"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

miércoles, 11 de julio de 2012

Capítulos 15 y 16


Capítulo 15

Peter se introdujo a la fuerza la última cucharada del pantagruélico postre que su madre había servido al final de una cena también pantagruélica. Pensó que en cuanto se mudara a una casa propia la lechuga y el yogur volverían a disfrutar de un lugar privilegiado en el menú. Jamás se le había pasado por la imaginación que pudiera llegar a echar de menos el requesón. Aunque, por otra parte, jamás se le había pasado por la imaginación que él y Eugenia se fueran a divorciar al poco tiempo de comprometerse «para siempre».
Claudia esbozó una sonrisa al contemplar el plato vacío de su hijo.
—Buen chico.
—Gracias, mamá —Peter retiró el paño de cocina que llevaba remetido al cuello, el que su madre se había empeñado en que se pusiese como protección ante su falta de delicadeza a la hora de comer.
—¿Ves? —observó Claudia—. Tanto aspaviento por ponértelo y no tienes ni una sola mancha de natillas en esa camisa tan bonita.
—Sí, es verdad. Ha sido una idea espléndida. Una auténtica inspiración —Peter consultó su reloj—. Tengo que ponerme en marcha.
Su madre frunció el ceño.
—¿A qué hora volverás?
—Tarde —respondió Peter—. Muy tarde.
—Te esperaré despierta —se ofreció ella mientras retiraba la vajilla de la mesa y le arrebataba el plato de postre a su marido antes de que éste hubiera terminado.
—No hace falta, tengo llave.
—Martin, dile algo.
Su padre levantó los ojos del hueco donde había estado su plato de postre sin articular palabra. Por lo general, el padre de Peter no hablaba. Tras una vida entera de crítica constante, había llegado a la conclusión de que el silencio era la mejor política. En los viejos tiempos cuando, según Peter recordaba, su padre expresaba su parecer, Claudia solía señalar de forma contundente que estaba equivocado. Si no se utilizan los músculos con regularidad, sencillamente, se atrofian. Y el músculo que servía para expresar las opiniones de Martin Lanzani se había echado a perder mucho tiempo atrás.
—Escucha a tu padre.
Peter se tragó la réplica de que ella jamás le escuchaba. En cambio, respondió:
—Todo irá bien. Te preocupas demasiado. Ya soy mayorcito, sé cuidar de mí mismo.
Los ojos de su madre empezaron a cuajarse de lágrimas.
—Estás guapísimo.
—Gracias —Peter pensó que ojalá que todas aquellas mujeres disolutas que estaba a punto de conocer opinaran lo mismo.
Claudia ahogó un sollozo en su pañuelo.
—Se te ve tan vulnerable...
—¡Mamá!
—Promete a tu madre que no hablarás con mujeres desconocidas.
—De eso se trata precisamente. Como dice Nico, cuanto más desconocidas mejor.
—Díselo, Martin.
Peter y su padre intercambiaron una mirada, aunque este último tampoco dedicó ninguna perla de sabiduría a su hijo, a punto de lanzarse a la aventura.
—¿Qué vais a hacer vosotros esta noche?
—Tu padre va a lavar los platos mientras yo veo ¿Quién quiere ser millonario? —Claudia miró a su marido como dando a entender que a ella le encantaría.
Tal vez fuera preferible una noche de desenfreno con Nico. Eugenia y él podrían haber llegado a la misma situación pasados unos años, y se preguntó cuándo habría comenzado la insatisfacción por parte de su mujer. Por otro lado, Eugenia no era de esa clase de personas a quienes les gusta salir a discotecas; además, el vino tenía demasiadas calorías. Empezó a reflexionar cómo pasaría ahora su ex las noches con su nuevo novio, pero enseguida cayó en la cuenta de que, en realidad, prefería no pensarlo.
—No me esperes despierta. ¡Ni se te ocurra! —ordenó a su madre—. Si veo una sola luz encendida, le diré al taxista que siga dando vueltas hasta que se apague.
—Tu padre puede ir a recogerte.
—Cogeré un taxi.
