Peter no tuvo oportunidad de hablar con Lali en todo el día, para
frustración suya. Tuvo una reunión detrás de otra, y además había
pasado la tarde en la zona del puerto con Stephen Ritchie y el
constructor jefe, solucionando un problema bastante delicado que
había aparecido. Cuando llegó a la oficina eran las seis menos
cuarto, y Lali estaba descolgando su gabardina de la percha.
Se sorprendió cuando Peter apareció en la puerta, y sus mejillas
enrojecieron. Peter sonrió al ver aquella reacción, y dejó su
maletín sobre una silla.
–¿Todavía está aquí, señorita Esposito?
–bromeó–. Si no supiera que es falso, diría que intentaba
impresionar al jefe.
–Dado que la mayoría de los días me quedo hasta las seis o seis
media, eso sería una conclusión incorrecta por su parte, señor
Lanzani –contestó, enrojeciendo de nuevo y poniéndose
precipitadamente la gabardina–. Si piensa quedarse un poco, he
dejado la cafetera encendida al mínimo en su despacho. Acuérdese de
apagarla cuando se marche. Bueno... que tenga un buen fin de semana.
Lo veré el lunes.
–¡Eh, no tan rápido!
Peter la agarró por la muñeca, cerró la puerta del despacho y,
hábilmente, apoyó a Lali contra ella.
Lali creyó que el corazón se le salía del pecho, y sus ojos verdes
se abrieron alarmados. Peter estaba demasiado cerca, ¿es que no se
había dado cuenta?
Rompía todas las reglas con total desparpajo. Si alguien entraba en
aquel momento... pero, ¿cómo iban a entrar si ella estaba apoyada
en la puerta?
Su mente funcionaba a mil por hora mientras intentaba no fijarse en
aquellas largas pestañas que tenía tan cerca, aquellos pómulos
bien formados y aquella sombra de barba que empezaba a aparecer
rodeando la mandíbula perfecta del hombre... Y en cuanto a su boca,
bueno, no había ninguna razón para fantasear con que la besaba,
¿verdad? Sólo porque los labios eran carnosos y suaves y prometían
una sensualidad que sólo rechazaría una mujer que hubiera perdido
las ganas de vivir... Menuda excusa para justificar que se deshacía
ante él.
–¿Qué... qué quieres?
–Quiero verte esta noche. Cena conmigo.
–No puedo.
El pánico la impedía proferir palabras. Aquello era imposible...
era jugar con fuego. Empezaba a experimentar el tipo de urgencias y
deseos que podían meterla en un buen lío, iba justo en la dirección
correcta para complicarse la vida.
–¿Por qué no?
Peter levantó una ceja mientras se acercaba aún más. Lali tragó
saliva.
–Porque... porque siempre paso la noche del
viernes con mi hija. Pedimos una pizza y vemos la tele juntas.
–Suena bien. ¿Qué tal mañana por la noche?
–Ya te dije cuando nos conocimos que no salgo
con gente del trabajo, es una norma que no rompo.
Levantó la barbilla, desafiando a Peter a que pusiera pegas a su
razonamiento. Seguro que entendía por qué lo hacía. Algún día
incluso se lo agradecería.
–¿Nunca te has sentido tentada a hacerlo?, ¿ni
siquiera una vez?
Con voz grave, Peter recorrió el perfil de su
nariz con un dedo, y a continuación apoyó la yema de su pulgar
sobre su abultado labio inferior, como si estudiara algo
exquisito y único.
Lali se sintió inundada por un calor como si
estuviera tumbada en la playa con el sol dando de plano. Una gota de
sudor bajó lentamente por su espalda. «Tentada» era la palabra
mágica. Al oírla se le había escapado un gemido, así que ahora
luchaba por recuperar el control, por actuar con la cabeza. «Sal de
aquí», le decía una vocecita en su cabeza, y obedeciéndola, Lali
acercó la mano a la muñeca de Peter para que la soltara.
