"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

martes, 10 de julio de 2012

Capítulos 13 y 14


Capítulo 13

Peter recorría de un extremo a otro su oficina. Debido a que el espacio era más bien escaso, el recorrido no resultaba particularmente agotador, pero tampoco conseguía calmarle, tal como había confiado. Ya había atravesado de un extremo a otro el patio de exposición de la tienda de vehículos usados al tiempo que recolocaba los carteles de SE VENDE y se cercioraba de que las poco elegantes banderitas de papel que adornaban el perímetro del solar ondearan debidamente bajo la brisa, pero aquello tampoco había servido para serenarle. Además, era un día muy frío. Por la mañana, el hombre del tiempo de Radio Cuatro —la emisora favorita de los padres de Peter— había anunciado que la primavera estaba en camino, pero no daba la impresión de que nadie hubiera avisado de ello a los elementos climatológicos. Por lo que Peter interpretaba, aún seguían resueltamente estancados en el invierno.
Se detuvo ante el escritorio. Reorganizó sus papeles en montones más ordenados y colocó la silla de confidente en una posición más desenfadada. Camino al trabajo, se había detenido en la frutería del barrio, donde había adquirido un vistoso ramo de flores que ahora procedió a ahuecar en el jarrón que había cogido a hurtadillas de un armario de la cocina de su madre. Las flores aportaban un toque de color muy necesario a un panorama, por lo demás, insulso y más bien mugriento. Tal vez debería haber cogido también un trapo y un aerosol para el polvo. Peter se frotó las manos con objeto de tranquilizarse. Se preguntó si el ambiente resultaba lo bastante acogedor. Durante los meses más fríos, la línea divisoria entre mantener la oficina a una temperatura agradable y calentar el exterior a través de los múltiples huecos en los marcos de las ventanas se traspasaba con facilidad.
Peter hizo girar los hombros en un esfuerzo por librarse de la contractura que los agarrotaba.
«Hola —se dijo a sí mismo—. Peter Lanzani.»
Estiró el brazo y realizó un imaginario apretón de manos.
«Demasiado serio. Demasiado serio. Relájate. Relájate.»
Nunca había imaginado que la contratación de personal fuera una tarea tan abrumadora, pero la agencia de empleo le había advertido que últimamente lo único que querían las mujeres jóvenes era trabajar en el campo de las relaciones públicas y medios de comunicación o en bares de copas de última moda; al parecer, no mostraban interés en destartaladas tiendas de vehículos de ocasión en las que se ofrecían un sueldo bajo, condiciones terribles y expectativas de promoción nulas. Lo que probablemente significaba que Peter iba a acabar cargando con una inadaptada social o una psicópata demente como secretaria de confianza. Aun así, volvió la vista al curriculum colocado sobre el escritorio, en lo alto de un montón de papeles. Parecía extraordinario, de tal forma que Peter estaba decidido a hacer un buen papel para que, con un poco de suerte, aquella joven en particular recibiera una impresión favorable. También se daba la circunstancia de que era el único curriculum que le habían enviado de la agencia de empleo. Peter se ajustó la corbata.
«Hola. Peter Lanzani. tomse asiento, por favor.»
Indicó la silla, colocada en una posición un tanto peculiar. Se hallaba considerando si debía cambiarla de sitio otra vez cuando escuchó una tímida llamada en la puerta de la caseta prefabricada.
Peter volvió a ajustarse la corbata y se encaminó a la puerta. Cuando la abrió, sintió una ligera alarma al encontrarse con la mujer que había conocido en el despacho de abogados, la cual mostraba un atractivo aspecto sonrojado, aunque un tanto sombrío debido al traje de chaqueta negro que vestía. ¿Cómo había dicho que se llamaba? Y, más importante aún, ¿cómo había averiguado el paradero de Peter?
—Mierda.
Peter cerró la puerta. Era un mal momento. Se alisó el pelo y se ajustó la corbata por tercera vez. Se dispuso a volver a abrir la puerta, pero el cuerpo entero se le había paralizado en contra de su voluntad.
