Capítulo 31
Peter se encontró con Eugenia en el
Old Boot, un pub situado en un anodino pueblo a las afueras de Milton
Keynes que consistía en un puñado de viviendas campestres adosadas;
una iglesia demasiado grande para el escaso número actual de
feligreses; una flamante urbanización que parecía la clase de lugar
al que se mudarían las protagonistas de Las mujeres perfectas si
alguna vez se cansaran de Stepford, su idílico paraíso, y ese mismo
pub, donde Eugenia y él habían conmemorado sus cinco aniversarios
de boda con celebraciones de un perfil más bien bajo. Si Peter se la
hubiera llevado a París a pasar un fin de semana de pasión, tal vez
aún seguirían casados.
Eso sí, era un pub agradable, uno de
los pocos que se habían resistido a la modernización y seguía
aferrado a sus adornos de bronce, sus vigas bajas de madera y su
comida tradicional, al contrario que la nueva avalancha de
establecimientos que no acababan de decidir si eran bares de copas,
restaurantes, clubes nocturnos o sucursales de Hábitat. El Old Boot
no era la clase de local donde se sirviera cocina tailandesa los
martes por la noche con el único propósito de atraer a una
clientela más moderna. Peter no acertaba a comprender por qué a
Eugenia le agradaba aquel lugar, ya que ella era de esa clase de
personas a las que les gusta frecuentar establecimientos donde sirven
comida tailandesa los martes por la noche. Quizá no le gustase el
Old Boot en absoluto y se trataba de otro aspecto más sobre el que
Peter se había estado engañando desde el principio.
Colocó el vaso de agua mineral —sin
hielo, porque el hielo de los pubs era poco higiénico— sobre la
mesa, delante de Eugenia, quien empezó a dar sorbos sin ningún
entusiasmo. A pesar de que su mujer se encontraba claramente
incómoda, tenía un aspecto radiante. Como siempre, su cabello
brillaba y su cutis lanzaba destellos. Llevaba un jersey negro ceñido
que parecía suave al tacto y resaltaba sus curvas, todas ellas en el
lugar apropiado; era una buena propaganda de la profesión que había
elegido. Peter se preguntó si aún amaba a Eugenia. ¿Estaría así
de nervioso si ya no le importara? No, no lo estaría, y por supuesto
que le importaba. No te pasas siete años con una persona y luego
deja de importarte de la noche a la mañana. Bueno, por lo menos a él
no le había ocurrido. No podía responder por su mujer, quien no
daba la impresión de que Peter le importara demasiado, la verdad.
—Bueno —dijo ella, por fin—, ¿qué
tal la vida en casa de tus padres?
—Terrible —respondió Peter—. Si
no encuentro casa pronto, me voy a volver loco.
—¿Tu madre?
—Es un misterio que mi padre todavía
no la haya descuartizado con el cuchillo eléctrico. Podría alegar
sufrimiento humano extremo como defensa.
Eugenia dejó que su cabello cayera
hacia delante y le miró desde debajo de sus pestañas.
—¿Sabe que has quedado conmigo esta
noche?
—No —Peter hizo una mueca—.
Cuanto menos sepa, mejor. De hecho cree que me estoy corriendo una
juerga con una luchadora de barro de Macclesfield.
Eugenia arqueó las cejas.
—Es una larga historia —añadió
Peter.
—Se enterará —observó Eugenia—.
Lo más probable es que te haya colocado un micrófono oculto.
—Ah, sí —Peter suspiró—. Seguro
que me está escuchando.
Eugenia se puso a juguetear con la
cartulina en la que estaba escrito el menú.
—¿Has cenado?
—Vivo con mi madre —dijo él a modo
de respuesta.
—Claro, habrás comido por diez.
—Por veinte —puntualizó Peter
dándose palmadas en el estómago—. Pero tú pide lo que te
apetezca.
Eugenia apartó la carta a un lado.
—No tengo hambre —dijo. Frunció
los labios mientras miraba a Peter—. Últimamente no tengo mucho
apetito...
«Dios santo —pensó Peter—, que no
haya venido a decirme que está embarazada. ¿Las mujeres rechazan la
comida cuando están embarazadas o acaso comen más?». No tenía ni
idea, la verdad. Pero si Eugenia esperase un hijo de Axel, el
carnicero, la noticia le caería como un mazazo. Un sudor frío
empezaba a brotarle en la espalda y dio un sorbo de cerveza para
tratar de apartar ese pensamiento de su mente.
