Capítulo 13
Peter recorría de un extremo a otro su oficina. Debido a que el
espacio era más bien escaso, el recorrido no resultaba
particularmente agotador, pero tampoco conseguía calmarle, tal como
había confiado. Ya había atravesado de un extremo a otro el patio
de exposición de la tienda de vehículos usados al tiempo que
recolocaba los carteles de SE VENDE y se cercioraba de que las poco
elegantes banderitas de papel que adornaban el perímetro del solar
ondearan debidamente bajo la brisa, pero aquello tampoco había
servido para serenarle. Además, era un día muy frío. Por la
mañana, el hombre del tiempo de Radio Cuatro —la emisora favorita
de los padres de Peter— había anunciado que la primavera estaba en
camino, pero no daba la impresión de que nadie hubiera avisado de
ello a los elementos climatológicos. Por lo que Peter interpretaba,
aún seguían resueltamente estancados en el invierno.
Se detuvo ante el escritorio. Reorganizó sus papeles en montones más
ordenados y colocó la silla de confidente en una posición más
desenfadada. Camino al trabajo, se había detenido en la frutería
del barrio, donde había adquirido un vistoso ramo de flores que
ahora procedió a ahuecar en el jarrón que había cogido a
hurtadillas de un armario de la cocina de su madre. Las flores
aportaban un toque de color muy necesario a un panorama, por lo
demás, insulso y más bien mugriento. Tal vez debería haber cogido
también un trapo y un aerosol para el polvo. Peter se frotó las
manos con objeto de tranquilizarse. Se preguntó si el ambiente
resultaba lo bastante acogedor. Durante los meses más fríos, la
línea divisoria entre mantener la oficina a una temperatura
agradable y calentar el exterior a través de los múltiples huecos
en los marcos de las ventanas se traspasaba con facilidad.
Peter hizo girar los hombros en un esfuerzo por librarse de la
contractura que los agarrotaba.
«Hola —se dijo a sí mismo—. Peter Lanzani.»
Estiró el brazo y realizó un imaginario apretón de manos.
«Demasiado serio. Demasiado serio. Relájate. Relájate.»
Nunca había imaginado que la contratación de personal fuera una
tarea tan abrumadora, pero la agencia de empleo le había advertido
que últimamente lo único que querían las mujeres jóvenes era
trabajar en el campo de las relaciones públicas y medios de
comunicación o en bares de copas de última moda; al parecer, no
mostraban interés en destartaladas tiendas de vehículos de ocasión
en las que se ofrecían un sueldo bajo, condiciones terribles y
expectativas de promoción nulas. Lo que probablemente significaba
que Peter iba a acabar cargando con una inadaptada social o una
psicópata demente como secretaria de confianza. Aun así, volvió la
vista al curriculum colocado sobre el escritorio, en lo alto de un
montón de papeles. Parecía extraordinario, de tal forma que Peter
estaba decidido a hacer un buen papel para que, con un poco de
suerte, aquella joven en particular recibiera una impresión
favorable. También se daba la circunstancia de que era el único
curriculum que le habían enviado de la agencia de empleo. Peter se
ajustó la corbata.
«Hola. Peter Lanzani. tomse asiento, por favor.»
Indicó la silla, colocada en una posición un tanto peculiar. Se
hallaba considerando si debía cambiarla de sitio otra vez cuando
escuchó una tímida llamada en la puerta de la caseta prefabricada.
Peter volvió a ajustarse la corbata y se encaminó a la puerta.
Cuando la abrió, sintió una ligera alarma al encontrarse con la
mujer que había conocido en el despacho de abogados, la cual
mostraba un atractivo aspecto sonrojado, aunque un tanto sombrío
debido al traje de chaqueta negro que vestía. ¿Cómo había dicho
que se llamaba? Y, más importante aún, ¿cómo había averiguado el
paradero de Peter?
—Mierda.
Peter cerró la puerta. Era un mal momento. Se alisó el pelo y se
ajustó la corbata por tercera vez. Se dispuso a volver a abrir la
puerta, pero el cuerpo entero se le había paralizado en contra de su
voluntad.
Se escuchó otra llamada. Esta vez bastante más contundente.
—Mierda. Mierda.
Antes de que el coraje le abandonara, Peter volvió a abrir la puerta
de un tirón.
—Hola —dijo la mujer.
—¿Qué haces aquí?
—Vengo por lo del trabajo.
—¿Por lo del trabajo?
—¿Por qué si no iba a haber venido?
—No lo sé —respondió Peter.
—Será mejor que me presente como es debido —dijo ella—. Me
llamo Lali, Lali Esposito. Y lamento muchísimo llegar tarde.
