"El cuento ha cambiado, el zapato no se ha encontrado. Caperucita se come al lobo, el principe se vuelve sapo, la princesa tiene estrias, hay que cenar con la madrastra en nochevieja, el hada madrina se jubiló y los enanos trabajan en el circo."

lunes, 4 de junio de 2012

Capítulo 2


EL sonido repentino del teléfono la sobresaltó. Alzó el auricular con aire de culpabilidad, con la sensación de que Peter controlaba sus movimientos. Echó un vistazo hacia la puerta del despacho de Nicolas y, al comprobar que estaba cerrada, sintió un gran alivio.
–Lali Esposito, ¿dígame?
–Soy Nicolas.
–¡Dios santo! ¿Se puede saber dónde estás? –le espetó, pegando la boca al auricular y cubriéndola con la mano para que Peter no la oyera. Miró de nuevo hacia la puerta, para asegurarse de que seguía cerrada, listo y en casa, ¿dónde diantres iba a estar? Nicolas estaba irritable y con resaca y, aunque esto no era nuevo para Lali, esa vez se le hizo un nudo en el estómago.
–¿Recuerdas con quién tenías una reunión esta mañana?
–No estoy para jueguecitos, Lali. Quienquiera que sea estoy seguro de que esperará. Además, tú siempre encuentras la excusa perfecta para justificar mis ausencias, eso es lo que te hace una secretaria tan valiosa.
–¿Y se supone que eso es una cualidad, mentir?
–¿Qué?
Al otro lado del auricular, Lali oyó el tintineo de un vaso y algo pesado caer al suelo. Su instinto y la experiencia le dijeron que Nicolas había estado bebiendo toda la mañana. Si Peter se enteraba, sería el trampolín para echarlos tanto a Nicolas como a ella.
–Tu reunión era con Peter Lanzani, ¿te suena de algo ese nombre?
–¡Maldita sea!
–Eso he pensado yo, pero así no vamos a ningún lado. Todavía está aquí, y quiere verte. Y tiene toda la pinta de que va a esperar hasta que aparezcas.
Lali recordó que Peter tenía cita para comer a la una. Echó una ojeada a su reloj y descubrió con alivio que eran las doce y media pasadas. Menos mal que aquel hombre se marcharía pronto; la pregunta ahora era: ¿cuándo volvería?
–¡Ayúdame, Lali! No estoy en disposición de poder tratar con ese hombre, ni siquiera creo que pueda ir hoy por allí: dile que estoy enfermo o algo así.
De haberlo tenido delante, Lali lo hubiera fulminado con la mirada.
–Ya lo he intentado, Nicolas, pero, sinceramente, me parece que no me creyó.
Aquél no era el momento de confesarle que Peter había entrado en su despacho justo cuando las botellas vacías de whisky rodaban por el suelo. En su actual estado, si se enteraba de que había sido descubierto, y nada menos que por el jefe supremo, podía hacer cualquier cosa.
–Tendrás que hacer un esfuerzo y aparecer por aquí. Hazte un café y date una ducha; yo pediré un taxi e iré a recogerte.
–No puedo hacerlo, me siento morir. Me estás pidiendo un imposible –gimió Nicolas.
¡Maldita EugeRiera por dejarlo plantado! Pero, ¿qué sentido tenía seguir culpando a su esposa? La reacción de Nicolas era el problema: ¿quién iba a pensar que un hombre tan inteligente y exitoso, que era capaz de diseñar proyectos millonarios, iba a derrumbarse ante el fracaso de su matrimonio? Lali podía entenderlo. Ella había pasado por algo parecido cuando Pablo la dejó, con el añadido de que entonces estaba embarazada de cinco meses. Pero ella no había tenido la opción de venirse abajo: no con un bebe que sacar adelante y una madre viuda que buscaba su apoyo constantemente.
Lali suspiró, se pasó la mano por el cabello y se quitó la peineta que lo mantenía recogido. Sedosos mechones de pelo negro cayeron rodeándole la cara.
–Sólo se me ocurre una cosa: iré a buscarte y te ayudare a prepararte. Estaré contigo tan pronto como encuentre un taxi. Por Dios santo, Nicolas, no te muevas de ahí y, por favor, no bebas más. Hazte un favor y come algo, prepárate un té... ¿de acuerdo?
Por toda respuesta, oyó cómo al otro lado colgaban el teléfono.
Lali estaba descolgando su abrigo del perchero cuando se abrió la puerta y entró Peter dando grandes zancadas. Su repentina aparición hizo temblar a Lali, que se maldijo por asustarse tan fácilmente de aquel hombre. Ahora estaba frente a ella con los brazos cruzados por delante de aquel pecho anchísimo y la contemplaba como un gato que fuera a atrapar a un ratón. ¿Es que no tenía derecho a que algo le saliera bien ese día?