—¡Mira que eres tonto! —le amonestó su madre.
Peter le dio un beso en la mejilla. Claudia le ponía los nervios de punta, desde luego; pero era su madre, y gracias a su excesiva dedicación para con su hijo, él había disfrutado de esa clase de infancia llena de mimos que en los tiempos que corrían sólo parecía existir en los libros de Enid Blyton. Fue al alcanzar la madurez cuando se familiarizó con el concepto «decepción». Hasta entonces, sus veranos habían consistido en periodos idílicos que pasaba junto a Nico en un ciclo interminable de sol, ciclismo y natación; de sándwiches de carne en conserva y limonada. En realidad, la vida había sido perfecta hasta que las chicas hicieron su entrada, de lo que Nico también tuvo la culpa. Su mejor amigo incluso llegó a orquestar la pérdida de la virginidad de Peter con Patricia Kemp, y luego insistió en un exhaustivo informe del acontecimiento, algo que Patricia jamás llegó a perdonar, sobre todo después de que Nico compartiera la desfloración de su amigo con la clase de 5º B al completo. Y ahora Peter iba a permitir que su colega volviera a entrometerse en su vida amorosa. ¿Es que no iba a aprender nunca?
Una vez en el vestíbulo, se enfundó la americana. ¿Sería el atuendo adecuado para una discoteca? ¿Debería haber acudido a una sucursal de Ted Baker a comprarse ropa más moderna, o eso habría sido típico de un divorciado entrado en años que ponía demasiado interés?
Su padre le siguió y, después de cerrar tras de sí la puerta del comedor, le colocó una mano sobre el hombro.
—Quiero hablar contigo de hombre a hombre.
—Estupendo —respondió Peter.
¿No era un poco tarde para semejante conversación? ¿Acaso la información que los padres dan a los hijos no habría sido más útil a los quince años, y no dos décadas después?
—Yo, en tu lugar —susurró Martin en tono confidencial—, agarraría a la primera chica que se me pusiera por delante y le echaría un polvo detrás de otro hasta dejarla inconsciente.
—Lo tendré en cuenta —repuso Peter.
Su padre le dio una palmada en la espalda y se encaminó a la cocina. Peter, que no cabía en sí de asombro, observó la batida en retirada. Acto seguido, se miró al espejo.
—Confiemos por mi bien en que esa chica sea Kylie Minogue, y no la vieja señora Hooper, la vecina de al lado.
Se escuchó el pitido de un claxon. Peter se asomó a la ventana y comprobó que su taxi acababa de detenerse; llegaba justo a tiempo. Salió disparado por la puerta antes de que sus padres pudieran infligirle mayores daños emocionales con sus respectivas y particulares versiones de los buenos consejos. Junto al taxi, aguardando con paciencia en la calle, se hallaba la pila de chatarra que antes había pertenecido a la pareja de ancianos. Peter se sintió un tanto canalla por no llevarse consigo aquel cacharro —por el que había desarrollado un enfermizo apego sentimental—, pero lo cierto era que no podía describirse en manera alguna como un imán para las chicas. Cualquier mujer con un mínimo de amor propio echaría a correr con sólo ponerle la vista encima. Claro, que cualquier vendedor de coches con un mínimo de amor propio habría hecho lo mismo. Al día siguiente, Peter tendría que elegir un vehículo más adecuado entre los que tenía a la venta. Tal vez le pidiera a Lali que se encargara de escogerlo. La idea le hizo sonreír.
Avanzó a saltos hasta el taxi y justo en ese momento la anciana señora Hooper se asomaba, renqueante, a su puerta principal para colocar los envases de leche vacíos en el escalón de la entrada.
—Hola, Nicholas —dijo, elevando la voz.
—¡Señora Hooper! —Peter la saludó con un amistoso gesto de la mano mientras desaparecía en el interior del taxi.
«Estas cosas sólo me pasan a mí», masculló para sus adentros.