Aquél fue su primer error. La piel de Peter era firme y cálida, y
su vello parecía de seda. El contacto la paralizó. Desesperada,
elevó sus enormes ojos verdes hacia los de él.
–No... no quiero que me tiente algo de lo que me
pueda arrepentir. No quiero perder mi trabajo cuando las cosas se
compliquen, y te aseguro que lo harán. Nunca sale nada bueno de los
romances de oficina, y yo tengo una hija de la que ocuparme.
–¿Siempre vas sobre seguro? –preguntó Peter, molesto–. Eso no
deja mucho sitio para la espontaneidad... Rompe algunas barreras,
Lali –la animó–. No se lo diré a nadie... lo prometo.
La boca de Peter se apretó contra la de ella antes de que Lali se
diera cuenta. Una sensación cálida se extendió por su cuerpo y
todo su mundo se concentró en los labios flexibles y jugosos de
Peter, que le provocaban una respuesta que no podía ocultar por más
tiempo. Su beso era arrebatador, y la llenó de una sensualidad que
nunca habría imaginado. Un constante hormigueo de placer subía y
bajaba por su columna vertebral.
Abriéndose a una exploración más profunda, la lengua de Lali se
enlazó con la de Peter, despertándole un erotismo de fuego y
terciopelo con sabor a café molido. Lali sintió retumbar su corazón
como un tambor lejano cuando su cuerpo se acomodó contra la firme
virilidad de Peter.
Separando sus labios de los de ella, Peter comenzó a besarla el
cuello, sumergiendo sus dedos en aquel pelo negro y deshaciendo el
lazo rojo que sujetaba la coleta. Gimió cuando sintió la masa de
pelo libre y le sujetó la nuca con su mano.
–Creo que el deseo de poseerte se ha convertido
en una obsesión para mí –le confesó en un susurro.
Aquellas palabras despertaron un profundo terror en el corazón de
Lali. Pablo siempre había criticado su respuesta sexual. La había
acusado muchas veces de falta de pasión. Decía que, así como era
inferior a nivel profesional, también era una inútil en la cama,
otro punto más para que no la quisiera como esposa. El recuerdo de
aquello hizo desparecer toda sensación de placer. Y ahora estaba en
aquella situación demasiado íntima con Peter. Habían ido demasiado
lejos, habían traspasado las barreras entre lo profesional y lo
personal, y nunca deberían haberlo hecho. ¿Era demasiado tarde para
frenar la situación?, se preguntó Lali, presa del pánico. ¿Podría
ella escapar de aquella imposible atracción salvaje sin provocar
situaciones embarazosas o difíciles en el futuro?
–Lo siento, Peter.
Respirando acelerada, lo apartó de ella. Agradeció el hecho de que
el pelo le cayera sobre la cara, porque así podía esconderse tras
él:
–Eres un hombre muy atractivo, pero no me interesa tener sexo
contigo. No dudo que puedes conseguir a la mujer que quieras: eres
joven, tienes éxito y no te ata nada, pero yo soy una madre
divorciada que intenta llegar a fin de mes. No puedo permitirme tirar
por la borda todo aquello por lo que he trabajado por un momento de
pasión. Tengo una hija, Peter. Necesito trabajar para mantenernos a
las dos. Necesito este trabajo, ¿crees que lo pondría en peligro
por una noche de sexo con mi jefe?
–¿Cómo se te ocurre pensar que tu trabajo se
vería amenazado si te acostaras conmigo?
–Porque sucedería, inevitablemente. Complicaría las cosas, ¿no
lo ves? Tendríamos que vernos cada día y sería... sería demasiada
distracción para mí, no podría trabajar aquí. No soy el tipo de
mujer que se toma el sexo a la ligera, Peter. Si crees lo contrario,
habrás sacado otra conclusión errónea sobre mí.
–¿Y qué te hace pensar que todo lo que pueda
haber entre nosotros sea una simple noche de sexo?
