Estoy sentada en la cocina de mi amiga Cande, sujetando una merecida taza de té y un hijo que no para de retorcerse. Cande y yo somos amigas de toda la vida y desde la escuela primaria hemos pasado los momentos cruciales de nuestras respectivas existencias en amable compañía. Nuestras disputas, por suerte, han sido contadas. Ahora residimos en zonas vecinas —yo, en Emerson Valley; Cande, en Furzton Lake—. Juntas, pero no revueltas, no sé si me explico. De niñas vivíamos en la misma calle, lo que tal vez de adultas resultaría una cercanía excesiva. Si yo tuviera una hermana, seguro que no se preocuparía por mí tanto como ella.
Últimamente Cande se ha elevado desde
el nivel de mejor amiga a un estadio que se aproxima a la santidad,
ya que ha aceptado cuidar de Bruno a diario y sin cobrarme nada
mientras intento reconstruir mi vida, y se presta a ello a pesar de
tener dos monstruos propios con los que lidiar. Me faltan palabras
para expresar mi gratitud. Cande me proporcionó un salvavidas cuando
empezaba a hundirme entre las olas de las deudas y la desesperación.
Disminuyo el tono de voz y tapo con las
manos los oídos de Bruno para que no escuche mi siguiente confesión:
—Le dije que no tenía hijos.
—¡Qué más quisieras!
—¿Qué clase de madre soy?
—La habitual —respondió Cande—.
Yo les quiero mucho, pero si volviera a empezar...
—Lo único que me impulsa a seguir
adelante son los niños —comento con voz temblorosa—. No sé qué
haría sin ellos. Ellos me mantienen en mis cabales.
—Y la sola idea resulta terrorífica
—Cande bebe un sorbo de té—. Pero dime, ¿cómo es ese hombre
del bufete de abogados?
—Lleva el sello de «buena persona»
estampado en la frente.
—¿Buena persona? Más detalles, por
favor.
—Alto. Delgado. Moreno. Acicalado.
—¿Acicalado? —Cande suelta una
carcajada—. Es la clase de palabra que utilizaría mi madre.
Me encojo de hombros. ¿Qué más puedo
decir de él?
—No es guapo de morirse. No es feo de
pecado. No tiene facciones marcadas. No resalta por nada en
particular. Pero resulta agradable. Una buena persona, sin más.
—¿Acaso no le dijiste que no te van
las buenas personas, que sólo te relacionas con hijos de puta?
—No sé lo que le dije —admito.
Para consolarme, cojo otro barquillo de chocolate. De inmediato,
Bruno me lo quita y se lo mete por la nariz—. Fue muy raro. Se me
ha olvidado cómo se habla con los hombres.
—Porque te has acostumbrado a
gritarles, me imagino.
Saco el barquillo de la nariz de Bruno
y lo limpio con la manga antes de introducirlo por el orificio
correcto, mientras trato de convencerme de que un cierto número de
gérmenes es beneficioso para su sistema inmunológico.
—Odio estar divorciada.
—Odio estar casada —apunta Cande
con voz monocorde.
Y no bromea más que a medias. Lleva
diez años con Agus, siete de ellos casada. Se me puede tachar de
supersticiosa, pero estoy convencida de que la crisis de los siete
años es un fenómeno auténtico. Ya no son lo que se dice una pareja
de tortolitos. El mismo ambiente de su casa es el de una pareja que
se ha vuelto descuidada. Todo se ve destartalado, raído y un tanto
desportillado.
—¿Qué tal en la agencia de empleo?
—Ha sido una experiencia
desmoralizante —frunzo los labios, consternada—. A pesar de que
he conseguido sobrevivir hasta la tierna edad de treinta y tres años
y sigo sana de cuerpo y alma, aunque sea capaz de mantenerme a mí
misma y a mis dos hijos a través de los altibajos de esta existencia
a la que chistosamente llamamos vida, no sirvo para nada en el
mercado laboral.
—¿Para nada en absoluto?
