La puerta se abrió. Después de pasar cerca de dos horas encerrados
en el despacho, Nicolas salió precediendo a Peter. La expresión de
su cara le pareció a Lali la de un prisionero que hubiera sido
repentinamente puesto en libertad después de mucho tiempo en
prisión, y que se preguntaba qué iba a hacer a partir de aquel
momento. Nicolas se rascó la cabeza y dirigió a Lali una media
sonrisa infantil, tras la que ocultaba un enorme dolor, estaba
segura. Le llegó al corazón y ella le devolvió una amplia sonrisa.
–Bueno, Lali, parece que vas a tener jefe nuevo durante las
próximas seis semanas. Tengo que tomarme un forzoso tiempo de
descanso para recuperarme. ¿Crees que te las arreglarás sin mí?
Al escuchar aquella pregunta, Peter puso los ojos en blanco. Por lo
que iba viendo, Lali llevaba defendiendo el fuerte varias semanas,
mientras Nicolas aparecía de vez en cuando, en el mejor de los
casos. Empezaba a sentir cierta admiración hacia ella, por cómo
había soportado la presión de mantener oculto el «pequeño
problema» de su jefe, además de sacar adelante la enorme cantidad
de trabajo diario. Tan sólo hacía dos semanas que los jefes más
altos se habían dado cuenta de que algo no iba bien, y había sido
porque Stephen Ritchie los había telefoneado personalmente cada vez
que Nicolas los dejaba plantados sin aparecer por la obra. Entonces,
la sirena de alarma había sonado y habían comenzado a investigar
qué sucedía.
–Tú sólo preocúpate de ponerte bien lo antes
posible. Come sano y descansa –le aconsejó Lali–. Ya nos
apañaremos por aquí.
Cayendo en la cuenta de que había incluido a Peter en su afirmación,
se sonrojó de vergüenza. El día anterior, él había dicho que se
haría cargo de las cosas por un tiempo, pero podía ser sólo hasta
que encontrara a alguien que sustituyera a Nicolas, no significaba
que él mismo fuera a quedarse indefinidamente. Por lo menos,
esperaba que así fuera. Lali desvió la mirada de los dos hombres y
se centró deliberadamente en la pantalla que tenía delante.
Peter acompañó a Nicolas a la puerta y, después de unas palabras,
le dijo adiós. Al volverse, contempló a Lali sentada detrás de su
escritorio, se desabrochó los botones de la chaqueta y se aflojó el
nudo de la corbata. Se acercó a la fuente de agua y, después de un
largo y sediento trago, encestó con puntería el vaso de plástico
en la basura. Pero, bajo su apariencia de calma, hervía la última
frase de Lali antes de que Nicolas los interrumpiera: «La persona
con quien pasé la noche», había dicho. En aquel momento no se
atrevía a dirigirle la palabra, de lo irracionalmente enfadado que
estaba.
–¿Cómo lleva las cartas? –le preguntó.
–Estoy en ello –contestó Lali–. No le ha abandonado a su
suerte, ¿verdad? –preguntó ansiosamente, esquivando la súbita
irritación que apareció en aquellos increíbles ojos azules.
Mantuvo su mirada para demostrarle que no iba a poder con ella.
–¿El instinto maternal le sale con todos los
hombres, señorita Esposito? ¿O sólo lo reserva para los Nicolas
Riera del mundo?
–Usted está malinterpretándome a conciencia, pero no sé por qué
me sorprendo –le espetó Lali–. Para su información, no estoy
haciendo de madre de Nicolas, tan sólo me preocupo por un hombre que
ha sido un buen jefe conmigo. Puede que haya tenido problemas, pero
siempre me ha tratado bien, ¡que es más de lo que puedo decir de
algunos hombres para los que trabajo!
Peter enrojeció debajo del bronceado ante la reprimenda. Le dolía
profundamente que ella pensara que no la trataba bien. Y, sin
embargo, pensaba que Nicolas era un santo. La sensación de que los
celos se apoderaban de él no le gustó.
–Siento escuchar eso.
Lo sentía tanto como un elefante que hubiera aplastado a una
hormiga, se dijo Lali.
–Tal vez en lo concerniente a cómo tratar decentemente al
personal, podría aprender un poco de Nicolas.