Frustrado y enfadado, Peter se retiró hacia atrás y se aflojó el
nudo de la corbata.
Lali lo contemplaba apoyada en la puerta:
–¿A qué te refieres?, ¿estás buscando una
relación?
Peter no podía contestarla porque ni él mismo lo sabía. Sus
pensamientos no habían ido más allá de llevarla a la cama y
cumplir la fantasía que lo había poseído desde que la había visto
por primera vez. Apenas dormía por las noches pensando en ella, y
quería terminar con aquella dulce tortura. Sabía que su historial
con las mujeres no era muy bueno, y no tenía ninguna experiencia en
relaciones largas. Pero hasta el momento no era algo que le
preocupara, no cuando «corto y dulce» había sido siempre su lema.
Así que, ¿quería una relación con aquella mujer? ¿Estaba
preparado para romper una de sus normas más importantes y
comprometerse a largo plazo? Ella tenía una hija. Si quería tener a
Lali, tendría que empezar a pensar también en su hija...
–No.
Lali respondió por él, sonriendo para ocultar su dolor, y se agachó
para recoger el lazo rojo del suelo. Cuando se levantó, sus hermosos
ojos verdes tenían una mirada que Peter nunca había visto antes.
–Es lo que yo creía. Bueno, mejor, porque yo tampoco busco una
relación. Ya tropecé una vez en mi vida, y no tengo ninguna prisa
por que vuelva a sucederme. Buenas noches, Peter. Que disfrutes del
fin de semana. Yo lo haré.
Peter la dejó marchar, maldiciéndose a sí mismo porque su ingenio
parecía haberlo abandonado. ¿Por qué había necesitado tanto
tiempo para responder a aquella pregunta tan lógica? Él no era un
bruto insensible. Debería haber sabido desde el principio que ella
no era el tipo de mujer que va de romance en romance, aunque su
primera impresión fuera todo lo contrario. Había aprendido
enseguida que Lali era seria y leal, y que para ella lo primero era
su hija. Su madre la habría catalogado como «potencialmente
casadera». Peter gimió. Él no quería casarse. Para él, «largo
plazo» significaba más de cuatro o cinco citas, ni se planteaba un
compromiso de por vida.
Peter decidió que ya había examinando suficientemente sus
sentimientos, así que se acercó al teléfono que había en la
pulcra mesa de Lali. Mientras marcaba el número, se fijó en un
cuaderno que había sobre la mesa. En la primera página que abrió
estaba escrito: » Sábado, comprarle zapatos a Allegra, luego
llevarla al Chiqui Park de 2 a 4». Peter estaba intentando descifrar
la última parte de la nota cuando oyó que al otro lado descolgaban.
–¿Dígame?
–¿Madre? Soy Peter. ¿Vas a estar en casa esta noche?
–¡Peter, eres tú! Me preguntaba cuándo ibas a aparecer. Claro
que voy a estar en casa, mi sesión de bridge fue ayer. Justamente
ahora estaba en la cocina, preparándome la cena. ¿Por qué no te
pasas y cenamos juntos?
Consciente de que hacía mucho tiempo que no la veía, y agradecido
por la oportunidad de sentarse y relajarse junto a alguien que
conocía todas sus debilidades como él mismo, Peter dejó el
cuaderno sobre la mesa.
–De acuerdo, te veré en una hora. Llevaré una
botella de vino.
–¿Peter?
–¿Sí, madre?
–¿Estás bien, cielo? Te noto un poco tenso. –Por la frustración
sexual, sin duda. Con una sonrisa compungida, Peter suspiró y
respondió:
–Estoy bien. Demasiado trabajo, eso es todo.
–Bueno, vente para acá y descansa un rato. Será
maravilloso disfrutar de tu compañía un rato.
Mientras devolvía el auricular a su sitio, Peter se sorprendió
porque sentía lo mismo.