—Bueno, hay un empleo. Mañana tengo
la entrevista. Tiene una pinta deprimente, te lo aseguro. La mujer de
la agencia también me sugirió que contemplara la posibilidad de
hacerme prostituta.
—Hay trabajos peores —responde
sabiamente Cande.
—¿Por ejemplo?
—Abogado especialista en divorcios.
—¡Puaj!
Ambas escupimos como si tuviéramos
algo asqueroso en la boca. Bruno se une a nosotras, sólo que en su
boca sí que hay algo asqueroso. Una masa de barquillo, apelmazada y
a medio masticar, me aterriza en las rodillas.
—Yo pondría ahí también a los
asesores de las oficinas empleo —le comento—. Era una bruja. Me
miraba como si yo fuera la típica madre sin pareja: dos divorcios en
su haber, dos hijos de padres diferentes, en definitiva, una
irresponsable.
—No iba desencaminada —apunta
Cande.
Técnicamente tiene razón, pero desde
mi perspectiva se ve de otra manera. Mi primer matrimonio no duró
tanto como mi repentino e inesperado embarazo, exclusiva razón por
la que se celebró la boda. Yo estaba tomando la píldora, así que
por poco me muero del susto cuando, después de saltarme un par de
menstruaciones, caí en la cuenta de que el motivo por el que los
vaqueros no me abrochaban no tenía que ver con el aumento de mi
consumo de chocolate.
Mi marido, Pablo, desapareció justo
antes de que nuestra querida hija Allegra llegara a este mundo, y no
he vuelto a verlo desde entonces. Hoy en día sigo sin saber por qué
se marchó. No teníamos dinero ni casa propia y venía un hijo en
camino, pero ¿son razones suficientes para hacer las maletas y salir
corriendo? A los veintitrés años, puede que sí. Me enteré de que
se había mudado a Brighton y realizaba trabajos temporales en los
hoteles, aunque no tengo ni idea de si es verdad o no. De modo que me
vi obligada a criar a Allegra yo sola. Por desgracia, esto sucedió
antes de que se pusieran de moda los matrimonios de prueba y las
madres sin pareja famosas.
Benjamin era harina de otro costal.
Tuvimos un apasionado romance seguido de una boda organizada a toda
velocidad. Ya se sabe lo que dicen de las bodas apresuradas... Bueno,
pues es cierto. Desde entonces, no he dejado de arrepentirme. Conocí
a Benjamin cuando Allegra apenas andaba, en una de esas escasas
noches que salí con Cande tras haber convencido a mi madre para que
ejerciera de canguro. Ahora que soy capaz de pensarlo con calma,
estoy convencida de que no hacía más que buscar otro padre para
Allegra, aunque Dios sabrá por qué consideré que un granuja
impenitente como Benjamin tenía madera de progenitor. Tal vez yo
debería haber sospechado que algo no encajaba cuando me pidió en
matrimonio estando borracho. Resulta evidente que la instalación
eléctrica de mi radar es defectuosa a la hora de detectar
sinvergüenzas.
Nuestra relación podría clasificarse
como voluble, por decirlo con educación, y durante un breve periodo
de armonía en el que Benjamin pasaba más tiempo en mi cama que en
la de otra persona, nació Bruno. Pero Benjamin jamás permitió que
la paternidad ni el matrimonio pusieran freno a sus instintos
naturales, por lo cual, a pesar de mi sueño de una vida familiar
idílica, me quedé sola criando a los niños.
—Me he sentido una inútil —le
cuento a Cande—. He tenido que redactar un currículum. Ha sido
espantoso. Me he inventado un montón de cosas.
—Es lo que hace todo el mundo
—asegura mi amiga, que tampoco ha trabajado en los últimos años—.
Que eso no te quite el sueño.
Sin embargo, seguramente me lo quitará.
—De todas formas —dice Cande con
aire pensativo—, yo me pensaría lo de hacerme prostituta. Ni
siquiera en esta misma casa puedo ejercer sin cobrar nada.