Seguro que sí, pensó Peter sarcásticamente. Pero una parte de él
no podía evitar sentirse culpable tras la reprimenda. Se consideraba
un jefe justo, pero firme, ¿qué podía hacer si aquella mujer tenía
un mal concepto de él? Se estremeció al darse cuenta de que quizás
él había hecho lo mismo con ella. Pero ni por asomo iba a mostrar
una debilidad tan grande como la culpa.
–¡Antes se hiele el infierno, que yo aprenda de
un hombre que permite que el abandono de una mujer lo convierta en un
alcohólico y lo deje destrozado! –gritó ásperamente–. Ese
hombre debería tener algo más de respeto por sí mismo.
Lali se quedó blanca y tuvo que sujetarse a la silla ante el impulso
de dejar su trabajo en aquel mismo momento. Pero el hecho de que
Peter menospreciara a un hombre como Nicolas por estar sufriendo no
suponía que ella tuviera que tomarse aquellos comentarios de forma
personal y dimitir. Tal vez detestara lo que Peter acababa de decir,
pero de ahora en adelante se tomaría las cosas con más calma,
ignorando la rabia que aquel hombre generaba en su interior.
A pesar de esa decisión, sintió que quedaría por debajo de él si
le dejaba que dijera la última palabra:
–Está muy seguro de sí mismo, ¿verdad? –le
dijo, con los ojos llameando de ira y sujetándose aún más a la
silla, tratando de contenerse–. Seguramente nunca ha estado con una
mujer que le importara lo suficiente como para sufrir por que lo
dejara. Ya seas rico o pobre, eso duele, ¿sabe usted?, lo de que te
abandone la persona a la que amas. ¡A lo mejor, después de que le
suceda, tendrá un poco más de compasión con el resto de la
humanidad!
–No creo que eso suceda, señorita Esposito. Nunca dejaría que una
mujer se acercara tanto a mí como para poder hacerme daño... aunque
no me importa que se me acerquen para otra cosa...
Peter mantenía la vista clavada en su rostro, pero Lali tuvo la
impresión de que se estaba comiendo su cuerpo con los ojos. Incómoda
y avergonzada, se preguntó qué haría él si le decía que, de
continuar con comentarios, inapropiados como aquéllos, lo
denunciaría por acoso. Pero, tan pronto como lo pensó, supo que
nunca lo haría. ¿Quién iba a creerla cuando él era el jefe?
Por otro lado, no podía mentirse a sí misma: cuando Peter Lanzani
le lanzaba aquellas miradas ardientes, su naturaleza sensual, que
llevaba tanto tiempo enterrada, se deleitaba con aquellas atenciones.
¡Y pensar que, tal vez, iba a trabajar para aquel hombre durante las
próximas seis semanas...!
Cansada de pelear, se tragó el malestar que sentía y decidió hacer
un nuevo intento para interceder por Nicolas ante su nuevo jefe.
–¡Si deja a Nicolas a su aire, beberá hasta morir, sin más! ¿Es
que no ve las señales? Él cree que no tiene nada que perder desde
que ella se marchó. No piensa con claridad. ¿Tiene usted el corazón
tan duro, que no va a ayudarlo?
Dudó en añadir: «si es que tiene usted corazón»...
–No me gusta verte tan preocupada a este respecto, Lali.
Confidencialmente, te diré que Nicolas va a ingresar en una clínica
de desintoxicación muy exclusiva y muy cara, pagada por la empresa.
Tendrá todas sus necesidades cubiertas, excepto la de alcohol,
claro. Además, he pedido que me manden informes semanales sobre cómo
evoluciona. ¿Te quedas más tranquila?
Entrelazando las manos, Lali dejó escapar el aire con dificultad:
desde el principio, Peter sabía lo del tratamiento para Nicolas, y
la había dejado decir que lo último que esperaba de un hombre como
Peter era que lo ayudara.
–A decir verdad, sí. Me he pasado noches en
vela preocupada por lo que sería de él.
–Ahora puedes descansar tranquila. Estará en
buenas manos.
Su contestación fue lacónica. ¿Qué podía esperar cuando ella
había sido tan directa, incluso grosera, al defender a Nicolas?
Peter estaba llegando a la puerta del despacho de Nicolas, cuando se
volvió, pensativo:
–Deberías haber comentado con alguien tu
preocupación por su bienestar. Para eso está el departamento de
Recursos Humanos.
–¿Y airear sus trapos sucios por toda la
oficina?