–Bueno, dime, ¿te gusta estar de nuevo en casa?
Los ojos azul cristalino de Victoria Kendall, tan parecidos a los de
su hijo, observaron cuidadosamente al hombre corpulento que ocupaba
todo el sillón frente a ella.
Peter percibió un tono de esperanza en la voz y no pudo evitar hacer
una mueca. Sabía demasiado bien adonde llevaba aquella conversación.
Pero había disfrutado de una estupenda cena casera y dos generosos
vasos de buen Chablis, y estaba dispuesto a ser amable. Al menos es
lo que se dijo a sí mismo antes de responder:
–Sí. Me gusta estar de nuevo en casa. Hay cosas
que he echado mucho de menos.
–Entonces, ¿por qué no estudias el comprarte
una casa en la ciudad? Sabemos que a Teresa no le importa que te
alojes en su piso, pero no es muy práctico si vas a trabajar en la
oficina de Londres por un tiempo, ¿no te parece?
–La idea se me ha pasado por la cabeza...
De hecho, de camino a casa de su madre no había pensado en otra
cosa... bueno, aparte de en Lali. De alguna manera, comprarse una
casa y sus sentimientos por aquella mujer estaban inexplicablemente
entrelazados. Era preocupante.
–¿Lo dices en serio? –preguntó Victoria,
sonriéndole–. ¿Estás considerando trasladarte a trabajar a la
oficina de Londres permanentemente?
–Yo no he dicho eso –contestó Peter contrariado, levantándose y
dando vueltas por la habitación–. Tengo que considerar muchas
cosas antes de tomar una decisión como ésa.
«Como, por ejemplo, cómo decirles a los de Nueva York que me
establezco en el Reino Unido»
Se preguntó qué le parecería aquello a Lali. Cuando Nicolas
volviera, ella ya no estaría trabajando directamente para él, pero,
¿había algo que le impidiera ascenderla? Después de todo, él
necesitaría una secretaria propia si iba a trabajar permanentemente
en la sede de Londres. La idea no debería ser especialmente
atractiva, pero lo era para él. Después del conmovedor beso que
habían compartido, no tenía ninguna prisa en poner un océano entre
ambos. Incluso aunque ella pensara que sus motivos no eran válidos.
–¿En qué estás pensando, hijo?
Victoria se le acercó por detrás. El aroma de su perfume le trajo
recuerdos de su niñez.
–Sé que algo te preocupa, llámalo intuición
de madre.
–No me preocupa nada. Al menos, nada que un buen
sueño no pueda curar.
Victoria le colocó la mano sobre el brazo:
–Es una mujer, ¿verdad?
¿Intuición de madre? Lo próximo sería que le sacara una bola de
cristal.
–Eres como un perro con un hueso, ¿lo sabías?
Aunque frunció el ceño, había una nota de humor en los ojos de
Peter. Encantada, su madre no trató de ocultar el placer que le
producía saber que su hijo había encontrado por fin alguien con
quien se planteaba ir en serio.
–¿Quién es? ¿Dónde vive? Debe de ser una
chica de por aquí si estás pensando en volver a venirte.
–No saques conclusiones. No soy de los que
sientan la cabeza, ya lo sabes.
–De tal palo tal astilla, ¿eh?
Victoria puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, pero Peter ya
había captado un destello de dolor en sus ojos.
Admiraba y quería a sus dos progenitores, pero en lo concerniente a
relaciones había salido a su padre. Juan Lanzani no había sido
capaz de dejar de tener aventuras amorosas a pesar del matrimonio.
Finalmente, harta de que su marido siguiera siendo un mujeriego,
Victoria le había pedido el divorcio, con gran dolor de su corazón,
Peter lo sabía. En su interior, continuaba perdidamente enamorada de
él; incluso ahora, cuando él vivía en alguna isla tropical a miles
de kilómetros de distancia con una mujer treinta y cinco años más
joven.
–No vamos a discutir, ¿verdad?