—¿Sabes? —prosiguió Eugenia—.
Me alegro de que sigamos siendo amigos.
—Bueno, si no fuera así, echaríamos
a perder los años que hemos pasado juntos —se relajó un poco, ya
que aún no se había producido el anuncio—. Y tuvimos épocas
buenas —Peter esbozó una sonrisa cansada—. De hecho, para mí
todo iba bien.
Eugenia se ruborizó.
—Siento que se acabara de esa manera.
Peter se encogió de hombros y trató
de adquirir una expresión de indiferencia.
—Así funciona el mundo en estos
días.
«Te hartas del viejo y vas a por el
nuevo. Teléfonos móviles. Coches. Frigoríficos. Parejas. Lo mismo
da. En el caso de los cónyuges, no importa que hayas hecho todo tipo
de promesas solemnes a la parte contraria. Sólo se necesitan unos
cuantos miles de libras y un par de papeles diciendo que se trató de
una gran equivocación, que en realidad no tenías esa intención, y
ya te puedes quedar con la conciencia tranquila», pensó Peter.
—A veces te echo de menos —confesó
Eugenia—. Axel no se parece en nada a ti.
—Creía que ése era el mayor
atractivo.
—Nos hemos comportado como auténticos
adultos en este asunto.
—Sí, claro —respondió Peter—.
Auténticos adultos, es verdad —sólo los adultos son capaces de
comportarse tan puñeteramente mal.
Eugenia vaciló y luego deslizó la
mano por la mesa en dirección a Peter. Éste se quedó mirándola
con estupor.
¿Esperaba Eugenia que Peter la
cogiera? Por si acaso, seguiría sujetando su vaso.
—Peter —Eugenia exhaló un suspiro
un tanto exasperado y apenas audible—, a veces me pregunto si no
nos precipitamos demasiado.
—¿Los dos?
Ella se enojó ligeramente:
—No toda la culpa es mía.
—No.
Eugenia adquirió su expresión de
empollona de la clase.
—Peter, la gente no abandona los
matrimonios perfectos.
—No —coincidió él—, pero a
veces se le da a la otra persona la oportunidad de poner remedio a lo
que va mal.
Eugenia no le había dado semejante
oportunidad ni por asomo. Se limitó a anunciar que había conocido a
otro hombre y pidió a Peter que se marchara. Él seguía sin saber
qué había pasado y tal vez ése era el motivo por el que no había
podido hacer borrón y cuenta nueva, ya que había existido una
lamentable ausencia de detalles sórdidos de los que acusar a su
mujer. ¿Cómo podía ser que Miss Vegetariana del Año hubiera ido a
liarse con un carnicero? Peter había tenido que contentarse con
hacer conjeturas, pues su mujer permaneció con los labios sellados
—y cierto aire de superioridad— acerca de la naturaleza exacta
del romance.
—¿Es eso lo que te hubiera gustado?
—Ahora ya no importa mucho, ¿no te
parece? —replicó él—. Los dos hemos dejado atrás nuestra
relación Tú eres feliz con Axel y yo tengo una luchadora de barro
imaginaria.
Eugenia retiró la mano.
—Me dio la impresión de que te
llevas muy bien con Lali.
—Sí —respondió Peter con
entusiasmo—. Es fantástica. Una verdadera baza para el negocio.
—¿En serio? —repuso Eugenia—.
Creía que tenía otras bazas más evidentes.
Peter fingió un aire de inocencia:
—No me había fijado.
Pero claro que se había fijado, y
Eugenia sabía que estaba mintiendo.
Capítulo 32
Estoy sentada en el sofá, disfrutando
de otra copa de chardonnay barato. Al menos ahora tengo la excusa de
que se trata de una manera de relajarme después de un día agotador,
y no que me dedico a beber de puro aburrimiento. A ambos lados estoy
apuntalada por Allegra, Bruno y una variedad de peluches entre los
que se encuentra el repugnante Doggy. Estamos viendo
reposiciones de la serie Fama, que tiene embelesada a mi hija.
Bruno se ha quedado dormido y mira la pantalla con los ojos cerrados,
lo que significa que volverá a despertarse a mitad de la noche. En
esta casa nos gusta sacar provecho al dinero que pagamos por la
licencia para ver la televisión.