A pesar de haberse propuesto mantener la calma, las palabras salieron
mordaces:
–No sé como será en Nueva York, pero en esta oficina sería un
festín para los cotillas. Es vergonzoso, pero la gente saca
conclusiones sobre las personas sin conocerlas: culpable hasta que se
demuestre lo contrario. Habrían juzgado y condenado a Nicolas antes
de que pudiera abrir la boca, qué importan las razones por las que
empezó a beber, ni por lo que estaba pasando. De hecho, ahora mismo
seguro que piensan que lo ha despedido. A la hora de la comida lo
sabrá todo el edificio.
Estaba en lo cierto. Debería haber pensado en eso, se dijo Peter.
¿Acaso no había hecho él lo mismo, tratándola como culpable sin
saber nada de ella, al encontrársela dormida en su mesa? Le dolía
que ella tuviera una opinión tan pobre de él y de sus compañeros
de trabajo, a pesar de que, personalmente, creía que gran parte del
dolor de Nicolas Riera se lo causaba él mismo y por tanto no merecía
tanta preocupación por parte de Lali.
–Deberíamos organizar una especie de reunión informal para hacer
oficial que Nicolas está de baja por enfermedad, pero que volverá
en unas semanas. Si soy yo quien da la noticia, eso pararía los
rumores de que ha sido despedido.
Lali asintió inmediatamente:
–Puedo organizar algo a las cuatro en la zona de
descanso, ¿qué tal?
–Lo dejo en tus hábiles manos. Y de paso, ¿puedes organizarme
algo para comer? –el rostro de Peter se relajó en una agradable
sonrisa–. Voy a empezar a revisar el trabajo atrasado del señor
Riera. Será suficiente con un sándwich de pollo. Gracias.
Después de contemplar aquella arrebatadora sonrisa, Lali apostó a
que podía ser encantador cuando se lo proponía, Pero ella no quería
ceder a sus encantos. Podía manejar su actitud de arrogante
superioridad, pero su encanto era otra cosa completamente
diferente...
Lali estornudó una vez, y luego otra. Cerró la puerta del coche y
notó que la invadía un sofoco que la hizo marearse. Sacudiendo la
cabeza, maldijo a los hados por haberse contagiado de la gripe de
Allegra. Era lo último que necesitaba; sobre todo ese día. Peter
iba a presidir una reunión de la junta en la sala VIP, y ella tenía
que tomar notas. Allí normalmente hacía calor, y si su temperatura
aumentaba más de lo que sentía en aquel momento, no podría
soportarlo.
Salió del aparcamiento subterráneo y se dirigió hacia las oficinas
de Lanzani and Stoughton Associates. Acababa de poner el pie en la
calzada para atravesar una calle cuando un coche la pasó rozando,
tan cerca que la despeinó. En el mismo momento, una mano de hierro
agarró su brazo y la llevó de vuelta a la acera. Antes de que Lali
se recuperara del susto, sintió que la hacían volverse y vio a
Peter, con la mandíbula apretada y los ojos echando chispas:
–¿Es que quieres suicidarte? ¿Por qué
demonios no miras por dónde vas?
El corazón de Peter aún palpitaba aceleradamente. No podía creerlo
cuando, casualmente, vio a Lali intentando cruzar la calle principal
y un coche dirigiéndose hacia ella a unos cincuenta kilómetros por
hora. Con un volantazo, el coche la había evitado en el último
segundo, y Peter había corrido hacia Lali para sacarla de la calzada
antes de que el coche que venía detrás se la llevara por delante.
Ahora ella estaba frente a él, con las mejillas enrojecidas y
aquellos preciosos ojos verdes a punto de llorar.
¡Oh, Dios! No iba a echarse a llorar, ¿verdad? Peter se
enorgullecía de ser muy «macho», pero en el fondo sentía
debilidad por las mujeres llorosas, los niños enfermos y los
animales heridos; los tres le tocaban la fibra sensible.
–Oye... –suplicó con voz ronca, secándole
las mejillas suavemente con las manos–, no quería asustarte.
Sintiendo que le faltaba el aire, Lali se zambulló en su bolso en
busca de un pañuelo; todo en su interior temblaba, más por el hecho
de que Peter la hubiera tocado que por su posible accidente. Empezaba
a ser consciente de que se había expuesto a una muerte casi segura,
pero lo que más la asustaba y la confundía era que el simple tacto
de un hombre pudiera desorientarla tanto.