Sintiéndose irritado y culpable, Peter se dio la vuelta.
Frustrada, Victoria resopló ligeramente y se cruzó de brazos:
–Ya sé que no te gusta que te compare con tu
padre, pero mira la forma en que te comportas en tus relaciones, por
favor. Y también sé que has estado evitando venir a verme porque
odias que te diga estas cosas –Victoria bajó la voz, hablando
lentamente–. Yo hubiera hecho cualquier cosa por aquel hombre,
Peter, cualquier cosa. Y lo hice por un tiempo. Pero él prefirió
seguir engañándome. ¿Es que no quieres tener a alguien especial en
tu vida?, ¿alguien que se comprometa contigo y sólo contigo?
¿Cuánto tiempo piensas seguir siendo un play–boy? ¿Dónde está
la satisfacción en eso? –le preguntó–. Tienes treinta y seis
años. Ya es tiempo de que empieces a pensar en casarte y tener una
familia. Voy a cumplir sesenta en mi próximo cumpleaños, y no
quiero ser demasiado vieja para jugar con mis nietos.
¿Qué pensaría su madre si supiera que la mujer de la que estaba
locamente enamorado tenía una hija de seis años? El pensamiento
apareció súbitamente, y con una ola de ira lo rechazó. Él no
quería una relación permanente con Lali. Lo que quiso desde el
principio era llevársela a la cama. Eso no había cambiado, ahí no
influía lo diferente o dulce que fuera ella, comparada con el resto
de mujeres que había conocido. Lali era una madre divorciada y él
no sabía nada de niños. Como sus relaciones eran tan cortas, le
gustaba que sus mujeres sólo pensaran en él. Era demasiado egoísta
y engreído como para querer compartir a Lali con su hija.
–Cambiemos de tema, ¿de acuerdo? –propuso.
Simulando un bostezo, volvió a sentarse en el sillón que había
dejado libre antes–. Hablemos de tu vida amorosa para variar,
madre. Un pajarito me ha dicho que un atractivo viudo de tu club de
bridge muestra un interés más que pasajero por ti...
Enrojeciendo como una colegiala, Victoria se abanicó las acaloradas
mejillas:
–¡La próxima vez que vea a tu hermana le voy a
cantar las cuarenta! ¡Desde luego que es un viudo muy atractivo!
La atmósfera del lugar era calurosa, ruidosa y llena de color, y
Allegra estaba tan emocionada de estar en el Chiqui Park, que no
dejaba de brincar alrededor de su madre. Después de pagar y de
apuntar el nombre de Allegra en el libro de visitantes, Lali se abrió
camino entre las sillas y las mesas de plástico hacia donde estaban
los muros de escalar y las demás áreas de juegos. Al llegar allí,
buscó una silla, se sentó y ayudó a Allegra a quitarse los
zapatos.
Dos niñas, con pantalones vaqueros y camiseta, pasaron corriendo
junto a ellas y Lali vio que la preciosa carita de su hija se
iluminaba:
–¡Son Chloe y Lily, las dos están en mi clase!
¿Puedo ir a jugar, mami?, ¿puedo?
Atravesó la puerta de madera como un cohete antes de que Lali
pudiera darle un beso y pedirle que tuviera cuidado. Tenía la
tendencia de toda madre de ver peligro en todas partes, pero
intentaba relajarse un poco y no traspasarle sus ansiedades a
Allegra. Después de un rato, contenta al ver que Allegra había
encontrado a sus amigas y subía una cuerda en la zona de «la
jungla», Lali dejó las cosas sobre la mesa y se fue a por una taza
de té a la cafetería.
Le apetecía tener un rato para ella mientras Allegra jugaba con sus
amigas, y dejar vagar su mente, que no hacía más que volver al beso
con el que Peter la había sorprendido el día anterior. ¿Qué había
de malo? No le importaba si él había dejado claro desde el
principio que sólo quería una aventura y nada más...