Se escuchó otra llamada. Esta vez bastante más contundente.
—Mierda. Mierda.
Antes de que el coraje le abandonara, Peter volvió a abrir la puerta de un tirón.
—Hola —dijo la mujer.
—¿Qué haces aquí?
—Vengo por lo del trabajo.
—¿Por lo del trabajo?
—¿Por qué si no iba a haber venido?
—No lo sé —respondió Peter.
—Será mejor que me presente como es debido —dijo ella—. Me llamo Lali, Lali Esposito. Y lamento muchísimo llegar tarde.
—Ah, ¿sí? —Peter echó un vistazo a su reloj—. No te esperaba hasta dentro de media hora.
Una sombra recorrió el rostro de la recién llegada, si bien sus hombros en tensión parecieron relajarse en cierta medida.
—¿Puedo entrar? —dejando a un lado a Peter, entró en la oficina, la cual examinó con aire consternado.
—¿Esto es todo?
—Me temo que sí.
—No está mal —repuso Lali forzando una sonrisa.
—Lo último que querías era trabajar en un cuartucho. Y cito textualmente —dijo Peter—. Por desgracia, no hay muchos cuartuchos peores que éste.
—Estoy desesperada —admitió Lali con un suspiro melancólico.
—Entiendo.
Sin saber qué hacer, ambos se quedaron de pie, intercambiando miradas expectantes.
—¿Es que no vas a entrevistarme? —preguntó Lali por fin.
—Ah, sí. Claro. Quieres que te entreviste, ¿eh?
—Esa era la idea, creo yo.
—Nunca he tenido secretaria —confesó Peter—. No sé muy bien lo que hay que hacer.
Lali sonrió con timidez.
—¿Qué clase de funciones tienes en mente?
Peter le brindó una sonrisa alentadora. A pesar de su actitud jactanciosa y llena de seguridad, Lali parecía sorprendentemente vulnerable.
—¿Se te da bien preparar el té?
—La verdad es que no.
—Ya. Bueno, a mí sí. Prepararé un par de tazas mientras te pones cómoda.
Peter señaló la silla con el mismo gesto que había ensayado con anterioridad. Lali Agusó asiento y permaneció con el bolso pegado a las rodillas.
Peter se afanó en preparar el té mientras Lali trataba de leer al revés los papeles que había en el escritorio. Peter se fijó en que, al sentarse, la falda se le había subido hasta los muslos. ¿Eran imaginaciones suyas o es que de repente hacía un calor agobiante en la habitación? ¿Acaso los hombres de cierta edad padecen de sofocos? Lali era una monada. Una auténtica monada, más aún de lo que él recordaba, y le sorprendía lo mucho que recordaba acerca de ella, si bien, en un despiste típicamente masculino, se le había olvidado su nombre, si es que alguna vez había llegado a escucharlo. Colocó el té en una bandeja que depositó sobre el escritorio. Entregó un tazón a Lali al tiempo que se percataba de que ella, con ademán nervioso, volvía a colocarse la falda a la altura de las rodillas antes de coger la infusión.
—En fin —dijo Peter—, la agencia de empleo me envió un fax con tu curriculum.
Peter podría jurar que había visto bajar un nudo por la garganta de Lali. Se sentó al escritorio y recogió una hoja de papel.
—«Licenciatura en Ciencias Empresariales.»
Ella esbozó una sonrisa nerviosa.
—Cinco años como ayudante personal de Richard Branson.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Lali, quien comenzó a rebullirse en su asiento. Ambos recorrieron con la vista la destartalada oficina.
—Más tarde, un empleo temporal en Nueva York, con Donald Trump.
Lali se había deslizado hasta el borde de la silla y sujetaba el tazón de té a modo de barrera.
Peter le dirigió una sonrisa amable.
—Cuando nos conocimos en el bufete de abogados, me pareció entender que no habías trabajado nunca.
—No me gusta darme bombo —respondió ella con voz tirante.
—Sin embargo, no parece que te importe dar gato por liebre.
Lali se puso de pie y le arrancó el curriculum de las manos.
—Tengo que irme —dijo—. Gracias por el té. El que yo hago es mejor, la verdad.
—Espera.