El rugido del tráfico ahogó su respuesta:
–No me ha asustado. Tan sólo me distraje un
momento, eso es todo. Debería haber ido más atenta a lo que estaba
haciendo. Gracias por venir en mi auxilio.
Le asaltó la idea de que, si no la hubiera salvado, su pequeña
podría ser huérfana en aquel momento. Otra lagrima se deslizó por
su mejilla, y luego otra, hasta que se encontró luchando por
controlarlas.
–Ven, nos vendrá bien tomar un café y hablar
un poco.
Tomando a Lali por el codo, Peter la guió calle abajo hasta un
pequeño café italiano. Por el camino, Lali trató de hacer
desaparecer las lágrimas lo mejor posible; no podía creer la mala
impresión que estaba dando de sí misma, y justo frente a la persona
ron la que no podía permitirse mostrarse vulnerable, él ya tenía
la opinión de que era una vaga y que no podía con su trabajo, y
ahora pensaría además que era débil.
Unos minutos después, con los sentidos abrumados por el aroma a café
y a bollos recién hechos, Lali se sentó frente a Peter. Aquella
enorme figura empequeñecía la silla, como de costumbre, y toda su
atención estaba concentrada al cien por cien en ella, a pesar del
bullicio a su alrededor. La mano de Lali temblaba un poco cuando se
acercó el cremoso café a los labios. El imponente hombre frunció
el ceño:
–Y bien, ¿por qué ha pasado esto? ¿Puedo
hacer algo para ayudar?
Realmente quería ayudarla, se dijo Peter, sintiendo aumentar su
deseo. La sensación había ido creciendo en su interior durante los
días anteriores, en los que Lali lo había hecho casi todo sola,
ayudando a otros sin pensárselo y olvidándose de sí misma. Peter
se preguntó si la «persona favorita» que Lali había mencionado,
aquel Ale, o como quiera que se llamase, realmente le daba el apoyo
que necesitaba.
La idea de que ella tuviera novio le hizo apretar la mandíbula: no
le gustaría interponerse entre su novio y ella.
–Estoy bien, de veras. Tan sólo tengo gripe, y
últimamente no duermo muy bien –reconoció nerviosa, y
desvió la mirada rápidamente.
Peter observó su taza y volvió a clavar su mirada en aquellos
espléndidos ojos verdes.
–No me creo que ésa sea la única razón por la que estás
alterada. ¿Qué es lo que te preocupa, Lali? Si es algo relacionado
con el trabajo, posiblemente soy la mejor persona con la que podrías
hablar. La gente que trabaja para mí es el verdadero capital de la
empresa, me preocupo por que esté bien.
Dicho así, su explicación sonaba más que razonable, seductora
incluso... Pero Lali sabía que no podía confiar en Peter. Además
de tener siempre presente que él era el dueño y uno de los socios
fundadores de la empresa para la que trabajaba, también recordaba
que Peter menospreciaba cualquier tipo de debilidad. Y, si llegaba el
caso, ¿por qué un hombre como él se molestaría en fijarse en una
simple secretaria como ella? Ya había tenido una experiencia
humillante con Pablo, y sabía que las grandes diferencias de dinero
y de estatus podían ser un problema en una relación; no deseaba
volver a pasar por un rechazo como aquél.
–Creí que no le gustaba que los problemas personales afectaran al
trabajo, señor Lanzani.
–¡Peter! –respondió irritado, sintiendo remordimientos a
continuación porque él la había provocado desde el principio
llamándola «señorita Esposito».
¿Lo había hecho inconscientemente, para poner una barrera entre
Lali y él?, ¿para mantener su relación dentro de lo estrictamente
profesional, y así combatir la poderosa atracción que lo recorría
entero cada vez que la miraba? Tenía por norma no liarse con mujeres
en el trabajo; por experiencia, sabía que aquel tipo de relaciones
solían ser problemáticas.
–No tienes una buena opinión de mí, ¿verdad?
–añadió.
–Supongo que hace lo que tiene que hacer. A mí
no tiene que gustarme.
Encogiéndose de hombros, Lali se refugió tras la taza de café.
–Crees que no me preocupo por la gente que
trabaja pura mí, ¿no es así?
Lali enrojeció:
–Yo no he dicho eso.
