Vivo en Milton Keynes, la ciudad de más rápido crecimiento de todo el Reino Unido. Se trata de una zona vibrante que recuerda a una porción de Norteamérica plantada en mitad del apacible y verde paisaje de Buckinghamshire. En realidad, yo aquí soy una excepción, en el sentido de que llegué antes de que se hubiera convertido en una nueva metrópoli, cuando no era más que un guiño en el ojo de un planificador urbanístico y no existían redes viales, centros comerciales ni urbanizaciones, tan sólo barro, vacas y campos de labranza.
Abandono el ambiente caldeado del
bufete de Tumley & Goss —se nota que no les preocupa la factura
de la calefacción— y salgo al aire frío y cortante de Midsummer
Boulevard. En el centro de la ciudad todas las calles son
perfectamente rectas, lo que asegura que cada ráfaga de viento se
canalice hacia las viandantes lo bastante imprudentes como para
llevar falda en pleno invierno; por ejemplo, yo. En cuestión de
segundos las rodillas se me vuelven azules y se me congelan. Avanzo
calle arriba a grandes zancadas, ciñéndome el abrigo al cuerpo, y
por fin consigo acceder a otro de los edificios de acero inoxidable y
cristal que caracterizan el estilo arquitectónico de la localidad.
Después del trauma sufrido en el
despacho del abogado no me siento con fuerzas para someterme a otra
humillación a manos de la agencia de empleo. No he estado antes en
uno de estos lugares, pero las hileras de ordenadores susurrantes me
intimidan, por no hablar de las filas de mujeres de aspecto eficiente
que se sientan frente a ellos. Todas lucen un bronceado artificial y
da la impresión de que se pasan el día sentadas con los glúteos
contraídos. Además, se las ve mucho más elegantes que a mí, y eso
que la chaqueta que llevo es la mejor que tengo, sin comparación
posible. Eso sí, más que del invierno pasado parece de hace un
siglo. Cuando consiga un trabajo fabuloso, antes de nada, saldré
corriendo a comprarme un traje oscuro de dos piezas, de firma y
escandalosamente caro. En una tienda de saldos, claro está.
Proporciono mis datos personales a la
recepcionista y luego me siento en una de las mesas frente a la
adorable Leone, según las instrucciones que acabo de recibir.
—Hola —me brinda una fugaz sonrisa
y queda patente que es lo máximo que sus galanterías dan de sí—.
¿Nombre y domicilio?
Me las arreglo para contestar sin
excesiva dificultad y los recito de tirón. Incluso añado mi número
de teléfono, sin un solo fallo, mientras Leone teclea sin parar.
Se digna a levantar los ojos en mi
dirección.
—¿Experiencia previa?
¿Quiere saber si soy capaz de producir
en serie comidas nutritivas con un presupuesto exiguo y una alarmante
regularidad o si soy un hacha con la aspiradora, o acaso si convierto
a un niño histérico y llorón en un ángel con la única ayuda de
un paquete de M&M's? ¿O quizá debería abreviar y contarle
exactamente con cuántos hombres me he acostado? Me temo que en esa
sección tampoco cuento con una experiencia dilatada. No necesito
quitarme los calcetines para contar el número de parejas que he
tenido: una por pie, y me he casado en ambos casos.
—¿Empleos? —insiste ella mientras
yo continúo meditando la respuesta.
—Ah, sí. Ninguno —que yo recuerde,
al menos últimamente. No creo que una temporada como limpiadora de
oficinas o cajera de un supermercado hace más de diez años sea algo
de lo que jactarse en mi actual situación.
De repente deja de teclear.
—¿De modo que carece de experiencia?
Un silencio desciende por toda la
agencia de empleo y percibo que los bronceados palidecen.
—Tengo mucha experiencia —afirmo
con tanta arrogancia como soy capaz de reunir—, aunque no en el
sentido laboral de la palabra.
Leone pierde la ligera sonrisa que ha
conseguido esbozar.
—Entonces no habrá traído usted un
currículum.
—No —respondo—, pero puedo
redactar uno. Tengo un título en Ciencias Empresariales —abrigo la
esperanza de que no me pida ninguna prueba de ello, ya que hice un
ciclo de Formación Profesional de administración y finanzas en la
escuela universitaria de mi localidad; pero resultó muy interesante
y acabé la primera de la clase.
