"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

sábado, 23 de junio de 2012

Capítulo 2


Vivo en Milton Keynes, la ciudad de más rápido crecimiento de todo el Reino Unido. Se trata de una zona vibrante que recuerda a una porción de Norteamérica plantada en mitad del apacible y verde paisaje de Buckinghamshire. En realidad, yo aquí soy una excepción, en el sentido de que llegué antes de que se hubiera convertido en una nueva metrópoli, cuando no era más que un guiño en el ojo de un planificador urbanístico y no existían redes viales, centros comerciales ni urbanizaciones, tan sólo barro, vacas y campos de labranza.
Abandono el ambiente caldeado del bufete de Tumley & Goss —se nota que no les preocupa la factura de la calefacción— y salgo al aire frío y cortante de Midsummer Boulevard. En el centro de la ciudad todas las calles son perfectamente rectas, lo que asegura que cada ráfaga de viento se canalice hacia las viandantes lo bastante imprudentes como para llevar falda en pleno invierno; por ejemplo, yo. En cuestión de segundos las rodillas se me vuelven azules y se me congelan. Avanzo calle arriba a grandes zancadas, ciñéndome el abrigo al cuerpo, y por fin consigo acceder a otro de los edificios de acero inoxidable y cristal que caracterizan el estilo arquitectónico de la localidad.
Después del trauma sufrido en el despacho del abogado no me siento con fuerzas para someterme a otra humillación a manos de la agencia de empleo. No he estado antes en uno de estos lugares, pero las hileras de ordenadores susurrantes me intimidan, por no hablar de las filas de mujeres de aspecto eficiente que se sientan frente a ellos. Todas lucen un bronceado artificial y da la impresión de que se pasan el día sentadas con los glúteos contraídos. Además, se las ve mucho más elegantes que a mí, y eso que la chaqueta que llevo es la mejor que tengo, sin comparación posible. Eso sí, más que del invierno pasado parece de hace un siglo. Cuando consiga un trabajo fabuloso, antes de nada, saldré corriendo a comprarme un traje oscuro de dos piezas, de firma y escandalosamente caro. En una tienda de saldos, claro está.
Proporciono mis datos personales a la recepcionista y luego me siento en una de las mesas frente a la adorable Leone, según las instrucciones que acabo de recibir.
—Hola —me brinda una fugaz sonrisa y queda patente que es lo máximo que sus galanterías dan de sí—. ¿Nombre y domicilio?
Me las arreglo para contestar sin excesiva dificultad y los recito de tirón. Incluso añado mi número de teléfono, sin un solo fallo, mientras Leone teclea sin parar.
Se digna a levantar los ojos en mi dirección.
—¿Experiencia previa?
¿Quiere saber si soy capaz de producir en serie comidas nutritivas con un presupuesto exiguo y una alarmante regularidad o si soy un hacha con la aspiradora, o acaso si convierto a un niño histérico y llorón en un ángel con la única ayuda de un paquete de M&M's? ¿O quizá debería abreviar y contarle exactamente con cuántos hombres me he acostado? Me temo que en esa sección tampoco cuento con una experiencia dilatada. No necesito quitarme los calcetines para contar el número de parejas que he tenido: una por pie, y me he casado en ambos casos.
—¿Empleos? —insiste ella mientras yo continúo meditando la respuesta.
—Ah, sí. Ninguno —que yo recuerde, al menos últimamente. No creo que una temporada como limpiadora de oficinas o cajera de un supermercado hace más de diez años sea algo de lo que jactarse en mi actual situación.
De repente deja de teclear.
—¿De modo que carece de experiencia?
Un silencio desciende por toda la agencia de empleo y percibo que los bronceados palidecen.
—Tengo mucha experiencia —afirmo con tanta arrogancia como soy capaz de reunir—, aunque no en el sentido laboral de la palabra.
Leone pierde la ligera sonrisa que ha conseguido esbozar.
—Entonces no habrá traído usted un currículum.
—No —respondo—, pero puedo redactar uno. Tengo un título en Ciencias Empresariales —abrigo la esperanza de que no me pida ninguna prueba de ello, ya que hice un ciclo de Formación Profesional de administración y finanzas en la escuela universitaria de mi localidad; pero resultó muy interesante y acabé la primera de la clase.
—Eso es como tener coche y no saber conducir —señala ella.
—¡Venga ya! —mi paciencia patina sobre una fina capa de hielo—. Tiene que existir algún trabajo que no requiera conocimientos ni inteligencia ni especialización, pero con el que se gane un montón de dinero.
Leone me enseña los dientes.
—En efecto, existe —responde—, pero para eso lo que se necesita es un proxeneta, y no un asesor de empleo.
Es evidente que estoy malgastando mi valioso tiempo y el de Leone, de modo que me levanto para marcharme.
—Gracias —le digo—. Muchísimas gracias.
Si el Gobierno pretende que las madres sin pareja salgan de casa y vuelvan al trabajo fuera del hogar, más le valdría hacer algo con las brujas engreídas como Leone. Pero claro, como ya sabemos todos por la prensa diaria, nosotros, los progenitores de las familias monoparentales, somos el azote de la nación, junto con los solicitantes de plazas en centros de acogida, los mendigos, los drogadictos y los conductores de Opel Corsa. Confío en que Leone tenga hijos algún día y los embarazos echen a perder su figura, y que luego su marido —a quien ella todavía amará— la abandone, y se vea obligada a vivir de la beneficencia. Eso le borraría la sonrisa de su carita coqueta. Y espero que algún día, cuando intente desesperadamente salir a flote por sí misma, alguien la trate de manera tan desagradable como ella me ha tratado a mí.
Por descontado, no digo nada de esto y empiezo a moverme furtivamente hacia la salida, abochornada y echando chispas.
Conforme llego a la puerta, me dice:
—Un momento —saca un folio de la impresora—. Hay un empleo...
Cojo la hoja de papel y la examino, tratando por todos los medios de parecer interesada y de que no se note que estoy a punto de echarme a llorar.
—No está mal —comento. La verdad es que sí está mal; es peor que pésimo. Pero estoy aprendiendo a toda velocidad que en lo tocante a los mendigos (y las madres sin pareja) cuando hay hambre no hay pan duro—. Puede que me interese.
—Un momento —dice Leone, y me quita el papel de las manos—. La duda es si a ellos les puede interesar usted.

