Capítulo 5
Peter dio un respingo cuando el borde
del tazón caliente le rozó el labio inflamado. Con los dientes,
comprobó el grosor de la inflamación, que recordaba a una
salchicha. El señor y la señora Smith también sujetaban sus
respectivas tazas de té mientras que los tres, de pie, admiraban el
confortable automóvil de pequeño tamaño que tenían ante sí.
—Es un coche mucho más bonito
—indicó Peter a la pareja. Se trataba de otro Rover, aunque era un
modelo mucho más reciente—. Sólido como una roca. Su historial de
servicio es impecable. Lleva equipo de CD de última generación...
Ambos ancianos se mostraban muy
confusos.
—Aunque puede que eso no les importe.
Preocupada, la señora Smith preguntó:
—¿Podremos escuchar a Terry Wogan?
—Sí, dispone de radio. Voy a
sintonizar Radio Dos especialmente para ustedes.
La mujer suspiró aliviada.
—Tiene un equipo completo de llantas
nuevas y, a ese precio, es una ganga —Peter se alejó un paso del
señor Smith—. No tendrá que tumbarme a tierra otra vez.
El señor y la señora Smith se
encontraban visiblemente satisfechos.
—¿Cómo es que sabe tanto sobre este
coche? —preguntó el marido.
Peter suspiró.
—Porque es el mío.
—Ah, pero no podemos quitarle su
coche, ¿no es cierto, Ron? —intervino la mujer.
—Insisto —repuso Peter—. Les
durará mientras vivan —Peter consideró la fragilidad de la
pareja—. Probablemente más.
—Es usted una buena persona —la
señora Smith le dio una palmadita en el brazo.
—Sí, es la fama que tengo.
Mientras trataba de no pensar en lo
mucho que la decisión iba a costarle, Peter abrigó la esperanza de
que cuando sus propios padres fueran igual de ancianos y seniles
encontrarían a alguien compasivo que no les estafaría
aprovechándose de su ignorancia.
—¿Se quedará con nuestro coche como
parte del pago?
Peter siguió la mirada del señor
Smith hasta una pila de chatarra aparcada en la calle. Aquella cosa
no podía seguir circulando por la carretera, de ninguna manera. Era
una trampa mortal. ¿Acaso la pareja no tenía escondido en algún
sitio un hijo cariñoso que cuidara de ellos?
—¿Ha pasado la ITV?
El señor y la señora Smith le miraron
sin comprender.
Jamás conseguiría vender semejante
cacharro. Daba la impresión de que el vehículo se mantenía de una
pieza a base de cuerdas y oraciones.
—Sí —respondió Peter—, lo
aceptaré como parte del pago. Les daré quinientas libras por él.
Los ojos del señor Smith se
iluminaron. Cincuenta libras ya le parecían demasiado.
—Bueno, ¿hacemos el trato?
—Sí —el señor Smith le entregó
su taza vacía, sacó un talonario y extendió un cheque.
—No suelo aceptar talones por esta
cantidad —Peter se mordió el labio—. ¿Tiene tarjeta de crédito?
De nuevo ambos le miraron con evidentes
signos de incomprensión. Lo más probable era que tuvieran en casa
un reproductor de vídeo que no sabían programar.
—Se tardará unos días en compensar
el cheque.
La decepción les cayó encima como una
losa.
—¡Vaya! —se lamentó el señor
Smith—. Nos hacía mucha ilusión llevárnoslo ahora mismo. Tenemos
dinero suficiente en el banco, ¿no es verdad, Elsie?
Elsie asintió con entusiasmo.
—Hemos estado ahorrando de nuestra
pensión.
—De acuerdo —accedió Peter—.
Seguro que no habrá problemas. ¿Le importa escribir su dirección
en el dorso del cheque? En los días que corren, toda precaución es
poca.
El señor Smith obedeció y Peter le
entregó las llaves, la documentación y el permiso de circulación
del automóvil.
—Ya es todo suyo.
—Ay, muchas gracias —la señora
Smith parecía a punto de echarse a llorar mientras soltaba su taza—.