—Ah, ¿sí? —Peter echó un vistazo a su reloj—. No te esperaba
hasta dentro de media hora.
Una sombra recorrió el rostro de la recién llegada, si bien sus
hombros en tensión parecieron relajarse en cierta medida.
—¿Puedo entrar? —dejando a un lado a Peter, entró en la
oficina, la cual examinó con aire consternado.
—¿Esto es todo?
—Me temo que sí.
—No está mal —repuso Lali forzando una sonrisa.
—Lo último que querías era trabajar en un cuartucho. Y cito
textualmente —dijo Peter—. Por desgracia, no hay muchos
cuartuchos peores que éste.
—Estoy desesperada —admitió Lali con un suspiro melancólico.
—Entiendo.
Sin saber qué hacer, ambos se quedaron de pie, intercambiando
miradas expectantes.
—¿Es que no vas a entrevistarme? —preguntó Lali por fin.
—Ah, sí. Claro. Quieres que te entreviste, ¿eh?
—Esa era la idea, creo yo.
—Nunca he tenido secretaria —confesó Peter—. No sé muy bien
lo que hay que hacer.
Lali sonrió con timidez.
—¿Qué clase de funciones tienes en mente?
Peter le brindó una sonrisa alentadora. A pesar de su actitud
jactanciosa y llena de seguridad, Lali parecía sorprendentemente
vulnerable.
—¿Se te da bien preparar el té?
—La verdad es que no.
—Ya. Bueno, a mí sí. Prepararé un par de tazas mientras te pones
cómoda.
Peter señaló la silla con el mismo gesto que había ensayado con
anterioridad. Lali Agusó asiento y permaneció con el bolso pegado a
las rodillas.
Peter se afanó en preparar el té mientras Lali trataba de leer al
revés los papeles que había en el escritorio. Peter se fijó en
que, al sentarse, la falda se le había subido hasta los muslos.
¿Eran imaginaciones suyas o es que de repente hacía un calor
agobiante en la habitación? ¿Acaso los hombres de cierta edad
padecen de sofocos? Lali era una monada. Una auténtica monada, más
aún de lo que él recordaba, y le sorprendía lo mucho que recordaba
acerca de ella, si bien, en un despiste típicamente masculino, se le
había olvidado su nombre, si es que alguna vez había llegado a
escucharlo. Colocó el té en una bandeja que depositó sobre el
escritorio. Entregó un tazón a Lali al tiempo que se percataba de
que ella, con ademán nervioso, volvía a colocarse la falda a la
altura de las rodillas antes de coger la infusión.
—En fin —dijo Peter—, la agencia de empleo me envió un fax con
tu curriculum.
Peter podría jurar que había visto bajar un nudo por la garganta de
Lali. Se sentó al escritorio y recogió una hoja de papel.
—«Licenciatura en Ciencias Empresariales.»
Ella esbozó una sonrisa nerviosa.
—Cinco años como ayudante personal de Richard Branson.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Lali, quien comenzó a
rebullirse en su asiento. Ambos recorrieron con la vista la
destartalada oficina.
—Más tarde, un empleo temporal en Nueva York, con Donald Trump.
Lali se había deslizado hasta el borde de la silla y sujetaba el
tazón de té a modo de barrera.
Peter le dirigió una sonrisa amable.
—Cuando nos conocimos en el bufete de abogados, me pareció
entender que no habías trabajado nunca.
—No me gusta darme bombo —respondió ella con voz tirante.
—Sin embargo, no parece que te importe dar gato por liebre.
Lali se puso de pie y le arrancó el curriculum de las manos.
—Tengo que irme —dijo—. Gracias por el té. El que yo hago es
mejor, la verdad.
—Espera.
Peter suspiró. Por alguna inexplicable razón, no podía dejar que
se marchara en aquellas circunstancias. Mientras examinaba el negocio
de su propiedad, Peter cayó en la cuenta de que lo había descuidado
durante un tiempo excesivo. No es que confiara en que Lali Esposito
entrara en escena y le convirtiera de la noche a la mañana en un
Donald Trump, pero sí necesitaba a alguien que le estimulara a
aspirar más alto. Qué extraño. Con Eugenia, semejante actitud le
había parecido un fastidio. Pero, en efecto, su pequeño negocio
podía convertirse en algo grande si Peter pudiera conseguir
organizarse —o que otra persona le organizara— y ponerlo a punto.
Para eso no se requería una licenciatura en Ciencias Empresariales.
Desde que él y Eugenia habían roto, tenía la sensación de moverse
a través de una densa niebla. Apenas recordaba los primeros meses
tras la ruptura, en los que carecía por completo de los recursos
para dirigir una empresa. Pues bien, había llegado el momento de
respirar aire fresco.