–Pero crees que no soy comprensivo, ¿me
equivoco?
Sintiendo que se estaba metiendo en terreno peligroso, Lali deseó
que aquella conversación no hubiera empezado nunca:
–Su reputación lo precede, señor Lanz...
Sus cejas se juntaron formando una mueca de irritación:
–Si vuelves a llamarme así, te despido.
El corazón de Lali dio un vuelco.
–Como ya he dicho, esto es una empresa...
Peter dejó la frase en el aire. ¿Por qué el comentario de Lali le
había molestado tanto? ¿Se habría vuelto un hombre demasiado duro?
Era un hombre con éxito, ¿no?, y su empresa iba muy bien. Estaba
convencido de que a la gente le gustaba trabajar para él. Entonces,
¿por qué le importaba tanto que Lali Esposito tuviera una buena
opinión de él?
–Sé que es complicado llevar una empresa –afirmó Lali, mientras
una nueva oleada de calor la invadía–, pero somos humanos, y la
vida no es un camino de rosas, con todas las respuestas a las
preguntas. Como ya he dicho, estoy segura de que Nicolas no pretendía
intencionadamente sabotear su carrera haciéndose alcohólico.
–Ahora no estábamos hablando de Nicolas –contestó, frotándose
la nuca.
Peter se recostó de nuevo en la silla y suspiró:
–Me duele que no tengas confianza en mí para
contarme qué te preocupa. Tal vez deberíamos hablar de eso, ¿no
crees? No ahora –continuó, echando un rápido vistazo a su reloj
de pulsera–, pero sí en cuanto tengamos un rato para quedar.
La idea llenó de inquietud a Lali. Ya era suficiente presión tener
que trabajar con aquel hombre, como para encima «quedar un rato»
para que ella le contara por qué no confiaba en él.
–Realmente no es necesario. Además, sólo tengo
gripe, no es que haya algo que me preocupe... –«...excepto tú»,
pensó–. Estaré bien en un minuto.
Elevando de nuevo los hombros como disculpándose, bebió otro sorbo
del delicioso café y se sintió más tranquila, aunque todavía se
notaba algo sofocada.
–Creo que lo mejor sería que te fueras
directamente a casa después de la reunión. Te llevaré yo mismo.
–¡No!
La vehemencia con la que respondió sorprendió a Peter. Por todos
los diablos, aquella mujer parecía asustada. ¿Qué trataba de
esconder, un novio vago e irresponsable que estaba en el paro, tal
vez? ¿Sería por eso por lo que a Lali se la veía tan cansada?,
¿porque mantenía a un hombre que vivía a su costa? La ira le secó
la garganta unos instantes, y luego se reprendió a sí mismo por
estar de nuevo sacando conclusiones sin conocer todos los datos, que
era de lo que Lali lo había acusado. Empezaba a pensar que había
muchas razones por las que ella no quería confiar en él, e incluso
dudó de sí mismo.
Lali no quería que Peter la llevara a casa. No quería que viera la
calle en la que estaba su diminuta vivienda. No era que se
avergonzara de ella, sobre todo cuando había empleado tanta energía
y esfuerzo en convertirla en un acogedor hogar para Allegra y ella;
pero estaba segura de que estaba muy por debajo del nivel de lo que
un hombre como Peter admitía como bueno. Y si ella advertía una
nota de vergüenza o pena en sus ojos, Peter tendría rápidamente su
dimisión en la mesa.
–Aguantaré todo el día, no se preocupe, y
volveré a casa en mi coche. Gracias de todas formas.
Dándose cuenta de que no serviría de nada discutir, Peter terminó
su café de un largo sorbo, y se levantó:
–Será mejor que volvamos, hoy tengo la agenda
repleta. ¿Te sientes mejor?
–Mucho mejor –mintió Lali, y lo siguió con piernas temblorosas
hacia la calle.
Fue una reunión larga, mucho más de lo que Peter hubiera querido.
Parecía que sus socios del Reino Unido querían aprovechar al máximo
su presencia junto a ellos, y habían añadido bastantes puntos a la
ya de por sí saturada agenda de la reunión.
