"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

domingo, 15 de julio de 2012

Capítulos 21 y 22


Capítulo 21

Una vez en la calle, el aire gélido golpeó el rostro de Peter como una bofetada. Se había levantado viento y un cúmulo de periódicos abandonados, cajas de poliestireno y latas de Coca-Cola recorría la calle armando ruido. ¿Por qué ya nadie utilizaba las papeleras como era debido? A diario, Peter empezaba la jornada apartando de las puertas de su tienda la basura que ciudadanos negligentes habían arrojado a la calle tras la hora de cierre de los pubs. ¿Acaso quedaba alguien que se enorgulleciera de su país, que se preocupara por él? Por lo visto no era así.
Lali se encontraba de pie a su lado, un tanto azorada. Peter sintió deseos de besarla, lo que le provocaba un sentimiento extraño, porque no se le había ocurrido que alguna vez iba a querer besar a otra mujer que no fuera Eugenia. No es que le hubiera invadido una oleada de lujuria por su nueva secretaria —aunque unos cuantos pensamientos lujuriosos sí que andaban extraviados por ahí—; se trataba más bien del agradecimiento por el hecho de que Nico no hubiera podido endosarle una bestia parda entrada en años y con cintura de elefante bajo el pretexto de poner remedio al actual estado de celibato de su amigo. Además, no se le ocurría una forma más agradable de evitar semejante situación que pasar el rato con Lali.
Volvió la vista hacia Nico. Su colega se encontraba entrelazado con la atractiva Cande. Nico nunca había considerado su condición de soltero un problema. A pesar de la amistad que los unía, no podían ser más diferentes entre sí. Desde que era capaz de recordar, Peter siempre había deseado una vida hogareña estable, dos hijos, coche familiar, barbacoa de ladrillo, cortacésped de primera calidad. Y eso que el ejemplo de sus padres no era el más afortunado. Tal vez algunas personas nacían con el gen del matrimonio y otras no.
De ser cierto, su mejor amigo carecía definitivamente de ese gen. Aunque los dos se iban aproximando a toda prisa a los horrores de la mediana edad, Nico aún no mostraba la menor inclinación a llevar una vida diferente de la que llevaba a los diecinueve años. Incluso en la actualidad, le encantaba llevarse a casa a una mujer distinta cada noche que salía. A decir verdad, Peter no tenía ni idea de dónde obtenía su amigo semejante resistencia, si bien es cierto que Nico no contaba con el efecto obstaculizador de los indigestos postres de la señora Lanzani. Tenía que marcharse de casa de sus padres lo antes posible, de eso no cabía duda. Pero aunque así lo hiciera, no se imaginaba a sí mismo con una ristra de mujeres diferentes pasando por su cama. Ni siquiera aunque ellas hubieran accedido.
Mientras él reflexionaba sobre estos asuntos, los cuatro seguían en la acera, soportando el frío. Lali tiritaba bajo su fino abrigo. Había en ella una cierta fragilidad que incitaba a Peter a sentirse protector. Nico y Cande empezaron a dirigirse hacia la parada de taxis. Con actitud obediente, Peter y Lali les siguieron.
Cuando llegaron a la parada, Nico se dio la vuelta y tomó la palabra:
—Cande y yo nos vamos en el mismo taxi.
Lali puso cara de preocupación, como era natural. Se llevó a un aparte a su embriagada amiga.
—¿Seguro que estarás bien?
—Estaré perfectamente —respondió Cande arrastrando las palabras—. Hasta mañana.
Dicho esto, regresó tambaleándose hacia Nico, también borracho como una cuba.
—¡Hasta luego, colega! —gritó Nico a Peter mientras agitaba la mano en señal de despedida. Acto seguido le dedicó un guiño pícaro al tiempo que introducía a Cande en el taxi.
Lali frunció la frente cuando el vehículo se alejó renqueando.
—Debería haberme ido con ella —empezó a morderse una uña—. ¿Se puede confiar en él?
—Desde luego que no —respondió Peter.
Las arrugas en la frente de Lali se hicieron más profundas a causa de la inquietud.
—Me imaginaba la respuesta.
El siguiente taxi de la fila se detuvo frente a ellos.
—Ya que nuestros respectivos amigos nos han abandonado, ¿qué tal si también compartimos taxi?
—¿Puedo confiar en ti? —preguntó Lali.
Peter abrió la puerta para que ella entrara.
—Con los ojos cerrados —respondió él, no sin cierta melancolía.