Peter se sentía completamente fuera de lugar... Mientras rebuscaba
con la mirada entre el colorido caos que lo rodeaba, se dijo que, si
sus amigos de la oficina pudieran verlo en aquel momento, dirían que
se había vuelto loco. Y sin duda tendrían razón: Ir en busca de
una mujer que lleva a su hija a un parque infantil, simplemente por
estar loco por ella, no era algo que se planteara normalmente. Pero
Peter había decidido dejar a un lado sus normas en lo que a Lali
Esposito concernía y, en aquel momento, estaba en territorio
desconocido. Incluso, había mentido a la chica de la puerta para
poder entrar, diciéndole que era el novio de Lali y que venía a
verlas a la niña y a ella.
–¡Eh, ten cuidado!
Casi se cayó cuando un robusto jovencito se abalanzó sobre él
salido de no se sabía dónde.
–¡Perdone, señor!
Dirigiéndole una sonrisa de disculpa, el chico se marchó corriendo
detrás de su amigo antes de que Peter pudiera darse cuenta de lo que
había pasado.
–Nadie me dijo que pondría mi vida en peligro
al entrar aquí –murmuró para sí mientras estudiaba la enorme
zona de juegos llena de cuerdas, escaleras, toboganes y columpios.
¿Dónde estaban Lali y su hija? Había probado a llamar a casa de
ella, rezando por que hubiera alguien; afortunadamente la madre de
Lali estaba en la casa. Una vez que Loma Esposito se había asegurado
de que Peter era quien decía que era, le había dado gustosamente la
dirección del Chiqui Park y le había asegurado que Lali estaría
allí por lo menos hasta las cuatro.
Viendo que había mesas vacías cerca de la zona de juegos, Peter fue
hacia ellas, preguntándose cómo los padres podían soportar aquel
ruido y caos, pero sintiendo un placer inesperado ante la imagen de
todos aquellos chavales pasándoselo bien. Estaba a punto de sentarse
en una de las sillas de plástico cuando algo llamó su atención.
En un castillo hinchable, entre niñas y niños, estaba Lali. Vestida
con unos vaqueros azules, con un cinturón de ante rodeándole las
caderas y una camiseta rosa ajustada que dejaba ver su vientre,
saltaba y rebotaba aquí y allá con los niños como si fuera una de
ellos, con el pelo flotando y las mejillas rosadas por el calor.
Peter no pudo evitar fijarse también en que sus excepcionales pechos
saltaban y rebotaban rítmicamente con ella. Una ola de calor le
invadió la ingle y Peter creyó que el corazón iba a salírsele del
pecho. ¿Acaso había una mujer más sexy o más hermosa sobre la faz
de la tierra?
Notando la silla detrás de sus rodillas, Peter se sentó lentamente,
feliz de poder estar ahí y simplemente mirar. Qué diría ella
cuando lo viera allí, no lo sabía, pero en aquel momento no le
importaba. Tenía suficiente con sentarse y contemplar el objeto de
su deseo a su aire, y cuando oyó el comentario apreciativo entre dos
madres sentados detrás de él, Peter sonrió para sí, saliendo que
no era el único que estaba disfrutando del espontáneo show.
Tratando de recobrar el aliento tras el esfuerzo realizado, Lali se
quedó helada cuando vio al corpulento hombre repantingado en una
silla junto a la puerta de los juegos. Vestido con unos vaqueros de
corte clásico, camisa azul de cuadros, botas y chaqueta de ante,
desentonaba terriblemente entre el mar de padres e hijos, pegaba más
en algún moderno y elegante bar de degustación de vinos, que en una
nave industrial que había sido transformada en un parque infantil de
juegos. ¿Qué diablos estaba haciendo allí? ¿Y cómo había sabido
dónde encontrarla?
Cuando por fin consiguió moverse, Lali se tomó tiempo para llegar
hasta su mesa, con los labios apretados y los ojos destellando
desaprobación.