–¿Ya se va a almorzar, señorita Esposito?
–He quedado. Sólo será una hora, como mucho. Iba... iba a decírselo ahora.
–¿De veras?
¿Aquel hombre era siempre tan desconfiado? Después de reunir todas sus fuerzas, Lali hizo frente a su mirada, cosa difícil con aquellos fulminantes ojos azules.
–Sé que no me cree, pero tengo que estar en un sitio dentro de unos momentos. Le prometo que no tardaré y, si necesita que luego me quede hasta tarde, estaré encantada de hacerlo.
Decir aquello le dolió en el alma: sabía que Allegra estaría deseando verla; su hijita quería mucho a la abuela, pero era a ella a quien llamaba cuando se sentía mal. Pero iba a hacer todo lo que pudiera para conservar su trabajo. Tan sólo rezaba por que Allegra estuviera mejor cuando llegara a casa.
–¿Iba a buscar a su jefe, por casualidad?
Al observar el estupor en aquellos ojos verdes, Peter supo que había dado en el clavo. Por lo general admiraba la lealtad pero, ¿qué era aquello de mentir para sacar a su jefe del atolladero? No sabía con quien estar más furioso, si con Lali por pensar que podía engañarlo, o con Nicolas, que había ido dejándose caer con tanta ignominia.
Preocupada pensando lo que iba a contestar, Lali se peinó hacia atrás el pelo con la mano. La mirada experimentada de Peter pudo apreciar lo sedoso y brillante que era.
–Va a venir a trabajar dentro de un rato, sólo tiene que prepararse y llegar hasta aquí.
–Y usted le va a ayudar, ¿no es así? ¿Qué va a hacer, llevarle de la mano hasta la ducha?
La idea de aquella preciosa mujer cerca de una ducha disparó la libido de Peter.
No era la primera vez que Lali iba a buscar a Nicolas a casa en «misión de rescate». Estaba casi tan familiarizada con aquel lujoso apartamento en la ribera del Támesis como con su casita adosada de Lambeth. Era una pena que el interior de la antes acogedora casa de Nicolas ahora estuviera tan descuidado; hasta su empleada de hogar se había marchado, harta de recoger botellas vacías de alcohol cada vez que se daba la vuelta.
–Como ya le he dicho, necesita un poco de apoyo para superar esta difícil etapa. No podemos abandonarlo.
–¿Podemos? –preguntó Peter, enarcando las cejas.– La empresa... yo... ¿No desea usted que Nicolas se recupere?
–¿Era consciente Nicolas Riera, en su estado de alcoholismo avanzado, de que aquella preciosa secretaria lo defendía a capa y espada en su ausencia? –se preguntó Peter. Probablemente, y trataba de sacarle el mayor partido.
–No hace falta que llame a un taxi, tengo el coche en la puerta. Voy a ir con usted, a ver si logro inculcar algo de sentido común a su jefe. Usted delante.
–¿Y qué ocurre con su cita de la una?
–La he pospuesto. Bien, veamos qué nos encontramos...
El rostro de Nicolas, ya de por si pálido, se tornó blanco como la leche cuando vio al invitado que Lali había llevado consigo. Se echó hacia atrás dando un traspié, y se pasó la mano por la despeinada cabeza tratando de recomponer su figura, pero sintiéndose un miserable.
Olía a cerrado, como si nadie hubiera abierto las ventanas en mucho tiempo. Lali contempló a su jefe y deseó tener una varita mágica para poder resolver allí mismo todos sus males; quiso devolverlo a la época en que era un hombre independiente y dueño de su vida, que se había hecho un nombre en un negocio sumamente competitivo, y se había ganado el respeto de todo el mundo.
–Hola, Nicolas, ¿qué te parece si hago café para todos? ¿Has comido algo?
Interpretando el murmullo incoherente como una contestación, y reticente a dejar a su jefe solo con Peter, Lali se deslizó hacia la cocina. Estaba repleta de cacharros sucios desperdigados por todas partes. Lali dudaba incluso de que hubiera una taza o un vaso limpios, por no hablar de encontrar una cafetera, y no podía hacer café sin ella.
