"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

jueves, 30 de agosto de 2012

Capítulos 39 y 40


Hola!! Se que hace muchisimo tiempo que no subo pero no he tenido mucho tiempo últimamente!
Entre las fiestas de mi pueblo, vacaciones visitando a una de las personas mas importantes de mi vida y que tengo nueva casa (y la mudanza no se hace sola, os lo aseguro!) no he tenido tiempo para subir ningún capitulo.

A partir de ahora intentare subir mas seguido, lo prometo. GRACIAS a las que han seguido entrando en el blog, Espero que os siga gustando la novela!!

Se os quiere!! Besos a todas!

Capítulo 39

Lali se había quitado la chaqueta del elegante conjunto rojo y Peter pensó que la fina blusa negra que llevaba debajo era la prenda más sensual que jamás se había visto en aquella oficina. Llevaba toda la mañana esforzándose en dejar de mirarla, pues no era la conducta más adecuada para un hombre que podría estar a punto de abandonar la soltería por segunda vez. Pero es que la blusa era provocativa a más no poder. Había que estar ciego, y no sólo casado, para no darse cuenta.
Su ayudante ejecutiva, entre otros títulos que el puesto acarreaba, había dejado de archivar los documentos alegando que resultaba demasiado aburrido —lo cual era una lástima, pues los papeles seguían esparcidos por el suelo— y se había pasado al ordenador, ante el que aporreaba una torturada tecla detrás de otra con lentitud exasperante. Peter no pudo evitar una sonrisa. Lo que a Lali le faltaba en cuanto a conocimientos de secretaria lo compensaba con su empeño y determinación, y el hecho de que fuera una mujer deliciosa no mermaba en modo alguno sus talentos. Lali se pasó la lengua por los labios en señal de concentración al tiempo que clavaba la vista en la Pantalla, y semejante actitud provocaba una serie de alteraciones en su anatomía que para Peter resultaban una tortura. Concluyó que, como había regresado a su dormitorio de adolescente, sus hormonas también habían vuelto a esa fase de la vida. Pudiera ser que Nico le llevara otra vez al CINCUENTA POR CIENTO, donde encontraría a una divorciada con cara de perro deseosa de que alguien se la llevara a la cama. Pero claro, no estaba bien pensar en esas cosas ahora que iba a volver con Eugenia.
Cierto era que aquella mañana había sentido más deseos de acudir a la oficina que desde hacía meses, acaso años. Había tenido tanta prisa por llegar a tiempo a trabajar que se había zampado su desayuno de huevos con beicon a toda velocidad, lo que había traído consigo otra amonestación por parte de su madre. Claudia era partidaria de mezclar en un mismo plato la dieta del doctor Atkins con algo que podía calificarse como «carrusel de carbohidratos». La montaña de comida yacía en su estómago pesadamente.
Se las había arreglado para regresar a casa tras su encuentro con Eugenia sin que su madre se diera cuenta, lo que rayaba en el milagro, ya que no se le pasaba una. Sin embargo, durante el desayuno Claudia le había estado lanzando miradas de reojo. Menos mal que se había sujetado la lengua y no le había interrogado sobre su supuesta cita con la luchadora de barro. Se habría encontrado con una respuesta peor de la que esperaba.
Peter consultó su reloj.
—Tenemos que marcharnos —anunció—. El señor Hashimoto es un fanático de la puntualidad y quiero darle una buena impresión.
Lali abandonó el ordenador.
—En Japón son muy quisquillosos con los buenos modales, ¿no es verdad? —Lali lanzó a Peter una mirada nerviosa—. ¿Seguro que no te importa que te acompañe?
—No, nada de eso —le aseguró él—. Será genial.
Lali se levantó, se alisó la falda y, a Dios gracias, volvió a ponerse la chaqueta. Si su ayudante permanecía completamente vestida, quizá él sería capaz de concentrarse en la reunión de trabajo. Lali se abrió camino a través de los montones de papeles esparcidos por el suelo.
—¿Crees que podríamos continuar mañana con la organización de los papeles? —preguntó Peter.
—Quizá —respondió Lali con cierta displicencia—. Estoy priorizando. He pensado que mi primera misión va a consistir en elaborar la declaración de objetivos de la empresa.
—¿Y si el primero de esos objetivos fuera devolver los documentos a sus ficheros correspondientes?
Lali le agarró por el brazo y le condujo hacia la puerta.
—Te preocupas demasiado.
Peter agarró su maletín al pasar.
—¿Necesitas hacer pis antes de que nos marchemos? —preguntó Lali.
Peter parpadeó en un intento por ocultar su sorpresa. El rostro de su ayudante adquirió un atractivo tono remolacha.
—¿Pis?
—Puede que el camino sea largo —repuso Lali con la voz quebrada.
—Sí, es largo —respondió Peter—. Vamos a Londres. Hemos quedado en Nobu, el restaurante preferido del señor Hashimoto.
Lali se mostró horrorizada.
—Sabía que íbamos a un sitio elegante, pero no tanto. ¿Seguro que voy bien arreglada?
—Para mí, estás muy bien —dijo él aclarándose la voz—. Perfecta, diría yo.
—Gracias.
En el exterior les esperaba el coche de Peter. Lali lanzó una única mirada al destartalado vehículo y volvió la vista hacia su jefe.
—Llevaremos el mío —decidió—. Está en unas condiciones ligeramente mejores.
—Podríamos coger uno de ésos —Peter hizo un gesto en dirección a las hileras de automóviles usados.
—No tenemos tiempo de quitar todas esas pegatinas.
—De acuerdo; pero mañana compraré unas ruedas mejores, te lo prometo.
—Tienes que pensar en tu imagen —le amonestó Lali—. Deberías conducir un coche como es debido.
—Tienes razón —ahora era el nuevo Peter, experto en negocios, pero siempre se le olvidaba—. También tú deberías mejorar de coche. Allí hay un pequeño Corsa que puedes utilizar.
—¿Un coche nuevo? —sintió que le iba a dar un infarto.
—¿Te gustaría?
—Estaría en deuda contigo eternamente.
—Decidido —concluyó Peter—. Corre bien. Es de fiar. También tenemos que pensar en tu imagen. Mañana lo organizamos todo.
—Mañana —repitió Lali con un aturdido gesto de aprobación con la cabeza antes de consultar su reloj— Más vale que nos pongamos en marcha.
—¿Sabes? —dijo Peter—. Creo que voy a hacer un pis, después de todo.
—Buena idea —aprobó ella—. Y yo voy a calentar el motor del montón de chatarra.