Capítulo 16

Estoy tumbada en la bañera, tratando de mentalizarme para mi noche de juerga con Cande. No recuerdo cuando fuimos juntas a una discoteca por última vez; por consiguiente, también se me ha olvidado lo que el proceso de mentalización implica. Cuando éramos jóvenes nos pasábamos el día arreglándonos y acicalándonos como preparación para las actividades nocturnas. Hay que ver a lo que me ha conducido semejante actitud: dos padres desaparecidos y una falta de liquidez permanente.
—Mamá, ¿no eres ya muy vieja para ir a discotecas?
—Sí —respondo a mi encantadora hija—. Muchas gracias por recordármelo.
También trato de prepararme espiritualmente para una noche de fiesta con el acompañamiento de un solo de tambor por parte de Bruno. Por mucho que quiera a mi hijo, no puedo decir que esté dotado para la música. Allegra baila al son del tambor. Recuerdo que Cande y yo danzábamos al ritmo de A-Ha, KC and the Sunshine Band y Bananarama. Empleábamos tres horas e igual número de botes de laca Silvikrin en conseguir que nuestro pelo adquiriera la rigidez necesaria para que nos vieran en público. Yo trataba de parecerme a Kim Wilde, mientras que Cande —por razones que sólo ella conocía— se esforzaba por dar la imagen de Sheena Easton. Cuando vuelvo la vista atrás, aquellos días se me presentan despreocupados, libres de tensiones, y jamás imaginé que mi vida se iba a desarrollar de esta manera. Al contrario, me veía casada con Morten Harket o con uno de los miembros de Duran Duran —John Taylor, a ser posible—. Chicos: siempre han sido mi perdición.
—La madre de Stephanie Fisher no va a las discotecas.
Pero es que la madre de Stephanie Fisher es una fastidiosa ama de casa que hornea bizcochos caseros y prepara sus propias bolsas de cumpleaños. No expreso esta opinión, pues quiero evitar que mi hija crezca sin respetar a sus mayores, incluso aunque algunos sean unos pelmazos de tomo y lomo.
—¿No te alegras de que todavía me apetezca pasármelo bien?
Allegra reflexiona antes de contestar:
—Podría enseñarte unos pasos de baile para que no hagas el ridículo.
—De acuerdo, adelante.
Cualquier cosa por mantenerla callada. Ahora bien, tengo la firme intención de hacer el ridículo esta noche, ya que puede transcurrir mucho tiempo hasta que vuelva a tener la oportunidad. Vamos a ir a un espantoso local frecuentado por empleados de oficina donde se lleva a cabo un mercadeo de carne fresca. Además, el precio de las copas es excesivo y la música suena a tal volumen que resulta imposible entablar una conversación. Creo que me va a horrorizar, lo que es un signo evidente de que me estoy haciendo mayor antes de tiempo.
Bruno, toca: Oops! I Did It Again, la canción de Britney Spears —decreta su hermana.
Bruno nunca pierde un redoble, ni siquiera lo cambia: se limita a tocarlo más fuerte. Mucho más fuerte. Oops! I Did It Again parece tener exactamente la misma melodía que En la granja de Pepito. Es curioso. No me había dado cuenta hasta ahora. Renuncio a tratar de relajarme y me hundo entre la espuma de mi gel de baño barato, de la línea blanca de los supermercados Tesco. Me muero por usar un gel de marca —de Jo Malone o algo parecido— que desprenda olor a nardos, además de crema para el cuerpo con minerales marinos esenciales y escamas de oro, a unas ciento diez libras por bote. Ésa es la vida que yo quiero.
Mi hija se lanza a ejecutar giros, vueltas y sacudidas que resultan de lo más indecente para una niña de tan corta edad. En serio, tengo que hacer algo con su tendencia a bailar al estilo de Spearmint Rhino, y debería demandar a Los 40 principales por los destrozos que provocan en mis muebles y paredes. Voy a tener que alimentar a mis hijos a base de judías con tomate y tostadas durante el resto de la semana para poder financiar el despilfarro de esta noche. Mientras los redobles de Bruno me provocan dolor de cabeza, me pregunto si será demasiado pronto para pedirle a Peter un adelanto de sueldo.


Chicas! Solo paso para dejar los capitulos y deciros GRACIAS por las firmas! Perdon por no avisar por twitter!!! Espero que os guste!! Firmen mucho!!!!
Besos! Las quiero!!!!

6 comentarios:

  1. Lo de peter es deprimente y lali sin palabras más!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es verdad lo de peter es deprimente me ha hecho gracia el comentario de su padre!!

      Eliminar
  2. No se sabe lo que puede salir de las noches de estos dos, necesitan algo que los anime un poquito!!

    Te amo hermanilla!!!

    Siempre quiero mas!

    ResponderEliminar
  3. Son un roto para un descosido,jajaja,se necesitan mutuamente,no se complementan,son exactamente iguales.

    ResponderEliminar
  4. Lina (@Lina_AR12)12 de julio de 2012, 4:53

    Apuesto a q se encuentran en el boliche!

    ResponderEliminar