Mientras contemplo cómo unos jóvenes
ilusionados y de aspecto lozano ejecutan sus pasos de baile, me
pregunto si yo podría canalizar la afición de mi hija por las artes
escénicas hacia un futuro lucrativo. Dada la manera en la que hoy en
día rechaza el mundo académico, no parece que vaya a mantenerme en
mi ancianidad con sus ganancias como abogada del Tribunal Supremo.
Corea todas las canciones de la serie y lamento que no recuerde las
tablas de multiplicar con la misma facilidad.
Odio admitirlo, pero estoy exhausta
después de un solo día de trabajo. No se trata de cansancio físico,
sino de sobrecarga mental. Es la primera vez en meses que he tenido
que entablar una conversación prolongada con un adulto. Si Peter
hubiera querido charlar sobre Girls Anoud, Beyoncé Knowles,
Destiny's Child, Blue, One True Voice o sobre cómo Robbie Williams
es tan fabuloso que no parece real, en ese caso me habría encontrado
en terreno seguro. En cambio, me da la impresión de que cualquier
forma de discurso adulto sofisticado va a necesitar un poco más de
práctica. Sin embargo me siento orgullosa de mí misma porque he
dejado de ser un azote para la sociedad y me he convertido en un
miembro de la raza humana con empleo remunerado.
Los profesores de Fama siguen
despotricando. Da la impresión de que en los tiempos que corren todo
el mundo quiere llegar a ser una estrella, una celebridad, o bien
situarse en lo más alto de alguna clase de organigrama sin tener que
empezar desde abajo. Mientras que yo, al contrario, apuesto por lo
básico. Cuando una adolescente de la serie se pone a pegar chillidos
y a armar una pataleta —creo que es aquí donde mi hija aprende los
excesos de su comportamiento—, suena el teléfono. Cande es la
única persona que me llama y albergo la esperanza de que lo haga
para decirme que ha tenido tiempo para reflexionar sobre su
indecoroso episodio con Nico y que, en efecto, ha entrado en razón.
—Hola, Cande.
El suave tono de Cande no me responde.
—Hola. ¿Hola?
Nada.
—¿Peter? Peter, ¿eres tú?
Es la única persona, además de Cande,
que se me ocurre que podría llamarme, y confío en que no sea para
despedirme después de que he acopiado el coraje para volver a meter
un dubitativo dedo del pie en el ancho mundo.
—¿Peter?
La comunicación se corta. ¡Qué raro!
—¿Quién era? —pregunta Allegra,
dedicando aún toda su atención al televisor.
—Nadie —me encojo de hombros con
aire extrañado.
Se gira hacia mí y la sonrisa
esperanzada que aprecio en su rostro me parte el corazón en pedazos.
—¿Crees que podía ser papá?
—¿Papá?
Siento ganas de decir: «¿Por qué
diablos iba a ser papá?», pero en los ojos de Allegra hay un
destello de alegría desenfrenada que no puedo arrancar de un plumazo
con expresiones crueles sobre su progenitor ausente.
Mi hija, decepcionada, frunce el ceño.
—Ya nunca nos llama —protesta—.
¿Se habrá olvidado de nosotros?
La atraigo hacia mí y ella, a
regañadientes, acepta el abrazo.
—No lo sé, Allegra, cariño —le
respondo—. La verdad es que no lo sé.
Maaaaasss
ResponderEliminarQ vida la de ambos!Es justo y necesario q rearmen juntos sus vidas!Q tengan una historia YA!
ResponderEliminarQuiero laliterrrrr
ResponderEliminarNecesitan urgente acomodar sus vidas!! Más!
ResponderEliminarK casos ,d vidas monótonas,jajaja,esperemos k se espabilen juntos d una buena vez.
ResponderEliminarLa verdad es que lo de Eugenia es rarisimo......que se supone que busca ahora???
ResponderEliminarY la llamada de que recibe Lali??? quien puede ser? no aparecerá ahora el ex no??
Por dios!! que estos dos avancen un poquito que se harán bien el uno al otro, aunque cuando Peter descubra que es madre......no se como se tomará la mentira.....en fin estaré esperando lo que viene para saber la respuesta...
Las dos de la mañana y me da por largar el rollo....jajaja!
Te amo hermanuchis!!! Siempreee!!