Peter suspiró. Por alguna inexplicable razón, no podía dejar que se marchara en aquellas circunstancias. Mientras examinaba el negocio de su propiedad, Peter cayó en la cuenta de que lo había descuidado durante un tiempo excesivo. No es que confiara en que Lali Esposito entrara en escena y le convirtiera de la noche a la mañana en un Donald Trump, pero sí necesitaba a alguien que le estimulara a aspirar más alto. Qué extraño. Con Eugenia, semejante actitud le había parecido un fastidio. Pero, en efecto, su pequeño negocio podía convertirse en algo grande si Peter pudiera conseguir organizarse —o que otra persona le organizara— y ponerlo a punto. Para eso no se requería una licenciatura en Ciencias Empresariales. Desde que él y Eugenia habían roto, tenía la sensación de moverse a través de una densa niebla. Apenas recordaba los primeros meses tras la ruptura, en los que carecía por completo de los recursos para dirigir una empresa. Pues bien, había llegado el momento de respirar aire fresco.
—¿Has usado un ordenador alguna vez?
—Tengo una báscula de baño digital —replicó Lali—. Llegar a entenderla es una pesadilla. No creo que un ordenador sea mucho más complicado.
Peter soltó una carcajada.
—Aprendo con rapidez —continuó ella sin respiro—. Me podrías enseñar.
—Lali...
—Mira —le interrumpió ella—, desde la primera vez que te vi supe que existía afinidad entre nosotros. Somos almas gemelas.
—Lali...
—Peter, necesito el trabajo —suplicó ella—. Lo necesito desesperadamente. Dame una semana. Trabajaré una semana y si en ese tiempo no consigo que este negocio funcione como..., como...
—¿Como el imperio de Donald Trump?
—Si no funciona exactamente como el imperio de Donald Trump —prosiguió ella con una sonrisa burlona—, me despides y tan amigos.
—Lali...
—No digas que no, por favor —tenía los ojos cuajados de lágrimas—. Por favor te lo pido, no me digas que no. Me siento incapaz de volver a enfrentarme a esa mujer engreída de la agencia de empleo.
—Lali —repitió Peter con paciencia—, el trabajo es tuyo.
Lali atravesó la estancia, rodeó a Peter con sus brazos y le plantó un beso en la boca. El tuvo que hacer uso de toda su entereza para no desplomarse del sillón.
—Creo que me he enamorado de ti —dijo ella.
Peter notaba la huella de los labios de Lali en los suyos; sabían a fresa, a cereza y a toda clase de frutas de verano. Por alguna intrincada razón, la perspectiva de tener a Lali en la oficina de manera permanente le resultaba de lo más alentadora.
—Me basta con tu gratitud eterna.
Lali, llevada por la emoción, batió las palmas.
—Bueno, ¿y cuándo quieres que empiece?
—Cuanto antes, mejor —propuso Peter, al tiempo que lanzaba una lánguida mirada al papeleo—. No creo que todo esto vaya a organizarse por arte de magia de un día para otro.
—¿Mañana?
—¿Por qué no?
—Entonces, está decidido: mañana. ¿A las nueve?
—Que sea a las diez —sugirió Peter—. Esta noche Nico, que se supone que es mi mejor amigo, me va a sacar por ahí, aunque a rastras. Será mi regreso a la vida de soltero. Vamos a una patética discoteca para solteros y divorciados —hizo una mueca de disgusto—. Estará llena de mujeres de vida alegre, feas y desesperadas, con más hijos que los Von Trapp.
—Suena genial —repuso ella—. Que lo paséis bien.
—No lo soportaré —confesó Peter—. Ni un solo minuto.
Lali se encaminó hacia la puerta.
—¿Y tú? ¿Vas a hacer algo esta noche? —preguntó.
—¿Yo? —Lali soltó un bufido—. No. Me acostaré temprano. Mañana tengo que estar rebosante de alegría y entusiasmo. Quiero impresionar a mi nuevo jefe.
—Te irá muy bien. He oído que se deja convencer con facilidad.
—¿En serio? A mí me han dicho que es una buena persona.
—No des crédito a todo lo que oigas —le advirtió Peter—. No tienes ni idea de lo déspota que puedo llegar a ser.
—Hasta mañana —dijo Lali—. Y gracias otra vez. Te lo agradezco de veras.
—De nada.
—Peter —Lali se detuvo con la mano en la puerta—, lo del título en Ciencias Empresariales es verdad.
—¡No me digas!
—Sí —respondió ella con orgullo—. Bueno, casi. Hice un curso de dos años en la escuela universitaria de la zona. Pero saqué la máxima nota.
—Seguro que podremos sacarle partido —respondió Peter—. ¿Y qué me dices de lo de preparar el té?
—No —Lali se mordió el labio—. Hago un té espantoso.
Peter se encogió de hombros.
—Nadie es perfecto.
—Es verdad.
—Formaremos un gran equipo —aseguró Peter—. Hasta mañana.

