"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

sábado, 21 de julio de 2012

Capítulos 31 y 32


Capítulo 31

Peter se encontró con Eugenia en el Old Boot, un pub situado en un anodino pueblo a las afueras de Milton Keynes que consistía en un puñado de viviendas campestres adosadas; una iglesia demasiado grande para el escaso número actual de feligreses; una flamante urbanización que parecía la clase de lugar al que se mudarían las protagonistas de Las mujeres perfectas si alguna vez se cansaran de Stepford, su idílico paraíso, y ese mismo pub, donde Eugenia y él habían conmemorado sus cinco aniversarios de boda con celebraciones de un perfil más bien bajo. Si Peter se la hubiera llevado a París a pasar un fin de semana de pasión, tal vez aún seguirían casados.
Eso sí, era un pub agradable, uno de los pocos que se habían resistido a la modernización y seguía aferrado a sus adornos de bronce, sus vigas bajas de madera y su comida tradicional, al contrario que la nueva avalancha de establecimientos que no acababan de decidir si eran bares de copas, restaurantes, clubes nocturnos o sucursales de Hábitat. El Old Boot no era la clase de local donde se sirviera cocina tailandesa los martes por la noche con el único propósito de atraer a una clientela más moderna. Peter no acertaba a comprender por qué a Eugenia le agradaba aquel lugar, ya que ella era de esa clase de personas a las que les gusta frecuentar establecimientos donde sirven comida tailandesa los martes por la noche. Quizá no le gustase el Old Boot en absoluto y se trataba de otro aspecto más sobre el que Peter se había estado engañando desde el principio.
Colocó el vaso de agua mineral —sin hielo, porque el hielo de los pubs era poco higiénico— sobre la mesa, delante de Eugenia, quien empezó a dar sorbos sin ningún entusiasmo. A pesar de que su mujer se encontraba claramente incómoda, tenía un aspecto radiante. Como siempre, su cabello brillaba y su cutis lanzaba destellos. Llevaba un jersey negro ceñido que parecía suave al tacto y resaltaba sus curvas, todas ellas en el lugar apropiado; era una buena propaganda de la profesión que había elegido. Peter se preguntó si aún amaba a Eugenia. ¿Estaría así de nervioso si ya no le importara? No, no lo estaría, y por supuesto que le importaba. No te pasas siete años con una persona y luego deja de importarte de la noche a la mañana. Bueno, por lo menos a él no le había ocurrido. No podía responder por su mujer, quien no daba la impresión de que Peter le importara demasiado, la verdad.
—Bueno —dijo ella, por fin—, ¿qué tal la vida en casa de tus padres?
—Terrible —respondió Peter—. Si no encuentro casa pronto, me voy a volver loco.
—¿Tu madre?
—Es un misterio que mi padre todavía no la haya descuartizado con el cuchillo eléctrico. Podría alegar sufrimiento humano extremo como defensa.
Eugenia dejó que su cabello cayera hacia delante y le miró desde debajo de sus pestañas.
—¿Sabe que has quedado conmigo esta noche?
—No —Peter hizo una mueca—. Cuanto menos sepa, mejor. De hecho cree que me estoy corriendo una juerga con una luchadora de barro de Macclesfield.
Eugenia arqueó las cejas.
—Es una larga historia —añadió Peter.
—Se enterará —observó Eugenia—. Lo más probable es que te haya colocado un micrófono oculto.
—Ah, sí —Peter suspiró—. Seguro que me está escuchando.
Eugenia se puso a juguetear con la cartulina en la que estaba escrito el menú.
—¿Has cenado?
—Vivo con mi madre —dijo él a modo de respuesta.
—Claro, habrás comido por diez.
—Por veinte —puntualizó Peter dándose palmadas en el estómago—. Pero tú pide lo que te apetezca.
