"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

domingo, 8 de julio de 2012

Capítulos 11 y 12


Capítulos dedicados a Lina por ser la primera que firmó!
A partir de ahora subiré capítulos de dos en dos porque sino se quedan muy cortos.
Espero que os guste! Besos

Capítulo 11

El dormitorio de Peter no había cambiado desde que él tenía catorce años, y se preguntó si alguna vez sería capaz de encontrarse satisfecho sobre el particular. Cuando todos sus compañeros escuchaban a Deep Purple y pintaban de negro sus habitaciones, la de Peter seguía decorada con dibujos de aviones y contenía una librería de lo más cursi cuya parte posterior, eso sí, le servía para esconder revistas pornográficas. Su osito de peluche, Georgie Best, seguía ahí plantado como siempre, sonriendo amablemente, con las patas extendidas entre la sobrecarga de libros de la balda superior.
Ahora que había vuelto a casa, su cuarto le ponía los pelos de punta, como si se tratara de una especie de altar dedicado a todo lo que Peter aborrecía. Unos cuantos pósters de fútbol manoseados ocultaban los biplanos del papel pintado, y le vino a la memoria lo furiosa que se había puesto su madre cuando él los colocó en la pared con plastilina adhesiva. Peter exhaló un suspiro para sus adentros. Aquellas sublevaciones de la infancia siempre habían ocurrido a pequeña escala, igual que en la actualidad.
Bajó la vista para mirarse. Por razones que sólo su madre comprendía, llevaba puesto un pijama de su padre. El hecho de haber visto a su hijo envuelto en una simple toalla camino del cuarto de baño había supuesto un asalto excesivo a la sensibilidad de Claudia. Tal vez le recordó con excesiva crudeza que ya no era su niño pequeño. En un gesto de desafío, Peter se quitó la parte de arriba del pijama y la arrojó al suelo. Tenía que marcharse de aquella casa lo antes posible, antes de que su madre consiguiera sobreprotegerle hasta el punto de anular cualquier intento por parte de Peter de funcionar en el mundo real como cualquier adulto independiente. Alguien llamó a la puerta con suavidad. Peter soltó un gruñido silencioso.
Su madre asomó la cabeza por la puerta.
—¿Estás durmiendo?
—Sí —respondió Peter.
—Soy yo.
—Ah, creía que Meg Ryan venía a violarme.
Su madre le apartó los pies a un lado y se sentó en el extremo de la estrecha cama individual.
—A veces hablas igual que tu padre. ¿Te apetece una taza de chocolate caliente?
Peter se incorporó en la cama y su madre le pasó el tazón al tiempo que clavaba las pupilas en la parte superior del pijama, tirada en el suelo, y evitaba mirar el torso desnudo de su hijo. Ante esta pequeña victoria, Peter esbozó una sonrisa.
—Gracias, mamá.
—Estuviste muy bien en el baile. Todos comentaron que te movías con mucha soltura.
Claudia le dio unas palmadas en la pierna, oculta bajo la ropa de cama. En la casa de los Lanzani no existían las fundas nórdicas, y Peter volvía a encontrarse con sábanas y mantas «como Dios manda». Los edredones resultaban demasiado escandinavos para el gusto de su madre. Peter añoraba su propia cama, con sus mullidas capas de plumón de ganso. Y también añoraba, más de lo que nadie podía imaginar, la manera en la que Eugenia se introducía a su lado, arqueaba el cuerpo fresco y terso y lo apretaba contra el suyo.
—Has salido a tu madre.
—Qué bien.
Claudia estiró la mano y le acarició el cabello.
—Me preocupo por ti.
—No tienes por qué.
—La hija de la señora Bather va a divorciarse.
Peter fingió un bostezo.
—Ah, ¿sí?
—A lo mejor te apetecería llamarla por teléfono.
—No lo creo.
—Tienes que empezar a salir otra vez, ya lo sabes.
Peter se colocó los brazos detrás de la cabeza.
—Ya fui a practicar baile country contigo.
—Y pasamos un rato estupendo —añadió Claudia—, pero sabes muy bien que no me refiero a eso.
—Bueno —repuso Peter con tono triunfal—, pues te encantará enterarte de que mañana por la noche voy a salir con Nico. A una discoteca que se llama Nenas Calientes, o algo parecido.
—Vaya —su madre parecía horrorizada—. ¿Volverás tarde a casa?
—Si juego bien mis cartas, puede que no vuelva —Peter hizo un guiño con tintes lujuriosos.
Su madre le quitó el tazón de chocolate de un manotazo.
—En ese caso, más vale que duermas bien para encontrarte en forma mañana.
A paso de marcha, se dirigió hacia la puerta de la habitación y dedicó una sonrisa al osito sentado en la librería.
—Que sueñes con los angelitos, Georgie Best.
A continuación cerró la puerta con firmeza. Peter volvió la vista a la mullida criatura, el oso de peluche más inocente que imaginarse pueda, y preguntó:
—¿Cómo puedo quedarme en esta casa y no asesinarla?
Pero claro, el animal, que debía de haber sido sobornado por la madre de su dueño, permaneció mudo. Peter se acomodó en la cama.
—Que sueñes con los angelitos, Georgie Best.
Antes de cerrar los ojos, Peter recogió uno de sus zapatos y se lo lanzó al peluche, que cayó en picado desde su estante. A continuación se dispuso a conciliar el sueño mientras soltaba por lo bajo una risita diabólica.