Capítulo 14

Sigo a Cande hasta la cocina y mi amiga, que me conoce, se encamina derecha al hervidor de agua.
—¿No están los niños? —la inconfundible ausencia de ruido ensordecedor me ofrece la pista. Además, no da la impresión de que en la cocina acabe de explotar una bomba.
—Ya estaba harta —admite Cande—. Los he encerrado en el sótano.
—Pero si no tienes sótano.
—¡Maldita sea! —responde mi amiga—. En ese caso, deben de estar con la madre de Agus. No te importa, ¿verdad?
—No —contesto yo—. Estoy de tan buen humor que no pienso preocuparme por una minucia tal como que mi mejor amiga y supuesta canguro se quite de encima a mi único hijo varón y se lo transfiera a su pobre suegra.
Yo le endoso mi hijo a Cande y ella se lo pasa a la madre de Agus. Cande no acostumbra a endosarme los suyos, pues sabe que ahora mi madre vive demasiado lejos y no puedo seguir la cadena de transmisión. Así funciona nuestro mundo. Para lo que sirve el marido de Cande, es como si mi amiga estuviera a cargo de una familia monoparental.
—Bueno —digo yo, volviendo a mi tema—, ¿es que no vas a preguntarme?
—¡Claro! —exclama Cande—. ¿Has conseguido el trabajo?
Doy un puñetazo en el aire a la manera de los futbolistas de Primera División cuando marcan un gol particularmente espléndido. Cande se une al regocijo ejecutando unos triunfales pasos de baile.
—Esto hay que celebrarlo —anuncia.
—Desde luego —coincido yo—. Trae las galletas de chocolate.
—Ahora mismo —dice mi amiga, y acto seguido saca la lata de galletas—. ¿Cómo diablos lo has logrado?
—El trabajo es en una tienda de coches de segunda mano. No te lo vas a creer: el dueño es el tipo ese que conocí en el bufete de abogados el otro día. Peter.
—Ah, Peter —Cande hace una mala imitación de mi sonrisa afectada—. El que pensaba que eras una chica sensual y sin hijos.
—Eso es —admito yo—. Y aún piensa lo mismo.
—Vaya...
—Además, se ha dado cuenta de que no sé manejar un ordenador, preparar té ni realizar cualquier otra actividad que en lo más remoto pudiera resultar útil en una oficina —sigo sin tener ni idea de por qué me dio el trabajo.
—¿Te ofreciste a acostarte con él? —mi amiga tampoco tiene ni idea.
—No, nada de eso —aunque, si soy sincera, podría haber contemplado la posibilidad—. Le dije que existía una afinidad entre nosotros.
—¿Y entendió lo que querías decir?
—Sí —respondo yo con aire pensativo.
—Madre mía, sí que es un buen comienzo —Cande retira la tapa de la lata de galletas de chocolate y examina el interior—. Ya sabes que probablemente quiera hacerte cosas antinaturales encima de su escritorio —comenta mientras selecciona un barquillo de chocolate blanco que procede a masticar con deleite. Acto seguido, arquea las cejas con entusiasmo—. ¡Qué suerte tienes! ¿Y si me consigues otro empleo igual?
—Empiezo mañana —le digo.
—¡Genial! Podemos celebrarlo esta noche.
—¿Esta noche?
Cande pone los brazos en jarras.
—¡No me digas que no te acuerdas de nuestra noche de juerga!
—¡Vaya por Dios! ¿Era hoy?
Cande se muestra compungida.
—No me irás a fallar ahora. Llevo semanas esperando este momento.
—Le he prometido a mi jefe que me acostaré temprano.
—No se va a enterar —replica Cande—. Los hombres virtuosos que entienden el significado de la palabra «afinidad» no van a donde vamos a ir nosotras.
Mi amiga se está pavoneando. Su actitud debería asustarme.
—No sé...
—Lali, es mi única noche de libertad —suplica—. Una noche sin Agus. Una noche en la que puedo fingir que no soy una esclava de la casa, con dos niños agotadores y un marido que es apático terminal.
—Bueno... —queda claro que no me asusta lo suficiente.
—Te prestaré uno de mis conjuntos de fulana, de esos llenos de lentejuelas y que se te pegan al trasero.
Me rindo. Mi amiga me lee la mente con la facilidad de Derren Brown.
—De acuerdo. No me dejas opción.
—Y no lo lamentarás —asegura Cande.
—Ah, ¿no? —respondo—. ¡Y yo que pensaba que nos lo íbamos a pasar en grande!

6 comentarios:

  1. Mas mas mas ahora que se pone interesante.... NOS LO CORTAS!!!!!

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  2. AAAAAH!!!!! Por fin ese reencuentro!!!

    Ahora hay que ver como funcionan estos dos!!!

    Quiero mas!!!

    Te amo hermanilla!!

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  3. Lina (@Lina_AR12)11 de julio de 2012, 0:45

    Y se reencontraron y consiguió el trabajo.Ahora seguro chocan en esa salida SUPER a la q ambos van casi arrastrados...todo sigue por buen camino!

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  4. Peter preocupado ,y recluta como secre a Lali, k no sabe ni papa,menuda dupla.Esa extraña salida a la k van obligados x sus amigos,puede ser mortal.

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  5. Son geniales, se encuentran en la noche?? Más!!

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