Eugenia apartó la carta a un lado.
—No tengo hambre —dijo. Frunció los labios mientras miraba a Peter—. Últimamente no tengo mucho apetito...
«Dios santo —pensó Peter—, que no haya venido a decirme que está embarazada. ¿Las mujeres rechazan la comida cuando están embarazadas o acaso comen más?». No tenía ni idea, la verdad. Pero si Eugenia esperase un hijo de Axel, el carnicero, la noticia le caería como un mazazo. Un sudor frío empezaba a brotarle en la espalda y dio un sorbo de cerveza para tratar de apartar ese pensamiento de su mente.
—¿Sabes? —prosiguió Eugenia—. Me alegro de que sigamos siendo amigos.
—Bueno, si no fuera así, echaríamos a perder los años que hemos pasado juntos —se relajó un poco, ya que aún no se había producido el anuncio—. Y tuvimos épocas buenas —Peter esbozó una sonrisa cansada—. De hecho, para mí todo iba bien.
Eugenia se ruborizó.
—Siento que se acabara de esa manera.
Peter se encogió de hombros y trató de adquirir una expresión de indiferencia.
—Así funciona el mundo en estos días.
«Te hartas del viejo y vas a por el nuevo. Teléfonos móviles. Coches. Frigoríficos. Parejas. Lo mismo da. En el caso de los cónyuges, no importa que hayas hecho todo tipo de promesas solemnes a la parte contraria. Sólo se necesitan unos cuantos miles de libras y un par de papeles diciendo que se trató de una gran equivocación, que en realidad no tenías esa intención, y ya te puedes quedar con la conciencia tranquila», pensó Peter.
—A veces te echo de menos —confesó Eugenia—. Axel no se parece en nada a ti.
—Creía que ése era el mayor atractivo.
—Nos hemos comportado como auténticos adultos en este asunto.
—Sí, claro —respondió Peter—. Auténticos adultos, es verdad —sólo los adultos son capaces de comportarse tan puñeteramente mal.
Eugenia vaciló y luego deslizó la mano por la mesa en dirección a Peter. Éste se quedó mirándola con estupor.
¿Esperaba Eugenia que Peter la cogiera? Por si acaso, seguiría sujetando su vaso.
—Peter —Eugenia exhaló un suspiro un tanto exasperado y apenas audible—, a veces me pregunto si no nos precipitamos demasiado.
—¿Los dos?
Ella se enojó ligeramente:
—No toda la culpa es mía.
—No.
Eugenia adquirió su expresión de empollona de la clase.
—Peter, la gente no abandona los matrimonios perfectos.
—No —coincidió él—, pero a veces se le da a la otra persona la oportunidad de poner remedio a lo que va mal.
Eugenia no le había dado semejante oportunidad ni por asomo. Se limitó a anunciar que había conocido a otro hombre y pidió a Peter que se marchara. Él seguía sin saber qué había pasado y tal vez ése era el motivo por el que no había podido hacer borrón y cuenta nueva, ya que había existido una lamentable ausencia de detalles sórdidos de los que acusar a su mujer. ¿Cómo podía ser que Miss Vegetariana del Año hubiera ido a liarse con un carnicero? Peter había tenido que contentarse con hacer conjeturas, pues su mujer permaneció con los labios sellados —y cierto aire de superioridad— acerca de la naturaleza exacta del romance.
—¿Es eso lo que te hubiera gustado?
—Ahora ya no importa mucho, ¿no te parece? —replicó él—. Los dos hemos dejado atrás nuestra relación Tú eres feliz con Axel y yo tengo una luchadora de barro imaginaria.
Eugenia retiró la mano.
—Me dio la impresión de que te llevas muy bien con Lali.
—Sí —respondió Peter con entusiasmo—. Es fantástica. Una verdadera baza para el negocio.
—¿En serio? —repuso Eugenia—. Creía que tenía otras bazas más evidentes.
Peter fingió un aire de inocencia:
—No me había fijado.
Pero claro que se había fijado, y Eugenia sabía que estaba mintiendo.