–Vaya, vaya, vaya. Después de todo este tiempo,
y no sabía que eras padre.
–Después de todo este tiempo, y no sabía que te gustaba tanto...
–la provocativa mirada de Peter la recorrió de arriba abajo y
volvió a detenerse en su rostro.
Lali sintió un renovado calor en sus mejillas sonrosadas, que se
apoderó de su cuerpo hasta la punta de los pies.
–¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y cómo has
sabido dónde encontrarme?
Se sentó frente a él con enojo, y Peter tuvo que obligarse a
retirar la vista de los pechos seductoramente moldeados por la
ajustada camiseta.
–Quería verte este fin de semana. Me pasé por
tu casa y hablé con tu madre, fue ella quien me dijo dónde estabas
–explicó–. Tenemos que hablar. Especialmente, de lo que pasó
ayer.
–Bueno, en primer lugar, nunca debería haber
sucedido.
Levantó la barbilla, desafiándolo a discutir con ella. ¿Qué le
pasaba a aquel hombre, por Dios santo? ¿Es que no veía que una
relación entre ambos estaría llena de dificultades? ¡Él era el
dueño de la empresa para la que ella trabajaba! Se movían en
círculos completamente diferentes. Él había visto dónde vivía
ella, así que no podía hacerse ilusiones sobre sus circunstancias
personales. ¿A qué estaba jugando? ¿Por qué la perseguía de
aquella manera?
–Me temo que no estoy de acuerdo contigo.
Peter frunció tanto el ceño, que sus cejas se tocaron, y Lali deseó
que aquellos perturbadores ojos no fueran tan azules, así por lo
menos tendría una oportunidad de escapar a sus encantos...
–Realmente me gustaría que nos viéramos fuera
del trabajo –le propuso.
–¿Y cuándo lo has decidido? Ayer no parecías
tan seguro.
Cruzando los brazos por encima de la mesa, Lali se echó ligeramente
para adelante al hacer la pregunta. Durante un largo rato, Peter se
quedó cautivado por la belleza de su rostro.
–Sabes que me atraes mucho. Y si hago caso al beso que nos dimos,
apostaría a que tú sientes lo mismo por mí. Así que bajemos las
barreras, Lali, y seamos claros. Te deseo. Deseo pasar más tiempo
contigo, y no sólo en la cama. Me gustaría conoceros mejor a tu
hija y a ti. ¿Me darías una oportunidad?
Los comentarios de Pablo parece que le han afectado mucho...
ResponderEliminarY como siempre se queda en la mejor parte!!
Esperemos que Lali se anime y le de una oportunidad!!
Te amo hermanuchis!!
Pablo era un flor de HDP!Y ella q baje la resistencia y goce un poco de la vida,el tiempo dirá si es definitivo o no pero el q no arriesga no gana,y creo q acá tiene todas las de ganar o aunq sea pasar un buen rato como hace tiempo no hace.Además él se ha jugado bastante por ella,y ese deseo q siente y esas ganas q quiere sacarse lo ataran a ella,q contrario a lo q decía Pablo será espléndida con él,no me caben dudas.
ResponderEliminarQ lástima q quedó ahí,si bien por suerte los cap son re largos hubiera seguido leyendo con mucho gusto!
Gracias por subir!
Llamen a los paramedicos, me mato con lo q le dijo ja ja , es un tierno, un dulce de leche! Más!!
ResponderEliminaraayy q tierno pitt... me encanto mas nove!!!
ResponderEliminarY todavía se lo negaba a si mismo ,su subconsciente lo traicionó,si fuera solo deseo,no estaría en el salón d juegos diciéndole k la desea, y k quiere conocer a su hija y a ella.Espero k con estas palabras Lali tome un poco d valentia y se arriesgue.Seguro k el se gana al toque a Allegra.
ResponderEliminaraaaaahh no nos pdea dejar asiii!! qiieroo maas! me encantta la noveee
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