Capítulo 22

El taxi se detiene frente a mi puerta y, al igual que la escena de los bailes lentos, se trata de una situación potencialmente embarazosa. ¿Acaso no soy ya mayorcita para seguir preocupándome por estas cosas? Espero que Peter recuerde que sólo nos une un vínculo profesional —no importa lo mucho que él me atraiga— y no intente nada que tenga que ver con labios, lengua o contacto íntimo de cualquier tipo. También espero que mis hijos estén profundamente dormidos —¡qué más quisiera yo!— o al menos que no estén mirando por la ventana.
Mi casa es preciosa. No es que sea una vivienda de lujo, sólo se trata de un chalet adosado de tamaño reducido y construcción reciente; pero es bonito y está en una buena zona. Mis padres lo compraron como inversión para mi futuro cuando empezaba a hacerme mayor, en los días borrosos y distantes en que la propiedad inmobiliaria tenía un precio relativamente asequible. Ésa es la única razón por la que la casa ha sobrevivido a los caprichos de mi vida amorosa y a las garras de dos maridos. Pago a mis padres una renta por el alquiler —a través del Ministerio de Salud y Seguridad Social, claro está.
El ambiente en el taxi es cálido y la compañía agradable. No me quiero marchar, pero antes de que la situación pueda estropearse me deslizo sobre el asiento para apartarme de Peter.
—Bueno, pues nos vemos mañana.
—Rebosante de alegría y entusiasmo, acuérdate.
—Haré todo lo posible.
—Ha sido estupendo —dice Peter—. Gracias.
—¿Crees que mi nuevo jefe se dará cuenta de que me he pasado media noche bebiendo y bailando y me pondrá de patitas en la calle?
—Lo primero, quizá; lo segundo, de ninguna manera.
Una vez que me he bajado del taxi y estoy a salvo, sin más recelos sobre el contacto físico, respondo:
—Lo he pasado muy bien. Buenas noches.
—Buenas noches.
—Y ahora, ¿adonde, amigo? —pregunta el taxista girando la cabeza hacia atrás.
Peter recita su dirección antes de mirarme por última vez.
—Adiós.
Mientras se aleja, agito una mano. Luego, observo cómo el taxi va desapareciendo calle abajo mientras me pregunto si Peter contaba con que le invitase a tomar un café. No lo sé. Me falta entrenamiento a la hora de interpretar las señales. Ése es uno de los peores aspectos del divorcio, aparte del empobrecimiento financiero: te arroja de nuevo a situaciones de las que habías creído escapar mucho tiempo atrás.
En cualquier caso, aparte de que invitarle supondría dar al traste con mi tapadera como chica joven, libre y soltera, resultaba imposible, ya que la canguro debe de estar haciendo cochinadas tumbada en mi sofá.
Al abrir la puerta, decido armar todo el jaleo que pueda. Entro al vestíbulo dando zapatazos y agito las llaves en la cerradura. Incluso espero ante las puertas del salón unos instantes emitiendo una estridente voz teatral antes de entrar. Vicky y Lee están sentados castamente en el sofá viendo en el televisor un programa en el que aparece Jonathan Ross. Las botellas vacías de Bacardi Breezer y un par de platos sucios ocupan la mesa baja, dando a entender que la pizza ha sido devorada. No hay rastro de mis hijos.
—Hola —saludo—. ¿Todo bien?
Vicky hace un gesto afirmativo. Seguro que es la persona más locuaz del mundo cuando no hay adultos por los alrededores.
—¿Buenos chicos?
Vicky vuelve a asentir con la cabeza.
—¿Y mis hijos?
Mi canguro y su novio atacado por el acné me miran con el ceño fruncido. Quizá yo esté siendo injusta: no todo el mundo tiene por qué estar cortado por el mismo patrón. Puede que se hayan pasado la noche sentados en el sofá cogidos de la mano, ¿no?
—Los niños están perfectamente —masculla Vicky.
—Bien, muy bien —respondo a toda prisa, e introduzco la mano en el bolso en busca de dinero.
Se lo entrego a Vicky, que ya se está enfundando su abrigo mientras se dirige a la puerta del salón. Lee la sigue con paso tranquilo.
—Bueno, gracias por todo —digo con voz animada—. Muchas gracias.
En el momento que llegan a la puerta, me doy cuenta de que algo asoma por debajo de uno de los cojines. Tiro del objeto, con cuidado de no tocarlo más de lo absolutamente necesario.
—Toma —le digo a Vicky antes de que tenga oportunidad de escapar—. Puede que lo necesites.
Extiendo el dedo del que cuelga la ofensiva prenda y devuelvo el microtanga a su legítima dueña.
Con aire altivo, Vicky me lo arranca de un tirón y sale corriendo sin ni siquiera una palabra de disculpa. Tengo que sonreír para mis adentros antes de recordarme que nunca, jamás, permitiré que mi hija trabaje de canguro.

7 comentarios:

  1. http://novelaslaliterbb.blogspot.com.es/

    Holaa paso para dejar el link de mi nove laliter!!! Pasad y comentad!!!!!

    Saludos
    Anabel

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    1. Anabel.Pon la forma facil d firmar,nombre/URL ,y sin verificación d palabras, o algunas ,como yo ,no te podremos comentar.Gracias.Voy a leer tu novela ,pero primero quise comprobar si podía comentar.

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  2. Jajajjajaja q gracioso muy buenoasas mas mas esta buenísima

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  3. Al menos Peter y lali no acabaron borrachos.¡Menudo hallazgo,la microtanga!,tendría k sospechar si les hicieron algo a los chiquis,para k se durmieran,jajaja.

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  4. va bien tranqui como debe ser ya q compartirán relación laboral1Aesa canguro no loa llames más Lali,tu pensando q no te vean saludar a un hombre por la ventana y ella sacándose las ganas en tu living1

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  5. Bueno hay que dar gracias que por lo menos la noche no a sido un desastre.......y cande???

    Esperemos a su primer dia!! que no haya incidentes de por medio por favor!!!

    Te amo sister!! no lo olvides!!!!

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