Capítulo 12

—¿Qué es eso?
—Copos de maíz —responde mi hija con una nota desafiante que, en este crítico momento, de buena gana le borraría de una bofetada.
—¿Y qué hacen aquí?
«Aquí» es debajo de la cama, donde, a juzgar por el avanzado estado del moho que se aprecia en la capa superior, deben de llevar algún tiempo.
Allegra se encoge de hombros, como si nunca en su vida hubiera visto semejantes cereales. Agito el cuenco frente a sus narices con gesto amenazante.
—Con esto que tienes aquí se podrían realizar experimentos sobre la guerra bacteriológica.
La niña no parece convencida. Ni amenazada.
He descubierto las tendencias antihigiénicas de mi hija esta mañana porque no quedaban cuencos en el armario. ¿Acaso las familias de verdad se sientan juntas a desayunar en agradable compañía, o también empiezan la jornada con una pelea a gritos?
—Esta noche vas a limpiar tu habitación, jovencita —decreto con una voz que se parece a la de mi madre más de lo que estoy dispuesta a admitir. Incluso agito el dedo índice.
Mi hija, molesta porque su negligente comportamiento haya quedado al descubierto, procede a actuar a un ritmo con el que podría haber competido hasta el caracol más reticente. Hay veces que lamento la circunstancia de que pegar a los niños no esté bien visto hoy en día, ya que en este preciso momento encuentro un cierto atractivo en la violencia física. Allegra sabe que estoy nerviosa por culpa de la entrevista a la que me voy a someter única y exclusivamente para el bien de mis hijos; aun así, no hace nada por facilitarme las cosas. Cada fibra de su cuerpo irradia odio hacia mi persona, y es en estas ocasiones cuando no me vendría mal un poco de ayuda. Me encuentro sin fuerzas para razonar con ella, y sé que si tuviera a mi lado a alguien que se uniera a mí en su contra, tendría la oportunidad de alzarme yo con la victoria. Ya temo lo que será cuando la pille con su primera copa, su primer cigarrillo o su primer novio.
—Te quedas sin desayunar —declaro. Lo que no supone un gran castigo para mi hija, ya que en todo caso come menos que un gorrión y por lo general me cuesta convencerla de que se alimente, de lo que culpo a todas las famosas flacas como palos que salen en televisión, desde Victoria Beckham hasta Kate Moss—. Dentro de cinco minutos quiero verte vestida y montada en el coche.
Todo eso está muy bien, sólo que yo aún estoy sin vestir. Me atormenta la duda ante la elección de vestuario. En serio, es aún peor que si estuviera tratando de encontrar un atuendo para la ceremonia de los Oscars entre las limitadas opciones de mi armario. Debido a que me paso los días con unos vaqueros manchados de vómito infantil —mi querido hijo aún no ha superado la etapa de la regurgitación repentina—, existe una penosa carencia de elegantes trajes de chaqueta ocultos en mi vestidor. Tengo un conjunto negro que compré hace cinco años para el entierro de la abuela de Benjamin, de modo que eso es lo que voy a tener que ponerme. De todos los malos presagios, éste tiene que ser el peor: acudir a una entrevista de trabajo vestida para una incineración. No obstante, me enfundo el traje de chaqueta al tiempo que doy gracias por no haber dispuesto del dinero suficiente para permitirme lujos y, por lo tanto, apenas he engordado desde entonces. Confío en que Bruno se porte bien y no me vomite encima ni me embadurne de mermelada.