—Pues da las gracias —zarandeo a
Bruno, que empieza a impacientarse por no tener la distracción de un
tentempié que introducirse en el cuerpo—. Si alguna vez quisiera
encontrar a otro hombre, tendría que volver a las citas. ¡Qué
horror! Me espanta la idea de regresar a la vertiginosa ronda de
cena, besuqueo y sexo. ¡Espera! A veces ni siquiera hay cena.
¿Por qué será que a algunas mujeres
las invitan siempre a los mejores restaurantes y se las llevan a
lugares exóticos con cualquier pretexto, mientras que a otras
mujeres jamás les ocurre? Esta vez necesito un hombre que alimente a
la diosa que llevo en mi interior. Y ya que mi diosa interior sólo
necesita chocolate a intervalos regulares, no creo que sea tan
complicado.
Cande adquiere una expresión
melancólica.
—Suena fabuloso —dice—.
Excitante. Salvaje, temerario, desinhibido.
—Pues nada de eso —niego con la
cabeza—. Es angustioso, caro y horrible. Lo que pasa es que se te
ha olvidado. Da gracias por lo que tienes.
—¿Te refieres a un marido más
ligado emocionalmente a David Beckham que a mí? Sí, de acuerdo.
—Agus no está tan mal —miento yo.
Sí lo está. El marido de Cande me
agrada como persona, pero no se podría clasificar como un amante
ardoroso. Trata a Cande como si mi amiga fuera invisible. Ella dice
que tiene que mirarse en el espejo cada diez minutos sólo para
comprobar que sigue ahí.
—Podría atravesar el salón bailando
desnuda con una rosa entre los dientes, y Agus no se daría ni
cuenta. Se limitaría a decir que le tapo la pantalla del televisor.
No le falta razón. Puedes llegar a su
casa a cualquier hora del día o de la noche y encontrarte a Agus
pegado al mismo asiento del sofá, rodeado de mandos a distancia y
bolsas de patatas fritas. Homer Simpson es mucho más animado que
Agus Sierra.
—Lo que pasa es que os aburrís
mutuamente.
—Ojalá fuera tan sencillo —responde
ella de forma enigmática—. Y dime, ¿vas a volver a ver a esa
«buena persona»?
—Peter —puntualizo yo—, se llama
Peter Lanzani. Y no, me figuro que no volveré a verle. A menos que
otra vez tengamos citas simultáneas con nuestros respectivos
abogados.
—Cualquier actividad simultánea me
vendría bien estos días —suspira Cande—. ¿Sigues sin saber
nada de Benjamin?
—Nada en absoluto. Según el abogado,
debería pensar en contratar un detective privado para que lo
localice.
—¡Ay, Lali! —mi amiga me coge de
la mano.
—No me hables así o me echo a
llorar.
—Dentro de poco todo este asunto se
habrá arreglado y tendrás un nuevo empleo fabuloso y un hombre
nuevo que será una buena persona.
—Sí. Mientras tanto, tendré que
conformarme con un par de mocosos que necesitan ser sometidos a
tortura.
Me levanto y me planto a Bruno a la
cadera, aunque ya es demasiado grande para seguir cargando con él.
Los hombres empiezan a dejarse querer a una edad muy temprana. Me
despido de Cande con un beso.
—Di adiós a tita Cande.
—Adioz a tita Cande —cecea
Bruno.
—Lo traeré otra vez mañana para
poder ir a esa entrevista de trabajo.
—Estupendo —dice Cande—. Aquí
estaré. El mismo lugar, la misma mierda
Ja ja, es deprimente la vida q llevan estas dos, espero q mejore! más!
ResponderEliminarJajajaja de verdad que triste todo, pero aun asi me da risa jajaja
ResponderEliminarPor dios...vaya vida, a ver si se encuentran y les pasa algo emocionante! jaja
TTM!!
jajaja mal la vida de las 2 es muy deprimente
ResponderEliminarla voy a seguir
beso
Me encanta .como diría Torito:Así es la vida.
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