Lali se dispuso a fregar los cacharros para poner un poco de orden, pero se encontró prestando excesiva atención a las airadas voces que llegaban de lejos, así que abrió a tope el grifo del agua caliente y trató de concentrarse en lo que estaba haciendo. Era imposible pedir que Peter tuviera algo de tacto con Nicolas. Por otra parte, el tratarlo con tacto tampoco les iba a llevar a ninguna parte: cuando, tiempo atrás, ella intentó un acercamiento suave, Nicolas se rió en su cara y le dijo que tenía el tema de la bebida bajo control y que no se preocupara.
Cinco minutos después, Lali sintió a alguien detrás de ella. Al volverse, vio a Peter en la puerta sin chaqueta ni corbata. Era un hombre grande, fuerte y bien plantado. Con el pelo ligeramente revuelto y una barba de varios días en aquella mandíbula recta y varonil, había algo en él terriblemente cautivador, reconoció Lali, a pesar de que se había prometido no dejarse influir por su belleza.
–Nicolas va camino de la ducha. ¿Puede tener el café preparado para cuando salga?
Mientras hablaba, recorrió la cocina con mirada experta. No daba crédito a lo que veía.
–Si puede pagarse un sitio como éste, ¿cómo es que no tiene una empleada de hogar?
–La tuvo –se apresuró a contestar Lali, y sin darse cuenta se llevó la mano a la mejilla y se dejó un poco de espuma en la piel–. Y se marchó.
–¿Por qué no me sorprende?
En vez de darse la vuelta e ir a ver qué tal se apañaba Nicolas, Peter se encontró caminando hacia Lali. Sin decir una palabra, se agachó y retiró cuidadosamente la espuma de su mejilla. Tan cerca como estaba, pudo apreciar unos incitantes destellos en sus ojos y las pestañas largas y espesas sin necesidad de maquillaje. Su aroma, cálido y sensual, lo envolvió unos instantes. Su cuerpo respondió rápidamente: los músculos de su abdomen se tensaron y una ola de calor le invadió la ingle.
–Tenía usted jabón en la cara.
–Gracias.
Lali se giró, visiblemente nerviosa. Sonriendo para sí, Peter se encaminó hacia la puerta. Le gustaba ponerla nerviosa; de hecho, le gustaba mucho.
–¿Se siente mejor?
Observando la palidez y las ojeras del hombre que tenía delante, Peter decidió que no tenía sentido llevarlo hasta la oficina para tener la reunión. Durante el tiempo que había pasado aquella mañana en su despacho, se había documentado sobre los detalles del gran proyecto de la zona del puerto en el que estaba trabajando Nicolas, había hablado con el administrador del terreno, y había organizado una reunión con los contratistas y el cliente para las cuatro de la tarde. Daría a Nicolas el día libre para recomponerse, y se verían a la mañana siguiente.
Aquel hombre debía acceder a recibir ayuda profesional. Llevaban ya gastadas cantidades ingentes de dinero en aquel proyecto, y Peter no estaba dispuesto a que su cliente perdiera ni un céntimo más. Además, tenían una reputación que mantener a nivel internacional.
–Un poco más de café me haría bien –contestó Nicolas débilmente, alargando la taza.
Lali se la llevó a la cocina y, mientras la llenaba casi hasta el borde con café solo bien cargado, los ruidos de su estómago le recordaron que no había comido nada desde la cena de la noche anterior. De hecho, sentía la cabeza como si le fuera a estallar. Demasiado café, pocas horas de sueño y nada de comida no eran la mejor de las combinaciones para una vida sana, pensó irónicamente, y se preguntó cuándo tendría tiempo para comerse el sándwich de atún que su madre le había preparado por la mañana.
Pobre Nicolas. El adjetivo «espantoso» no describía ni de lejos el mal aspecto que tenía. Claramente no iba a poder hacer nada aquel día en la oficina, ¿Peter no se daba cuenta?
Apoyada en la jamba de la puerta observando cómo Nicolas se bebía el café, Lali trataba de controlar los nervios, que se le disparaban cada vez que su mirada conectaba con la de Peter Lanzani. Sin duda alguna, era un hombre que imponía pero, sorprendentemente, había sido mucho más indulgente con Nicolas de lo que ella esperaba; casi juraría que había compasión en sus ojos mientras escuchaba a Nicolas tartamudear explicando cómo había llegado a aquel estado... pero tal vez sólo se lo había imaginado. «Peter» y «compasión» eran dos palabras completamente opuestas.