Hoy precisamente tengo que ser más puntual que nunca y, puesto que creo firmemente en el dicho «Vísteme despacio que tengo prisa», voy con retraso. El lugar de mi entrevista de trabajo se encuentra sólo a diez minutos en coche en condiciones normales, pero por culpa de la hora punta tardaré más del doble. Cuando consigo acomodar a Bruno en el coche, Allegra está sentada sin pronunciar palabra y con la mirada fija al frente. Salimos despedidos calle abajo haciendo caso omiso del límite de velocidad hasta que nos topamos con el primer atasco. Cuando por fin dejo a Allegra en el colegio, mi hija continúa sin hablarme.
—Te quiero —le digo mientras estampo un beso en su rígido rostro—, aunque a veces no me caes bien.
Soy de la opinión de que hay que evitar despedirse de las personas en un clima de resentimiento, no vaya a ser que suceda algo terrible durante el día y no se tenga la oportunidad de hacer las paces. Mi hija me conoce. En sus ojos se aprecia un desafiante destello de victoria.
—Deséale suerte a tu madre en la entrevista.
Allegra se baja del coche con un portazo, lo que provoca que Bruno rompa a llorar. Doy por perdida la oportunidad. Mi hija ve a su amiga Stephanie Fisher y corre hacia ella, sin duda para entretenerla con el cuento de lo bruja que es su madre. Por descontado, Stephanie Fisher debe de tener una madre perfecta. Y un padre maravilloso.
Bruno y yo nos ponemos en marcha y nos abrimos paso como posesos entre las calles secundarias hasta que llegamos a casa de Cande. ¿Cómo demonios voy a hacer esto mismo todas las mañanas si consigo un empleo? Trato de recordarme a mí misma lo maravillosa que será mi autoestima cuando me las arregle para dejar de vivir de las ayudas estatales y pueda mantener a mi familia con un espléndido sueldo ganado por mí misma. Entonces, todo este estrés añadido, todo este esfuerzo, merecerá la pena.
Lanzo una fugaz mirada al reloj con la vana esperanza de que, por una vez, el tiempo haya conspirado para ayudarme y esté avanzando hacia atrás. Arranco a un sobresaltado Bruno de su silla de seguridad y salgo corriendo por el camino de acceso hasta la puerta principal de mi amiga.
—Te has retrasado —suelta Cande nada más abrir.
—Ya lo sé —respondo falta de aliento—. Con suerte, puede que llegue justo a tiempo.
Bruno, descontento por tanta sacudida nada más desayunar, me vomita en el hombro.
—¡Joder!
Cande me quita al niño de encima y me lleva a la cocina, donde procede a apartarme el vómito con una bayeta húmeda. ¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué he tenido un hijo con un estómago tan sensible?
—¿Y si no se quita? —pregunto entre gemidos.
—Tonterías —replica Cande—. Quedará perfectamente —saca del armario un ambientador en spray y me rocía con aroma fresco de pino—. Y ahora, vete de una vez.
Me precipito hacia la puerta de salida seguida por Cande y por Bruno, ahora encajado en la cadera de mi amiga.
—Un beso para mamá.
Doy un beso precipitado a mi pegajoso hijo antes de salir corriendo.
—¡Buena suerte!