Capítulo 32

Estoy sentada en el sofá, disfrutando de otra copa de chardonnay barato. Al menos ahora tengo la excusa de que se trata de una manera de relajarme después de un día agotador, y no que me dedico a beber de puro aburrimiento. A ambos lados estoy apuntalada por Allegra, Bruno y una variedad de peluches entre los que se encuentra el repugnante Doggy. Estamos viendo reposiciones de la serie Fama, que tiene embelesada a mi hija. Bruno se ha quedado dormido y mira la pantalla con los ojos cerrados, lo que significa que volverá a despertarse a mitad de la noche. En esta casa nos gusta sacar provecho al dinero que pagamos por la licencia para ver la televisión.
Mientras contemplo cómo unos jóvenes ilusionados y de aspecto lozano ejecutan sus pasos de baile, me pregunto si yo podría canalizar la afición de mi hija por las artes escénicas hacia un futuro lucrativo. Dada la manera en la que hoy en día rechaza el mundo académico, no parece que vaya a mantenerme en mi ancianidad con sus ganancias como abogada del Tribunal Supremo. Corea todas las canciones de la serie y lamento que no recuerde las tablas de multiplicar con la misma facilidad.
Odio admitirlo, pero estoy exhausta después de un solo día de trabajo. No se trata de cansancio físico, sino de sobrecarga mental. Es la primera vez en meses que he tenido que entablar una conversación prolongada con un adulto. Si Peter hubiera querido charlar sobre Girls Anoud, Beyoncé Knowles, Destiny's Child, Blue, One True Voice o sobre cómo Robbie Williams es tan fabuloso que no parece real, en ese caso me habría encontrado en terreno seguro. En cambio, me da la impresión de que cualquier forma de discurso adulto sofisticado va a necesitar un poco más de práctica. Sin embargo me siento orgullosa de mí misma porque he dejado de ser un azote para la sociedad y me he convertido en un miembro de la raza humana con empleo remunerado.
Los profesores de Fama siguen despotricando. Da la impresión de que en los tiempos que corren todo el mundo quiere llegar a ser una estrella, una celebridad, o bien situarse en lo más alto de alguna clase de organigrama sin tener que empezar desde abajo. Mientras que yo, al contrario, apuesto por lo básico. Cuando una adolescente de la serie se pone a pegar chillidos y a armar una pataleta —creo que es aquí donde mi hija aprende los excesos de su comportamiento—, suena el teléfono. Cande es la única persona que me llama y albergo la esperanza de que lo haga para decirme que ha tenido tiempo para reflexionar sobre su indecoroso episodio con Nico y que, en efecto, ha entrado en razón.
—Hola, Cande.
El suave tono de Cande no me responde.
—Hola. ¿Hola?
Nada.
—¿Peter? Peter, ¿eres tú?
Es la única persona, además de Cande, que se me ocurre que podría llamarme, y confío en que no sea para despedirme después de que he acopiado el coraje para volver a meter un dubitativo dedo del pie en el ancho mundo.
—¿Peter?
La comunicación se corta. ¡Qué raro!
—¿Quién era? —pregunta Allegra, dedicando aún toda su atención al televisor.
—Nadie —me encojo de hombros con aire extrañado.
Se gira hacia mí y la sonrisa esperanzada que aprecio en su rostro me parte el corazón en pedazos.
—¿Crees que podía ser papá?
—¿Papá?
Siento ganas de decir: «¿Por qué diablos iba a ser papá?», pero en los ojos de Allegra hay un destello de alegría desenfrenada que no puedo arrancar de un plumazo con expresiones crueles sobre su progenitor ausente.
Mi hija, decepcionada, frunce el ceño.
—Ya nunca nos llama —protesta—. ¿Se habrá olvidado de nosotros?
La atraigo hacia mí y ella, a regañadientes, acepta el abrazo.
—No lo sé, Allegra, cariño —le respondo—. La verdad es que no lo sé.

6 comentarios:

  1. Q vida la de ambos!Es justo y necesario q rearmen juntos sus vidas!Q tengan una historia YA!

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  2. Necesitan urgente acomodar sus vidas!! Más!

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  3. K casos ,d vidas monótonas,jajaja,esperemos k se espabilen juntos d una buena vez.

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  4. La verdad es que lo de Eugenia es rarisimo......que se supone que busca ahora???

    Y la llamada de que recibe Lali??? quien puede ser? no aparecerá ahora el ex no??

    Por dios!! que estos dos avancen un poquito que se harán bien el uno al otro, aunque cuando Peter descubra que es madre......no se como se tomará la mentira.....en fin estaré esperando lo que viene para saber la respuesta...

    Las dos de la mañana y me da por largar el rollo....jajaja!

    Te amo hermanuchis!!! Siempreee!!

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