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No puede ser...201 visitas y solo 3 comentarios???? Chicas! no os cuesta nada comentar.....jummm
Bueno, de todas maneras aqui os traigo el capitulo dos de esta novela que recien empieza!
Espero que os guste y comente alguien mas!
Besos! Las quiero!!

8 comentarios:

  1. Pobre lali nada bien le sale!!!
    Espero más! Me encanta!

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  2. Recien leo!!! Que bueno que subiste nove :D Me alegro
    Me gusta esta historia, me hace acordar a la de Julia Roberts, no me acuerdo el nombre jejejeje

    Me avisas por twitter cuando subas!

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  3. Y pero al menos sabes que leen la nove.. Por mi parte soy de poco comentar... pero digamos que tengo una noche comentarista asi que aqui toy
    En cuanto a la nove se ve buena, pobre lali la verdad. Al menos experiencia tiene =P

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    1. No hace falta que comenteis mucho! Con poner que os gusta me vale!

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  4. Aca toy, cumpliendo mi parte ya que vos cumpliste la tuya ....

    Te extrañe Ione !!!!!!!!!! Desapareciste del mapa, hermosa.

    Muy buena adaptacion.....

    Te pido un favor, me pasas los datos de la otra que subiste en version original? Vos sabes que me gusta tener ambas versiones

    Besos enormes

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  5. Hola hermosa!!! Yo también te extraño...tenemos que hablar mas a menudo, no puede ser esto!
    Me alegro de que te guste la adaptación y espero que este todo bien!
    La adaptación anterior se llama "En la cama con su jefe" y es de Maggie Cox. Espero que te sirva la info!
    Un beso gigante para ti o otro para tu linda familia!
    Te quiero mucho amiga!!

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  6. Duro salir a buscar trabajo.Vaya par d mariditos,ni una pequeña pensión para sus repectivos hijos.

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