—¿Has usado un ordenador alguna vez?
—Tengo una báscula de baño digital —replicó Lali—. Llegar a
entenderla es una pesadilla. No creo que un ordenador sea mucho más
complicado.
Peter soltó una carcajada.
—Aprendo con rapidez —continuó ella sin respiro—. Me podrías
enseñar.
—Lali...
—Mira —le interrumpió ella—, desde la primera vez que te vi
supe que existía afinidad entre nosotros. Somos almas gemelas.
—Lali...
—Peter, necesito el trabajo —suplicó ella—. Lo necesito
desesperadamente. Dame una semana. Trabajaré una semana y si en ese
tiempo no consigo que este negocio funcione como..., como...
—¿Como el imperio de Donald Trump?
—Si no funciona exactamente como el imperio de Donald Trump
—prosiguió ella con una sonrisa burlona—, me despides y tan
amigos.
—Lali...
—No digas que no, por favor —tenía los ojos cuajados de
lágrimas—. Por favor te lo pido, no me digas que no. Me siento
incapaz de volver a enfrentarme a esa mujer engreída de la agencia
de empleo.
—Lali —repitió Peter con paciencia—, el trabajo es tuyo.
Lali atravesó la estancia, rodeó a Peter con sus brazos y le plantó
un beso en la boca. El tuvo que hacer uso de toda su entereza para no
desplomarse del sillón.
—Creo que me he enamorado de ti —dijo ella.
Peter notaba la huella de los labios de Lali en los suyos; sabían a
fresa, a cereza y a toda clase de frutas de verano. Por alguna
intrincada razón, la perspectiva de tener a Lali en la oficina de
manera permanente le resultaba de lo más alentadora.
—Me basta con tu gratitud eterna.
Lali, llevada por la emoción, batió las palmas.
—Bueno, ¿y cuándo quieres que empiece?
—Cuanto antes, mejor —propuso Peter, al tiempo que lanzaba una
lánguida mirada al papeleo—. No creo que todo esto vaya a
organizarse por arte de magia de un día para otro.
—¿Mañana?
—¿Por qué no?
—Entonces, está decidido: mañana. ¿A las nueve?
—Que sea a las diez —sugirió Peter—. Esta noche Nico, que se
supone que es mi mejor amigo, me va a sacar por ahí, aunque a
rastras. Será mi regreso a la vida de soltero. Vamos a una patética
discoteca para solteros y divorciados —hizo una mueca de disgusto—.
Estará llena de mujeres de vida alegre, feas y desesperadas, con más
hijos que los Von Trapp.
—Suena genial —repuso ella—. Que lo paséis bien.
—No lo soportaré —confesó Peter—. Ni un solo minuto.
Lali se encaminó hacia la puerta.
—¿Y tú? ¿Vas a hacer algo esta noche? —preguntó.
—¿Yo? —Lali soltó un bufido—. No. Me acostaré temprano.
Mañana tengo que estar rebosante de alegría y entusiasmo. Quiero
impresionar a mi nuevo jefe.
—Te irá muy bien. He oído que se deja convencer con facilidad.
—¿En serio? A mí me han dicho que es una buena persona.
—No des crédito a todo lo que oigas —le advirtió Peter—. No
tienes ni idea de lo déspota que puedo llegar a ser.
—Hasta mañana —dijo Lali—. Y gracias otra vez. Te lo agradezco
de veras.
—De nada.
—Peter —Lali se detuvo con la mano en la puerta—, lo del título
en Ciencias Empresariales es verdad.
—¡No me digas!
—Sí —respondió ella con orgullo—. Bueno, casi. Hice un curso
de dos años en la escuela universitaria de la zona. Pero saqué la
máxima nota.
—Seguro que podremos sacarle partido —respondió Peter—. ¿Y
qué me dices de lo de preparar el té?
—No —Lali se mordió el labio—. Hago un té espantoso.
Peter se encogió de hombros.
—Nadie es perfecto.
—Es verdad.
—Formaremos un gran equipo —aseguró Peter—. Hasta mañana.
Capítulo 14
Sigo a Cande hasta la cocina y mi amiga, que me conoce, se encamina
derecha al hervidor de agua.
—¿No están los niños? —la inconfundible ausencia de ruido
ensordecedor me ofrece la pista. Además, no da la impresión de que
en la cocina acabe de explotar una bomba.
—Ya estaba harta —admite Cande—. Los he encerrado en el sótano.
—Pero si no tienes sótano.
—¡Maldita sea! —responde mi amiga—. En ese caso, deben de
estar con la madre de Agus. No te importa, ¿verdad?
—No —contesto yo—. Estoy de tan buen humor que no pienso
preocuparme por una minucia tal como que mi mejor amiga y supuesta
canguro se quite de encima a mi único hijo varón y se lo transfiera
a su pobre suegra.