Capítulo 40

Sonaron tres timbrazos antes de que Nico contestara al teléfono, el tiempo suficiente para que a Cande le flaquease el valor. A pesar de las promesas a Lali y a sí misma, tenía que hablar con él una vez más. Sólo una vez y punto.
—Aquí Nico Riera.
Su voz sonaba enérgica y formal. Cande le imaginaba en su elegante oficina urbana, enfundado en su elegante traje urbano, y la visión resultaba muy diferente a la que guardaba de su noche de pasión con él.
Cande volvió la vista hacia los niños, dormidos a su espalda.
—Soy yo —dijo con tono vacilante.
—¿Y de qué «yo» en concreto se trata?
En su timbre suave se apreciaba una nota de burla.
—Yo, la de anoche —respondió Cande, haciéndose tirabuzones con los dedos—. Ha sido una mala idea, lo siento.
—No, nada de eso —susurró Nico al auricular—. Ni siquiera es la hora de la comida y ya te echo de menos.
—Sólo quería darte las gracias.
Nico se rió.
—De nada. El placer fue mío. Bueno..., no sólo mío, me da la impresión.
Cande suspiró.
—Eres estupendo, Nico.
—En ese caso, queda conmigo para comer.
—¿Para comer? —ahora le tocaba a Cande echarse a reír. Para ella, el almuerzo solía consistir en unas cuantas varitas de merluza que masticaba al tiempo que balanceaba a un niño en la cadera—. No soy la clase de mujer que queda para comer.
—Pues quizá deberías empezar a serlo —sugirió él.
Cande vaciló. Le encantaría ser de esas mujeres que dan pequeños mordiscos al queso de cabra al horno, que comen ensalada de rúcula con puntas de espárragos tiernos y unas gotas de vinagre balsámico. En cambio, se había convertido en un ama de casa que compraba pizzas congeladas en la sección de ofertas del supermercado y las acompañaba nada más y nada menos que con exóticas patatas fritas congeladas de corte grueso. Ya no sabía lo que era ingerir alimentos que no se pudieran mojar en tomate ketchup.
—Una hora —suplicó Nico—. No tardaremos más. Sólo hablo de una hora en todo el día; no es mucho pedir.
A su lado, Charlotte se despertó. Igual daría que Nico le estuviera pidiendo la mismísima luna.
—Nico...
—Venga, vive peligrosamente por una vez.
Cande levantó la vista hacia el televisor. En la pantalla se veía un anuncio de detergente para lavadoras en el que se exponían las virtudes de las toallas ultrablancas, que hacían que tu familia te quisiera más. Un personaje famoso de segunda categoría sostenía en alto un paquete del mencionado detergente:
—Como toda ama de casa sabe, no hay mayor alegría en la vida que otorgar a sus toallas el resplandor Ultra-White.
A Cande se le ocurrían muchas otras cosas para proporcionarle alegría en la vida que no tenían nada que ver con el detergente para lavadoras. Y una de ellas se encontraba en este momento al otro lado del teléfono. El estómago se le encogió.
—De acuerdo —hizo un gesto de asentimiento—, nos vemos para comer.