Se había fijado en Lali varias veces durante la tarde, y había
visto unas leves gotas de sudor en su frente cada vez que se retiraba
el flequillo de la cara. Además, tenía la impresión de que
aquellos arrebatadores ojos verdes estaban vidriosos y brillaban más
de lo habitual, como si tuviera fiebre. Pero estaban en mitad de la
reunión y no podía hacer nada al respecto; Lali tomaba notas
rápidamente: en aquel momento se discutía el lucrativo proyecto de
la zona del puerto que había sido responsabilidad de Nicolas.
Después de él, y de Peter tras leer los informes, nadie conocía el
proyecto tan bien como Lali. Buscar otra secretaria que la
sustituyera no era una buena idea.
Peter decidió prestar más atención a su recién designada
secretaria. En el descanso para el café, cuando la gente abandonó
la sala en busca del refrigerio, Lali y él se quedaron a solas.
–¿Qué tal te encuentras? –le preguntó,
colocándose junto a ella y saturando sus sentidos con el seductor
aroma de su masculinidad.
Lali notó que su cuerpo ardía, y no era por la gripe. Fijó su
vista en las hojas de notas que había tomado durante la reunión
para no tener que enfrentarse a aquella mirada penetrante.
–Estoy bien, gracias por preguntar.
–Pareces un poco acalorada, si me permites que
te lo diga.
–Aquí hace calor, ¿no cree?
Olvidando su determinación de mirarlo lo menos posible a los ojos,
Lali se encontró atrapada en su mirada, sin poder apartarse y
sintiéndose cada vez más débil.
Peter rompió el silencio:
–Abriré una ventana.
Abrió dos, tomándose tiempo, mientras rezaba para que el aire
fresco le calmara su excitada libido. Peter conocía la sensación de
deseo; pero cuando se zambullía en los cautivadores ojos verdes de
Lali Esposito, con aquellas pestañas larguísimas, el deseo crecía
hasta un nivel completamente nuevo. Debería andarse con cuidado, o
aquel deseo de llevársela a la cama se convertiría en una obsesión.
–Así está mejor, gracias.
Lali se pasó una mano por la nuca desnuda porque tenía el pelo
recogido, y Peter se metió la mano en el bolsillo del pantalón para
controlar el impulso de lanzarse a tocarla.
–¿Te traigo unos sándwiches y una taza de
café?
–No gracias, no tengo hambre. Un poco de agua es
suficiente.
Y para corroborar su preferencia, Lali bebió un sorbo del vaso que
tenía sobre la mesa. La mano le temblaba ligeramente, y Peter se
preocupó ante la idea de que aquella reunión estuviera siendo un
suplicio para ella.
–Ya no queda mucho –comentó, consultando su
reloj y examinando una hoja con el orden de la reunión–, sólo
cinco puntos más. Voy a tratar de pasarlos lo más rápidamente
posible. Y, en cuanto terminemos, te llevaré a tu casa.
Peter vio cómo un «no» empezaba a dibujarse en aquellos deliciosos
labios y se irguió. No servía de nada ser el jefe si no podía
hacer uso de ello cuando el momento lo requería. Y, en aquel
momento, Peter necesitaba saber que iba a llevar a Lali a casa. No
era por egoísmo; cualquiera podía apreciar que aquella mujer tenía
fiebre. Antes, casi se había puesto delante de un coche que iba a
toda velocidad; lo último que quería Peter era que ella tuviese un
accidente volviendo a casa por estar demasiado enferma para
concentrarse.
Revolviéndose incómoda en su asiento, Lali dejó escapar un hondo
suspiro.
–Ya se lo he dicho, aprecio que se preocupe por
mí, pero no necesito que me lleve a casa. No insista más, por
favor.
Pero a las seis menos cuarto, Lali se encontró caminando hacia el
aparcamiento y sentándose en el asiento de un lujoso sedán, junto a
un solícito pero determinado Peter que no iba a permitir un «no»
por respuesta. Aceptando con resignación, Lali le indicó la
dirección y pasó el resto del viaje en un mutismo hermético.
¿Por qué insistía tanto en llevarla a casa? Estaba tomándose su
trabajo como jefe demasiado en serio, decidió Lali, ampliando sus
funciones hasta donde no le correspondía. Incluso Nicolas, que era
tan generoso, nunca se habría ofrecido a llevarla a casa cuando se
sentía enferma. No, en caso de que creyera necesario acompañarla,
Nicolas habría buscado a alguien para que lo hiciera. Pero Peter no
funcionaba así.