Por fin, tras un rápido vistazo a su reloj, tomó su chaqueta y se dirigió a Lali:
–Será mejor que volvamos. Creo que Nicolas estará mejor si hoy se recupera de los excesos y mañana ya vuelve a la oficina. He organizado una reunión a las cuatro con los contratistas de la zona del puerto; no conozco bien el proyecto, así que, si viene usted conmigo, puede ayudarme aportándome la información que necesite, ¿le parece bien, señorita Esposito?
Lali estaba acostumbrada a acompañar a Nicolas a reuniones en las obras, pero esta vez el asunto era comprometido: aquél era uno de los clientes más importantes; el comportamiento de Nicolas, con sus ausencias del trabajo y su dejadez para devolver las llamadas, había hecho que el cliente estuviera muy descontento con la empresa, y por consiguiente, Lali, como secretaria suya, se había llevado todas las reprimendas. Llevaba varios días soportando quejas airadas por teléfono, y estaba segura de que el socio principal de Lanzani and Stoughton Associates vería rápidamente que el proyecto estaba mucho menos avanzado de lo que cabría esperar.
La idea de pasar un rato abrazada a su adorada Allegra y contarle un cuento antes de dormir se alejó aún más de lo que había pensado por la mañana. Algo le decía a Lali que aquella reunión se prolongaría hasta bien entrada la noche.
–Por mí no hay problema, señor Lanzani.
–No beba más,Riera, y acuéstese temprano. Si quiere conservar su empleo, esté en la oficina mañana a las nueve y hablaremos.
Poniéndose en pie con paso vacilante, Nicolas lanzó una mirada de pánico a Lali y los siguió hasta el recibidor. Parecía un niño que se había perdido y que esperaba que ella lo salvara, pensó Lali, y rápidamente apartó aquel sentimiento que le era tan familiar y tan molesto; pero a Peter no se le escapó la cálida sonrisa de consuelo que ella dirigió brevemente al hombre.
Trató de imaginar cómo sería recibir una sonrisa tan maravillosa como aquélla: condenadamente bueno, concluyó, mientras ella pasaba delante de él dejando tras de sí el cautivador aroma de su perfume. Camino del coche, la mirada de Peter se quedó atrapada por aquellas pantorrillas tan sexys, con sus medias claras y sus zapatos planos, y supo que estaba ante un caso de «deseo a primera vista». Tendría que hacer algo al respecto.
–Voy a pasar por casa de mi hermana para darme una ducha y arreglarme un poco, ¿podrá usted defender el fuerte hasta que vuelva?
Lali le dirigió una mirada llena de irritación. ¿Qué se creía que había estado haciendo los últimos seis meses mientras Nicolas caía en su depresión?
–Seguro que me las arreglaré.
Desviando rápidamente la mirada de aquellos ojos escrutadores, deseó no ser tan plenamente consciente de cada detalle del lujoso coche, de las evidentes connotaciones de riqueza y poder.
–¿Por qué lo dejó su mujer?
La pregunta de Peter tomó a Lali por sorpresa. Había apoyado la mano en la puerta y ahora la movió a su regazo. Se colocó el pelo detrás de la oreja:
–Nicolas dice que no pudo soportar su éxito. Ella trataba de forjarse una carrera como cantante y se quejaba de que él no la apoyaba lo suficiente. Venían de orígenes muy diferentes, y supongo que en el fondo querían cosas distintas. Llegó un punto en que las diferencias fueron demasiado grandes, por lo menos para Euge.
Encogiéndose de hombros, dirigió la vista hacia sus manos, ahora sin anillo, tratando de deshacerse de la sensación de fracaso que la había asaltado inesperadamente. No quería acordarse de Pablo, su ex marido, pero las dos últimas frases que acababa de decir describían perfectamente su propia y desastrosa unión, por corta que hubiera sido: él había estudiado en Eton, uno de los mejores colegios del país, y después entró en la facultad de Medicina. Cuando Lali lo conoció, acababan de ascenderlo a un puesto de jefe en el Guy's Hospital, y su encanto y la confianza que tenía en sí mismo conquistaron a Lali.