—Eso es como tener coche y no saber
conducir —señala ella.
—¡Venga ya! —mi paciencia patina
sobre una fina capa de hielo—. Tiene que existir algún trabajo que
no requiera conocimientos ni inteligencia ni especialización, pero
con el que se gane un montón de dinero.
Leone me enseña los dientes.
—En efecto, existe —responde—,
pero para eso lo que se necesita es un proxeneta, y no un asesor de
empleo.
Es evidente que estoy malgastando mi
valioso tiempo y el de Leone, de modo que me levanto para marcharme.
—Gracias —le digo—. Muchísimas
gracias.
Si el Gobierno pretende que las madres
sin pareja salgan de casa y vuelvan al trabajo fuera del hogar, más
le valdría hacer algo con las brujas engreídas como Leone. Pero
claro, como ya sabemos todos por la prensa diaria, nosotros, los
progenitores de las familias monoparentales, somos el azote de la
nación, junto con los solicitantes de plazas en centros de acogida,
los mendigos, los drogadictos y los conductores de Opel Corsa. Confío
en que Leone tenga hijos algún día y los embarazos echen a perder
su figura, y que luego su marido —a quien ella todavía amará—
la abandone, y se vea obligada a vivir de la beneficencia. Eso le
borraría la sonrisa de su carita coqueta. Y espero que algún día,
cuando intente desesperadamente salir a flote por sí misma, alguien
la trate de manera tan desagradable como ella me ha tratado a mí.
Por descontado, no digo nada de esto y
empiezo a moverme furtivamente hacia la salida, abochornada y echando
chispas.
Conforme llego a la puerta, me dice:
—Un momento —saca un folio de la
impresora—. Hay un empleo...
Cojo la hoja de papel y la examino,
tratando por todos los medios de parecer interesada y de que no se
note que estoy a punto de echarme a llorar.
—No está mal —comento. La verdad
es que sí está mal; es peor que pésimo. Pero estoy aprendiendo a
toda velocidad que en lo tocante a los mendigos (y las madres sin
pareja) cuando hay hambre no hay pan duro—. Puede que me interese.
—Un momento —dice Leone, y me quita
el papel de las manos—. La duda es si a ellos les puede interesar
usted.
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No puede ser...201 visitas y solo 3 comentarios???? Chicas! no os cuesta nada comentar.....jummm
Bueno, de todas maneras aqui os traigo el capitulo dos de esta novela que recien empieza!
Espero que os guste y comente alguien mas!
Besos! Las quiero!!
Pobre lali nada bien le sale!!!
ResponderEliminarEspero más! Me encanta!
Recien leo!!! Que bueno que subiste nove :D Me alegro
ResponderEliminarMe gusta esta historia, me hace acordar a la de Julia Roberts, no me acuerdo el nombre jejejeje
Me avisas por twitter cuando subas!
Y pero al menos sabes que leen la nove.. Por mi parte soy de poco comentar... pero digamos que tengo una noche comentarista asi que aqui toy
ResponderEliminarEn cuanto a la nove se ve buena, pobre lali la verdad. Al menos experiencia tiene =P
No hace falta que comenteis mucho! Con poner que os gusta me vale!
EliminarAca toy, cumpliendo mi parte ya que vos cumpliste la tuya ....
ResponderEliminarTe extrañe Ione !!!!!!!!!! Desapareciste del mapa, hermosa.
Muy buena adaptacion.....
Te pido un favor, me pasas los datos de la otra que subiste en version original? Vos sabes que me gusta tener ambas versiones
Besos enormes
Hola hermosa!!! Yo también te extraño...tenemos que hablar mas a menudo, no puede ser esto!
ResponderEliminarMe alegro de que te guste la adaptación y espero que este todo bien!
La adaptación anterior se llama "En la cama con su jefe" y es de Maggie Cox. Espero que te sirva la info!
Un beso gigante para ti o otro para tu linda familia!
Te quiero mucho amiga!!
Duro salir a buscar trabajo.Vaya par d mariditos,ni una pequeña pensión para sus repectivos hijos.
ResponderEliminarMAS
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