Yo le endoso mi hijo a Cande y ella se lo pasa a la madre de Agus.
Cande no acostumbra a endosarme los suyos, pues sabe que ahora mi
madre vive demasiado lejos y no puedo seguir la cadena de
transmisión. Así funciona nuestro mundo. Para lo que sirve el
marido de Cande, es como si mi amiga estuviera a cargo de una familia
monoparental.
—Bueno —digo yo, volviendo a mi tema—, ¿es que no vas a
preguntarme?
—¡Claro! —exclama Cande—. ¿Has conseguido el trabajo?
Doy un puñetazo en el aire a la manera de los futbolistas de Primera
División cuando marcan un gol particularmente espléndido. Cande se
une al regocijo ejecutando unos triunfales pasos de baile.
—Esto hay que celebrarlo —anuncia.
—Desde luego —coincido yo—. Trae las galletas de chocolate.
—Ahora mismo —dice mi amiga, y acto seguido saca la lata de
galletas—. ¿Cómo diablos lo has logrado?
—El trabajo es en una tienda de coches de segunda mano. No te lo
vas a creer: el dueño es el tipo ese que conocí en el bufete de
abogados el otro día. Peter.
—Ah, Peter —Cande hace una mala imitación de mi sonrisa
afectada—. El que pensaba que eras una chica sensual y sin hijos.
—Eso es —admito yo—. Y aún piensa lo mismo.
—Vaya...
—Además, se ha dado cuenta de que no sé manejar un ordenador,
preparar té ni realizar cualquier otra actividad que en lo más
remoto pudiera resultar útil en una oficina —sigo sin tener ni
idea de por qué me dio el trabajo.
—¿Te ofreciste a acostarte con él? —mi amiga tampoco tiene ni
idea.
—No, nada de eso —aunque, si soy sincera, podría haber
contemplado la posibilidad—. Le dije que existía una afinidad
entre nosotros.
—¿Y entendió lo que querías decir?
—Sí —respondo yo con aire pensativo.
—Madre mía, sí que es un buen comienzo —Cande retira la tapa de
la lata de galletas de chocolate y examina el interior—. Ya sabes
que probablemente quiera hacerte cosas antinaturales encima de su
escritorio —comenta mientras selecciona un barquillo de chocolate
blanco que procede a masticar con deleite. Acto seguido, arquea las
cejas con entusiasmo—. ¡Qué suerte tienes! ¿Y si me consigues
otro empleo igual?
—Empiezo mañana —le digo.
—¡Genial! Podemos celebrarlo esta noche.
—¿Esta noche?
Cande pone los brazos en jarras.
—¡No me digas que no te acuerdas de nuestra noche de juerga!
—¡Vaya por Dios! ¿Era hoy?
Cande se muestra compungida.
—No me irás a fallar ahora. Llevo semanas esperando este momento.
—Le he prometido a mi jefe que me acostaré temprano.
—No se va a enterar —replica Cande—. Los hombres virtuosos que
entienden el significado de la palabra «afinidad» no van a donde
vamos a ir nosotras.
Mi amiga se está pavoneando. Su actitud debería asustarme.
—No sé...
—Lali, es mi única noche de libertad —suplica—. Una noche sin
Agus. Una noche en la que puedo fingir que no soy una esclava de la
casa, con dos niños agotadores y un marido que es apático terminal.
—Bueno... —queda claro que no me asusta lo suficiente.
—Te prestaré uno de mis conjuntos de fulana, de esos llenos de
lentejuelas y que se te pegan al trasero.
Me rindo. Mi amiga me lee la mente con la facilidad de Derren Brown.
—De acuerdo. No me dejas opción.
—Y no lo lamentarás —asegura Cande.
—Ah, ¿no? —respondo—. ¡Y yo que pensaba que nos lo íbamos a
pasar en grande!
Mas mas mas ahora que se pone interesante.... NOS LO CORTAS!!!!!
ResponderEliminarAAAAAH!!!!! Por fin ese reencuentro!!!
ResponderEliminarAhora hay que ver como funcionan estos dos!!!
Quiero mas!!!
Te amo hermanilla!!
Y se reencontraron y consiguió el trabajo.Ahora seguro chocan en esa salida SUPER a la q ambos van casi arrastrados...todo sigue por buen camino!
ResponderEliminarMAS MAS CAPS GRACIAS
ResponderEliminarPeter preocupado ,y recluta como secre a Lali, k no sabe ni papa,menuda dupla.Esa extraña salida a la k van obligados x sus amigos,puede ser mortal.
ResponderEliminarSon geniales, se encuentran en la noche?? Más!!
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