Pablo era de familia rica, y su padre, un eminente cirujano cardíaco, ostentaba el título de sir. Desde el principio, Lali fue consciente de que no era lo suficientemente buena para su querido Pablo. La educación que había recibido no era precisamente la más exquisita: fue a un colegio público en el sur de Londres, y estudió para secretaria en una escuela de formación profesional; Su padre era albañil, y su madre, secretaria en un colegio. Era obvio que su familia no frecuentaba los mismos círculos que los Vaughan–Smith.
–Esas cosas pasan –reflexionó Peter. No podía apartar los ojos de Lali, intrigado por lo que estaría pensando –. Tendrá que recuperarse pronto, sobre todo si quiere conservar su empleo...
–Por Dios, Nicolas no está saboteando su futuro deliberadamente.
Tras la gélida mirada que le dirigió Lali, Peter supo que le tenía por alguien a quien no le importaban las personas que trabajaban para él a menos que hiciesen ganar dinero a la empresa. En realidad, se preocupaba profundamente por sacar lo mejor de cada uno y, a menudo obtenía respuesta, se apresuraba a compartir los resultados del éxito conseguido. Eso no quería decir que, cuando el momento lo requería, no fuera duro, incluso Implacable.
Por lo que sabía, Nicolas Riera ya se había regodeado suficiente en su lástima de sí mismo. Si no se hacía algo al respecto pronto, no sólo sería el trabajo lo que se le iría a pique, sino también su vida.
–Soy muy consciente de que este hombre necesita ayuda profesional. Mientras se recupera, me haré cargo de sus cosas. Usted trabajará directamente para mí, señorita Esposito, ¿cree que podrá con ello?
No pudo evitar pincharla, aunque sólo fuera por ver su reacción. Su atractiva cara reflejó al momento su insatisfacción. Mostraba sus emociones casi al desnudo, y Peter se dio cuenta de que tenía dificultades para mantener controlada su expresión, tal como la profesionalidad requería. Inexplicablemente, Peter sintió ternura hacia aquella mujer, de una forma como no había sentido desde hacía mucho tiempo. Y la perspectiva de trabajar «mano a mano» en la oficina con ella mientras Nicolas se tomaba aquel necesario descanso le pareció mucho más atractiva de lo que probablemente debería. Tan pronto como estuviera en casa de su hermana en Highgate, Peter telefonearía a la oficina de Nueva York para avisarles de que iba a prolongar su estancia en el Reino Unido indefinidamente.
–Puedo con cualquier cosa que se le ocurra pedirme, señor Lanzani –le desafió–. ¿Por qué no espera a verme trabajar? Parte de mi aprendizaje como secretaria fue cómo tratar con personas difíciles, ¡de hecho, me especialicé en ello! –dijo con vehemencia–. Nos veremos en la oficina.
Y diciendo esto, salió del coche y se fue dando un portazo.
Peter apoyó la cabeza en el reposacabezas beige y se dijo que la hostilidad de Lali era un buen desafío: así sería más dulce cuando finalmente se diera cuenta de que merecía la pena ser agradable con él. Orgulloso de su conocimiento de las mujeres, y sabiendo por experiencia propia que la riqueza y el estatus eran poderosos afrodisíacos, Peter no tenía dudas de que tarde o temprano sucedería...

4 comentarios:

  1. Buenoooo! Creo que no hace falta decir que me encanta!

    Ya estoy enganchada y necesito del próximo!
    Me está gustando mucho. Ahora solo queda saber como le irá a estos dos trabajando juntos!!

    Hermanita TTM!!!!!

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  2. Muy buena! Es un poco irritante q peter se muestre tan soberbio! Quiero más!
    vale_cadenas

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  3. No en todas las ocasiones importan el poder y el dinero,hay excepciones.

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  4. Peter se equivoca si cree q a ella le va a atraer su dinero y poder...justo las diferencias de clase hicieron fracasar su matrimonio!Sí la va enamorar por la parte tierna y protectora,o con actitudes como la q tuvo en definitiva con Nico
    "estamos ante un caso de deseo a primera vista"y eso me gusta!Q dejen fluir sus emociones !

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