—Voy a necesitarla —el labio de Bruno empieza a temblar—. ¿Seguro que estará bien?
—Estará perfectamente —me asegura Cande—. Di adiós a mamá.
—Adiós a mamá.
—Os quiero —grito a Cande y al niño, y me monto en el coche. Pienso que tengo que conseguir ese trabajo; no puedo estar sometiéndome a este infierno para nada.
Mientras les veo a través del espejo retrovisor agitando la mano como locos, salgo despedida calle abajo, donde, a los cinco segundos, me encuentro con otro atasco. Así es la conducción hoy en día en el Reino Unido, a pesar de la cacareada política del Gobierno con la que se intenta convencernos de que utilicemos los medios de transporte público, lo que resulta patético, ya que el transporte público en general se encuentra o bien detenido en otro atasco o sufriendo un descarrilamiento. Por lo visto, el ciudadano medio pasa seis semanas de su vida en el coche, rodeado de tráfico, y me da la impresión de que me estoy convirtiendo en una ciudadana media a toda rapidez. A este paso, llegaré a mi entrevista sin un solo diente, porque me habrán desaparecido de tanto rechinarlos.
Necesito algo que me ayude a calmarme, pero no puedo poner la radio, ya que alguien me arrancó la antena muchas noches atrás y no me he podido permitir el coste de la reparación. A medida que avanzo centímetro a centímetro, elevo el volumen de la cinta Pat, el cartero, propiedad de Bruno, ante la ausencia de algo más adecuado para adultos, o más relajante, y me pongo a practicar técnicas de respiración. Por desgracia, el jovial cartero no está en condiciones de competir con Classic FM.
—Hola —trato de esbozar una sonrisa—. Lali Esposito.
«Demasiado tensa. Relaja los labios. Tranquila. Tranquila.»
—Hola. Encantada. Soy Lali Esposito.
«Mejor. Mucho mejor.»
—¿Qué tal? Soy Lali Esposito.
El reloj capta mi atención y no doy crédito a la manera en la que el tiempo, el tráfico y la vida en general se han unido para conspirar en mi contra.
Bajo la ventanilla y grito al atolladero de coches:
—¡Moveos de una puta vez, malditos cabrones!
Mi voz es arrastrada por la fría brisa matinal y vuelvo a subir la ventanilla.
Pat, el cartero, sigue parloteando sin parar. Respiro hondo diez veces.
—Hola. Soy Lali Esposito.
No es suficiente. Respiro otras diez veces más.
—Encantada de conocerle. Lamento llegar tarde.
Mientras una cacofonía de bocinas comienza a sonar a mí alrededor, apoyo la cabeza en el volante y hago esfuerzos por no llorar.

4 comentarios:

  1. Lina (@Lina_AR12)8 de julio de 2012, 22:50

    Grax por la dedicatoria...Peter tiene razón debe volar pronto de ahí,y lali pobre la rema a más no poder con sus dos niños!
    Juraría q se viene el encuentro!

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  2. Podre, no les sale nada bien!! Me encanta más!!!

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  3. Pobrecita!! es algo muy desesperante......en serio, pide un poco de suerte para ellos!!

    TTM!!!!!!!!

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  4. No dan ni una ,espero k cuando se encuentren d nuevo cambien sus vidas.Allegra ,¡k niña x Dios ,es exasperante!,¿tan solo con 10 años y ya se comporta d esa manera,ella también va a tener k cambiar.

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