego a Vicky, que ya se está
enfundando su abrigo mientras se dirige a la puerta del salón. Lee
la sigue con paso tranquilo.
—Bueno, gracias por todo —digo con
voz animada—. Muchas gracias.
En el momento que llegan a la puerta,
me doy cuenta de que algo asoma por debajo de uno de los cojines.
Tiro del objeto, con cuidado de no tocarlo más de lo absolutamente
necesario.
—Toma —le digo a Vicky antes de que
tenga oportunidad de escapar—. Puede que lo necesites.
Extiendo el dedo del que cuelga la
ofensiva prenda y devuelvo el microtanga a su legítima dueña.
Con aire altivo, Vicky me lo arranca de
un tirón y sale corriendo sin ni siquiera una palabra de disculpa.
Tengo que sonreír para mis adentros antes de recordarme que nunca,
jamás, permitiré que mi hija trabaje de canguro.
http://novelaslaliterbb.blogspot.com.es/
ResponderEliminarHolaa paso para dejar el link de mi nove laliter!!! Pasad y comentad!!!!!
Saludos
Anabel
Anabel.Pon la forma facil d firmar,nombre/URL ,y sin verificación d palabras, o algunas ,como yo ,no te podremos comentar.Gracias.Voy a leer tu novela ,pero primero quise comprobar si podía comentar.
EliminarJajajjajaja q gracioso muy buenoasas mas mas esta buenísima
ResponderEliminarAl menos Peter y lali no acabaron borrachos.¡Menudo hallazgo,la microtanga!,tendría k sospechar si les hicieron algo a los chiquis,para k se durmieran,jajaja.
ResponderEliminarva bien tranqui como debe ser ya q compartirán relación laboral1Aesa canguro no loa llames más Lali,tu pensando q no te vean saludar a un hombre por la ventana y ella sacándose las ganas en tu living1
ResponderEliminarJa ja Me encanta más!
ResponderEliminarBueno hay que dar gracias que por lo menos la noche no a sido un desastre.......y cande???
ResponderEliminarEsperemos a su primer dia!! que no haya incidentes de por medio por favor!!!
Te amo sister!! no lo olvides!!!!