Ha sido usted muy amable, querido mío. Y gracias por el té.
—De nada —respondió Peter con una
cálida sonrisa.
El señor Smith forcejeó hasta
colocarse en el asiento del conductor y Peter rodeó el coche para
ayudar a la señora Smith a montarse por el lado del acompañante.
Les observó mientras rodaban lentamente para salir del solar;
sonreían sin parar y agitaban la mano como locos. Luego avanzaron
por la calle a un ritmo tal que jamás pondría un radar de velocidad
en funcionamiento.
Peter contempló con desolación la
vieja y oxidada pila de chatarra que le habían endosado. No tenía
ni idea de cómo aquel matrimonio se las había arreglado para llegar
hasta allí en semejante artilugio. Lo más probable era que el
maldito chisme ni siquiera arrancara. De alguna manera tendría que
moverlo para introducirlo en el recinto, pues de lo contrario le
plantarían una multa en el parabrisas; encima, más gastos.
—Hola, hola —Nico, el amigo de
Peter, atravesó el patio de exposición.
—Hola, Nico —Peter apartó su
atención del problemático coche—. ¿Qué haces por aquí?
Su amigo acarreaba dos cajas con pizzas
para llevar sobre las que se balanceaban sendos vasos de plástico.
—Ya he conseguido suficiente dinero
por esta mañana —respondió Nico—. ¿Qué tal si hacemos que las
ruedas de nuestros grandes negocios dejen de avanzar sin descanso y
nos tomamos un respiro para una comida de trabajo?
Nico era alto, guapo y poseía una
aplastante seguridad en sí mismo, además de todas las otras cosas
que Peter desearía tener en su próxima vida. Se dedicaba a alguna
clase de trabajo maravillosamente glamuroso en uno de los edificios
más distinguidos de la ciudad, vestía trajes de firma y conducía
un Porsche flamante y sinuoso. Por lo general, los hombres odiaban a
Nico, mientras que las mujeres lo adoraban. A Peter siempre le daba
la impresión de que encogía bajo la sombra de Nico, ahora en la
misma medida que en los días escolares de ambos; pero entonces a su
amigo le gustaba ejercer de protector. Además, Nico había sido una
constante fuente de apoyo durante la ruptura de Peter con Eugenia. El
hecho de que ya odiase a Eugenia con anterioridad le había hecho
especialmente vociferante a la hora de criticarla, lo que había
conseguido que Peter se sintiera mejor, ya que él mismo nunca había
sido capaz de censurar a su mujer.
Peter siguió los pasos de Nico
mientras éste se encaminaba hacia la oficina.
Nico echó una mirada a la pila de
metal oxidado que Peter había aceptado como parte del pago del coche
de sus amores e hizo un desdeñoso gesto de cabeza en su dirección.
—Me parece que te acaban de timar,
colega.
—Los dueños eran ancianos. Y pobres
—alegó Peter en defensa de la pareja—. Habría sido como
desplumar a mis propios abuelos.
Nico lanzó a Peter una mirada de
lástima.
—Es un vehículo clásico —prosiguió
Peter.
—Es verdad, clásicamente espantoso.
Peter suspiró.
—¿Has pensado alguna vez que no
valgo para los negocios?
—Con frecuencia —Nico pasó un
brazo por los hombros de Peter y le fue guiando para que esquivara
los charcos que se habían formado durante el último chaparrón—.
¿Qué pizza te apetece? ¿«Fantasía de carne» o la más
afeminada, de marisco y granos de maíz dulce?
—Tomaré los granos afeminados
—respondió Peter—. De momento, paso de la carne.
peter un buenazo!
ResponderEliminares un amor peter
ResponderEliminaracepta cualquier cosa con tal de q el otro sea feliz
beso
Yo como Nico también pienso k lo han estafado .Peter es un buenazo.
ResponderEliminarEs muy buenudo peter, me gusta la amistad con nico más!!
ResponderEliminarPobre Peter, de tan bueno......
ResponderEliminarNo había visto que subiste!!!
TTM