Lali contempló con miradas furtivas el perfil perfectamente
cincelado del hombre que conducía a su lado, y la ansiedad se
apoderó de ella. Tan pronto como estuvieran frente a su casa, se
aseguraría de tener la llave en la mano, le daría las gracias, y
saldría corriendo antes de que a Peter se le ocurriera esperar a que
entrara en su casa. Tenía la sensación de que era lo que iba a
hacer. Una de las cosas que había aprendido hasta ahora sobre Peter
Lanzani era que se tomaba su trabajo y sus responsabilidades muy en
serio, sin medias tintas. Hacía todo con dedicación y esmero.
Pero para cuando llegaron frente a su puerta, pintada de un rojo vivo
en un entorno donde las de otras casas eran grises o negras, Lali se
sentía demasiado enferma como para estar pendiente de lo que Peter
hiciera o dejara de hacer. No estaba en condiciones de preocuparse
por si él pensaba que su calle era decadente, o que los coches del
vecindario eran mucho más antiguos que el suyo. Lo único en lo que
pensaba era en meterse en la cama o, si no lograba llegar hasta ella,
tumbarse en el sofá. Gracias a Dios, Allegra dormía aquella noche
en casa de su abuela, porque no hubiera podido hacerse cargo de ella,
tal y como se encontraba.
–Gracias, yo...
–Dame la llave –ordenó Peter.
–¿Qué?
Con una expresión de férrea determinación en su rostro, Peter se
volvió hacia ella y extendió la mano:
–La llave de la puerta, dámela. Te voy a llevar hasta dentro,
Lali. Voy a asegurarme de que te tomas alguna medicina para la fiebre
y después voy a asegurarme de que te metes en la cama. No hace falta
ser médico para darse cuenta de que tienes mucha fiebre. Creo que
incluso voy a llamar a tu médico y a decirle que te haga una visita.
–Espera un momento, ¿qué...?
Lali intentó protestar, pero no era fácil mantenerse indignada
cuando sentía que podía caerse al suelo redonda en cualquier
momento. Con una mezcla de agotamiento y resignación, asintió,
rebuscó en su bolso y puso las llaves en aquella mano expectante.
–Eso es, buena chica.
–¡Eso sí que no lo tolero! –protestó,
lanzándole una mirada desafiante, a pesar de que le parecía que su
cabeza iba a estallar–, ¡no soy una chica: soy una mujer!
Las pupilas de Peter se dilataron perceptiblemente:
–Cariño, desde el primer instante en que te
puse los ojos encima, no he dudado de eso en ningún momento. Y
ahora, será mejor que entres antes de que te desmayes aquí mismo.
Es todo un caballero, me mato con:Cariño, desde el primer instante en que te puse los ojos encima, no he dudado de eso en ningún momento. Me encanta más nove!
ResponderEliminarTal cual!!!
EliminarAAAAAH!!!!!
ResponderEliminarMe quedé con ganas de mas! Y eso que es larguisimo!!
Quiero mas nena!!
TTM SISTER!!
Hola, hola, aca toy !!!!!!!! Como anda mi española? Todo bien por ahi? que decirte cuando me mandaste el tweet, casi me muero pero por x motivos ( quilombos por todos lados ) no habia tenido tiempo de leer pero si de poner el blog en mis favoritos y hoy aproveche y lei los 4 capitulos .....
ResponderEliminarDecirte que me quede con ganas de mas es poco .... por dios, que manera de desarrollarse los hechos por dios .... me gusto mucho este Peter tan avasallor, de llevarse el mundo por delante pero pendiente de las cosas que lo rodean ....
Lali se merece un premio aparte por todas las cosas que se ha tenido que aguantar con el correr de los años ....
Ahhhhhhhhhh, quiero mas !!!!!!!!!
Subi pronto asi sigo con esta hermosa nove ....
Te quiero hermosa !!!!!!!!!
Sabes que te quiero mucho no???
EliminarTe extraño amiga! mucho!! todo bien por alli? Cami que tal esta? Necesito mail!!
Hoy te subo capi para que veas que soy buena jaja
Un beso enorme hermosa!!
Te quiero!!
Buenísimo,me va gustando este Peter,pero Lali es como un gato escaldado k del agua fría huye,se ha impuesto una barrera,k Peter con paciencia va a tener k derribar
ResponderEliminarPeter hace lo posible para acercarse bien a ella,pero dios q resistencia tiene lali,q se afloje!
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